Trova y algo más...

jueves, 1 de octubre de 2009

Con su cara de prozac...

1. Dice el Sergio Valenzuela, experto y adicto a, que no hay recetas contra la depre: no funcionan las fórmulas matemáticas ni las mezclas químicas para sacarse del alma esa sensación de vacío total, de desgano amarillento que atornilla al cuerpo a los rincones más grises de la tarde, ni existen prescripciones mágicas para arrancarse de la nostalgia la extraña tibieza que despide la lluvia los días de octubre.
Ante la carencia de palabras claves que levanten el espíritu, queda el único, el íntimo, el solitario recurso de arrellanarse en la melancolía y abrir los ojos del alma para comerse a dentelladas de ansiedad los giros voluptuosos de aquellos entes fantásticos que habitan el reloj y que danzan montados en los caballos del silencio, duendes amasados de esa materia irrepetible por única, insostenible por efímera, inatrapable porque está hecha de esa sustancia intangible que llamamos tiempo...
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2. Alejandra Moreno piensa que uno de sus seres más amados y amables (que no favoritos) habita y habitará por siempre jamás —porque además le gusta— en ese estado que Sergio definió simplemente como depre, y que no es un periodo determinado, porque ni siquiera es tiempo; es una espacialidad a través de la cual hay que abrirse paso para llorar catatónicamente el vuelo exacto del recuerdo, el aleteo frágil de los sueños comunicando esa realidad que habitan cada noche.
No existen demasiadas palabras de aliento para regresar de la depre si no se quiere: es más fácil quemar las naves después de anclar en la ensenada callada de la soledad interior y reconstruir en gris todos los días de la vida para seguir la ruta que marca el faro de la tristeza más feliz: la que uno ha escogido libremente.
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3. Si Dios eligiera un mes para desplegar su batería de efectos depresivos, éste sería el mes de octubre. El clima es más feroz porque es inestable y en cualquier momento sus cuchillas lo desgarran todo. Quienes vamos por el mundo estamos a disposición de la depre de Dios: nos vulnera con su calor aparente y su frío sin argumentos. El otoño entonces hace su aparición con sus hojas corriendo libremente bajo los árboles, y a la vuelta de cualquier esquina nos toca el rostro con sus manos de melancolía.
En medio de esa broma de Dios, el atardecer es un jirón de sangre nostálgica que los poetas lo hacen suyo para deshilarse en versos temblorosos escritos en la claridad arenosa de la madrugada:
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Veo tu rostro al pairo en el centro de la nada, en el ruido furibundo de los gatos que pasan bajo la lluvia, en el ladrido moribundo de los perros de la oscuridad, en la tos enfermiza de los camiones lejanos que cruzan esporádicos la ciudad en busca de una carretera hacia la muerte, y un caldo ardiente, espeso y amargo baja por mis hombros sudorosos, y se clava en el estómago y provoca el fuego repetitivo de la pepsina: el dolor acude con puntualidad y tus ojos no son más dos faroles que me guían por la ruta de la lluvia, ahora estoy solo recibiendo las dentelladas de la muerte en forma de gastritis justo en el costado izquierdo del alma, debajo de un corazón lleno de ti, oloroso a ti, podrido de ti, tupido de la vegetación rabiosa de tu cuerpo: la pelambre hirsuta de tus axilas, la vellosidad tierna de tus brazos y tus piernas, la salvaje dureza de los chaparrales de tu bajovientre... ¿cómo era que las bestias de la felicidad pastaban toda esa maleza durante la noche para volver a la siguiente como penélopes infatigables de la pasión, de la ternura...?
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4. En su más reciente obra, Los motivos de la nostalgia. Estudio de la quimera y la depresión (Universidad de Sevilla, marzo del año 2000), el sociólogo Ariel E. Silva-Encinas menciona que existen fuentes disímbolas que provocan la depresión: desde perder el empleo hasta subir de peso, desde perder el cabello hasta cumplir 30 años, desde vivir en soledad hasta mal alimentarse.
“Pero quizá —menciona el autor— las causas más significativas son aquellas que nada tienen que ver con aspectos físicos sino sicológicos, ciertos procesos mentales que ejercen una enorme presión al individuo al grado tal que éste se enconcha en un mundo propio de autistas, y esas causas son difíciles de determinar y, sobre todo, de atacar en el corto y mediano plazo”.
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5. “Visto así”, dijo alguna vez Sergio Valenzuela, “si crees que estás a punto de la depre, relájate y gózala... o tortúrate viendo “Sábados Gigantes”, con Don Francisco y su cara de Prozac”.
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