Mientras que en Hermosillo se calificó como un infortunado accidente, y en él murieron —en el momento o a consecuencia de— 49 bebés, y muchos más, incluyendo a mayores de edad, han quedado marcados física y sicológicamente de por vida, en Monterrey fue un “cobarde acto de barbarie”, como lo han definido los analistas, en el que se sabe que hasta el momento han fallecido 52 personas.
Tanto en Sonora como en Nuevo León hay tantos caminos trazados para llegar a la tragedia, que uno termina confundiendo la ruta; sin embargo, lo único cierto que queda al final es el número de muertos, de víctimas inocentes que se suman a las estadísticas que manejan los medios con puntualidad… hasta que una nueva desgracia estalla y todo vuelve a empezar.
Imagino a los dioses de los noticieros reconstruyendo cada día nuestro mundo nacional cada vez que ocurre una balacera, aparecen decapitados, surge un video de políticos corruptos o de monstruos creados por los mismos medios gritándonos a todos los mexicanos “¡Pinches asalariados de mierda!”, mientras el secretario de Hacienda suma sin éxito y vuelve a sumar la felicidad para acomodarla a un sueldo de 6,000 pesos mensuales… y así ad infinitum…
Pero la realidad es mucho más pesada que toda la carga que puedan soportar los titulares de los informativos, y muchísimo más extensa que todo lo que puedan abarcar el presidente, los gobernadores y los alcaldes, y los senadores, diputados y regidores de este país que cada día deja de ser nuestro para sumarse a los activos de la delincuencia organizada, con el debido copy right que otorgan una AK-47 y las descalificaciones mutuas de los políticos, y contra eso —como contra la base por bolas, dice el Mago Septién— no hay defensa.
La delincuencia organizada, para serlo oficialmente, requiere de la consabida contraparte —las víctimas, organizadas o no— y de muchas otras instancias políticas que le permitan existir, y que si uno sigue cuidadosamente los hilos de esos personajes hasta sus orígenes, podría encontrar a los delincuentes y a los políticos sentados en la misma mesa… o durmiendo en la misma cuna.
Así, debemos entender que por simple eliminación —literalmente hablando— la contraparte somos quienes sufrimos esa delincuencia; es decir, eso amorfo y totalitario que los sociólogos definen simplemente como “la gente” —tú y yo, pues, estimado lector de a pie—; eso que Joan Manuel Serrat ubicó siempre detrás de todo: “Detrás de los héroes y de los titanes, detrás de las gestas de la humanidad y de las medallas de los generales, detrás de la Estatua de la Libertad; detrás está la gente con sus pequeños temas, sus pequeños problemas y sus pequeños amores, con sus pequeños sueldos, sus pequeñas campañas, sus pequeñas hazañas y sus pequeños errores…”
Quizá por ello, por delincuencia organizada bien pudiéramos entender no sólo a los capos de la muerte y sus sicarios, sino también a quienes se supondría que deberían poner orden en todos los rubros que requiere México para enderezar un rumbo que pertenece a todos de origen pero que se ha fraccionado y modificado tanto que ya las piezas no encajan.
Entre los incendios de Hermosillo y de Monterrey ha corrido mucha sangre bajo los puentes de México. No han sido, desde luego, los únicos sucesos que han marcado el rostro del país, pero sí de los más trágicos entre los que se publicitan y los que no, porque hay sucesos sangrientos que resulta políticamente incorrecto difundir: así reconstruyen a diario nuestro mundo los dioses del duopolio televisivo.
Dicen ahora que en Monterrey habrá que esperar a los peritajes, aunque todo indica que el establecimiento no cumplía con las medidas de protección civil necesarias. En Hermosillo pasó lo mismo, y a dos años del siniestro, todavía quedan muchos cabos sueltos, sobre todo los que tienen que ver con los dueños y algunos funcionarios que no cumplieron con su deber, autoridades que actuaron como delincuencia organizada, ni más ni menos.
Lo más preocupante de la tragedia en el Casino Royale es que la delincuencia ha inaugurado un nuevo modus operandi: cometer sus actos criminales en pleno día y a la vista de todos. El casino había sido atacado dos veces antes, incluida una en mayo, cuando sujetos armados dispararon contra el inmueble desde el exterior. Los cárteles suelen extorsionar a los dueños de casinos y de otros negocios, amenazándolos con agredirlos o incendiar las instalaciones si se niegan a pagar. En el caso del Royale, los delincuentes pedían 130,000 pesos semanales.
De la forma en que lo hicieron —a una hora de mucho tráfico, con una frialdad absoluta, casi impune— están mandando un mensaje que no abona nada a la tranquilidad que queremos los ciudadanos: ya no tienen que demostrar nada porque todo les ha funcionado para sus fines: la extorsión o la muerte, mientras los discursos oficiales se dan de topes como toros en un corral.
Ante este cuadro de miseria institucional en lo que respecta a su compromiso de ofrecer seguridad pública, ¿cómo creen que debemos tomar los spots del gobierno sobre el V Informe y los logros alcanzados, cuando no pueden siquiera explicarnos claramente la estrategia que siguieron, han seguido y piensan seguir hasta el fin del sexenio en su lucha contra la mafia y el narco? ¿Siquiera ya se dieron cuenta de que en esa lucha frontal sólo ha ganado la delincuencia organizada, la que nos mata con armas y la que nos asesina con demagogia y más demagogia?
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