Trova y algo más...

lunes, 21 de marzo de 2011

Trapecio, jardín, urinario...

Oye, wey —me dijo el Polacas© la otra vez en lugar de darme los buenos días—, cómo la ves: ¿tú crees que los poetas son seres superiores, inferiores o iguales?”

“Depende”, le respondí con un cierto dejo de web@.

“¿Depende de qué, cochito?”, me motejó el Polacas© de marras.

“Depende qué poeta y depende de con quién quieras compararlo”. O sea, quedamos empatados, y tierrita volada.

Si bien el Polacas© se fue al peor estilo de Mauricio Babilonia: con una nube de moscas revoloteando a su alrededor, yo me quedé como pensando, haciendo un cigarro de hoja, si en verdad los poetas son seres superiores, inferiores o simple raíz cuadrada de un híbrido entre gato de Venus y coyote naranjero.

Debo confesar que conozco muchos poetas, la enorme mayoría son muy buenos, pero eso no los hace seres especiales, sino individuos (“y individuas”, diría Chentefox) que han desarrollado una habilidad que se basa en sensaciones y sentimientos, manifestaciones objetivas y subjetivas del cerebro, respectivamente, diría el Dr. Drucker.

No sé tú, cantaría Luis Miguel, pero yo no les he encontrado mayor mérito a los poetas que ser simplemente los modernos cantares de gestas personales, igual que El Coyote y su Banda o Chalino Sánchez, guardando las debidas proporciones... siempre a favor de los cantantes.

En una suerte de morralla del reconocimiento, a veces a los poetas les piden el nombre de pila para ponérselo a una calle, a una plaza, a un teatro o a un centro cultural, igual que a los beisbolistas o a los políticos y a los ricachones del pueblo, que no tienen otro mérito que tzingarse a la ciudadanía a través de sus comercios o sus triquiñuelas, o robarle su fortuna a los chinos en aquella época de la xenofobia sonorense que tantos millonarios generó y que todavía siguen arrastrando su apellido de oropel por las calles de mi pueblo, pero ya sin tanta alcurnia frente a la violenta aparición de las fortunas desproporcionadas de los narcos y sus sicarios persignándose ante la figura de Jesús Malverde, el santo patrono del gallo, el perico y demás zoología fastuosa de la lotería mexicana versión posmoderna.

En fin, dicen que los poetas no son más que seres humanos que observan, callan y escriben, no necesariamente en ese orden, pero de ahí en más, no sirven para maldita cosa que seguir viviendo y trabajando en oficinas, cantinas y negocios, haciendo del cuerpo igual que todos, y despellejando el alma, igual que unos cuantos, para seguir viviendo a como dios nos da a entender a todos: tirios y troyanos, feos y guapos, dientones y molachos, abstemios y borrachos, negros y blancos, cortos y largos, obscenos y santos, dandis y desharrapados, felices y frustrados, amables y amargados... más los que se acumulen en la semana...

No: un poeta, como todos, llega, se asoma, recoge lo que dejan los demás y luego se va a donde se van todos los poetas a moldear con sus manos una realidad alterna que sirve de trapecio a algunos, de jardín a muchos y de urinario a otros.

¿Y qué más?

-o-o-o-

Bueno, sí, soy poeta. Pero me enfermo, sano,

paso necesidades, y duermo, y desayuno;

reclamo mis derechos en el tiempo oportuno;

cumplo con mis deberes como buen ciudadano.

-o-

Siento frío en invierno y calor en verano;

tengo un amor, amigos y parientes –cada uno

en su lugar–, intento no fallarle a ninguno,

y doy la mano a todos los que me dan la mano.

-o-

Trabajo, río, lloro, lucho, padezco, canto,

añoro, dudo, creo, me irrito, y a mi modo

amo y vivo mi vida con algunos esfuerzos.

-o-

¿Por qué, entonces, temernos o despreciarnos tanto?

Ser poeta, señora, es servir para todo

lo que cualquier otro hombre, y además, hacer versos.

-o-

Roberto Cabral del Hoyo (poeta y hombre, pues...)

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