Yo no lo escribí, pero me gustó este artículo y ahora lo comparto con ustedes:
En Cien años de soledad Pietro Crespi pierde el amor de Rebeca cuando la joven se deja seducir por José Arcadio Buendía, un “hombrón” musculoso y oloroso. El instructor de baile italiano, de rizos perfectos y pantalones ajustados, despertaba dudas sobre su sexualidad según los criterios estéticos de entonces, y a su novia le pareció “un currutaco de alfeñique frente a aquel protomacho cuya respiración volcánica se percibía en toda la casa”. Quizá si la historia se repitiera en esta época, tendría otro desenlace: hoy Rebeca solo sentiría repulsión ante el sujeto de aspecto cavernícola y muchas desgracias se habrían evitado.
Y es que sin duda el ideal de masculinidad ha cambiado. El príncipe azul de las adolescentes ni por equivocación es el típico “hombre de pelo en pecho”, sino más bien un adonis de rostro lampiño, incluso infantil, estilo Justin Bieber. Pero tal vez el tema va más allá de un asunto generacional y tiene más bien mucho de comercial. Marcas como Gillette y Philips ofrecen una línea de afeitada corporal masculina, una tortura esclavizante que antes era exclusiva de las mujeres. “El hombre mono no va más”, es el lema detrás de esta apuesta publicitaria, que en parte apela a la tendencia actual, a lo que vende, aunque su intención sea crear necesidades para conquistar un nuevo mercado, el de la cosmética masculina.
La moda es el escenario donde a lo andrógino se le han dado más permisos para romper las normas de género. Andrej Pejic, un joven bosnio de 21 años, se hizo famoso por modelar en pasarelas diseños tanto para hombre como para mujer, indistintamente. Eso le valió ser calificado por la revista FHM como una de las mujeres más sexys del mundo.
Y ahora causa sensación Casey Legler, la primera mujer en firmar un contrato con Ford Models en la división masculina. A sus 35 años, la francesa, que fue nadadora olímpica, mide 1,88 y sueña con ser la primera James Bond femenina, fue presentada en titulares con la pregunta: “¿Es ella el hombre perfecto?”, por su mezcla de rasgos delicados y aspecto varonil. Analizando la influencia de Legler, la periodista Eva Wiseman escribió en el periódico The Observer que “los diseñadores más interesantes son los que juegan con los géneros, los que afectan nuestra idea de lo que hace a un hombre”.
Para la antropóloga Andrea García Becerra, catedrática de la Pontificia Universidad Javeriana, el género puede entenderse como una práctica performativa. “Se transforma, no es algo eterno. La filósofa feminista Judith Butler afirma que aquello que considerábamos una esencia interna del género es una construcción social, histórica y contingente”. De esta manera las nociones de lo femenino y lo masculino son cambiantes. “Así como para mi abuelita era impensable depilarse el vello facial, y uno lo hace, hoy los hombres se echan cremas. Esas estéticas, que parecen en sí mismas bellas y naturales, son aprendidas. Es posible pensar que en doscientos años sea una tontería hablar
en términos de categorías binarias”.
Evolución cultural
En 1994 el escritor británico Mark Simpson utilizó por primera vez el término “metrosexual” en las páginas del diario The Independent para definir a ese hombre vanidoso que “no se asusta de algo que pueda hacerlo ver un poco femenino. Todo lo que importa es lucir bien”. Con ese concepto definió la idea de la masculinidad moderna, la de hombres para quienes es importante tener un buen cuerpo, una piel saludable y bronceada, un mayor sentido de la exploración de lo que es atractivo a la hora de vestirse. No se avergüenzan de ir a un spa para hacerse la manicure, un masaje o depilarse las cejas con cera, o de estar pendientes de la calidad de sus medias y su ropa interior. Aprendieron lo que las mujeres siempre han reconocido: en el mundo de los negocios la presentación es importante.
“Ellas saben desde hace tiempo que un buen corte de pelo y unos zapatos adecuados no solo cambian la manera en que se sienten acerca de sí mismas, sino también la forma como otros las miran”, expresó el autor Michael Flocker, en un artículo titulado “Una nueva raza de hombres redefine la masculinidad”. Y ellos quieren lograr el mismo efecto. Por eso ahora no faltan las mujeres que se quejan de que sus parejas se demoran más que ellas arreglándose o comprando ropa de marca, y de que se apliquen y acaben sus productos de belleza, pues la oferta tiende a ser unisex.
Las compañías de cosméticos han apoyado la causa porque “ven en los hombres una especie de mercado virgen, en tanto que ya les han ofrecido de todo a las mujeres”, señala el experto en moda José Ignacio, el Mono, Casas. “Aun cuando existe una evolución natural, hay que tomar en consideración las oportunidades económicas que las grandes marcas de la industria de la belleza ven en el nicho masculino, de manera que crean una gran necesidad porque los hombres sean bellos”. La psicóloga Geraldine Scioville agrega que esta oferta explota una necesidad creciente de “ser deseables”.
Sin embargo, como toda tendencia, la del metrosexual tuvo su respuesta en el 2003, debido al miedo de perder los rasgos típicos de la masculinidad. Así surgió el “retrosexual”, con su estilo desaliñado y rudo que reafirma su testosterona. El macho que privilegia saber usar un taladro y arreglar cualquier daño, antes que estar pendiente de su apariencia. Y tal vez como una propuesta intermedia, años más tarde, la consultora de marketing Marian Salzman dio vida al término “ubersexual”, en su libro El futuro del hombre. La autora lo describió como el que combina lo mejor del hombre tradicional con sus características de fuerza, carácter directo y honor, con rasgos asociados a la feminidad, como el cuidado del hogar y la crianza de los hijos, la comunicación y la expresión de los sentimientos.
Pese a las críticas hacia el hombre “metro”, una reciente encuesta realizada entre dos mil mujeres por la marca de ropa británica Austin Reed reveló que para ellas el hombre perfecto tiene gusto para vestirse y está bien afeitado, incluido el pecho. Eso, además de medir más de 1,80 y tener un Audi. ¿Qué viene después?, “¿qué puede seguir a cuidarse y echarse mascarillas? Pues maquillarse parece ser la respuesta”, afirma Casas al observar un nuevo mercado que parece estar en expansión. Aunque advierte que no se puede generalizar, ya existe una nueva corriente en Corea del Sur, la de los llamados “chicos flor”. Tienen entre 20 y 30 años, gastan dinero en cosméticos y cirugías estéticas, especialmente en rinoplastia y trasplante capilar, y tienen un aspecto andrógino y delicado. Están en las series de televisión, donde reemplazaron al hombre exuberante, y hasta en anuncios de maquillajes como delineadores y brillo para labios.
Salzman sostiene que la mayor tolerancia hacia los homosexuales ha hecho que su estética sea bien recibida, incluso en programas como Queer Eye for the Straight Guy, cuyo propósito era que especialistas gays cambiaran el estilo de un heterosexual. El cirujano Sergio Rada ha sido testigo del fenómeno: “Antes en mi clínica teníamos una salita VIP en la que ‘escondíamos’ a estos pacientes, que preferían guardar estricta reserva frente a los tratamientos que se realizaban. Hace ya varios años el espacio desapareció, ya que no les importa esperar junto a las mujeres”. Para el experto, ellas los motivan porque se han cansado de tener a “un barrigón mal vestido a su lado”. Su colega Simón Harker coincide en que “hay un número creciente de procedimientos realizados en hombres, aunque no es cercano al porcentaje femenino. La proporción por lo general es de treinta por ciento para ellos y setenta para ellas, eso sí, con una tendencia al aumento porcentual lento pero seguro de año en año”.
La guerra de los sexos
Sea metrosexual o chico flor, el tema de la belleza varonil no es nuevo. Podría pensarse que en esta etapa se está repitiendo el fervor por el acicalamiento de los egipcios, de la antigua China y de la corte de Luis XIV, con sus hombres adornados. De hecho, la académica Germaine Greer expresa en su libro The Beautiful Boy que el cuerpo del hombre despertó más interés que el de la mujer hasta el siglo XIX. Los analistas argumentan que las guerras mundiales han marcado puntos de quiebre con hombres uniformados que en medio de la austeridad no tenían forma de pensar en su pinta y en salvar su vida al mismo tiempo.
Luego vinieron las luchas de las mujeres por dejar de ser calificadas como “sexo débil”, por conquistar espacios antaño exclusivos del “sexo fuerte”. Como explica la psicóloga Pilar Aguirre, “la movilización femenina ha cuestionado la división sexual de valores. Por eso hoy en día hay mayor inserción de elementos tradicionalmente femeninos en las manifestaciones masculinas”. De esta manera, en palabras de Mark Simpson, “si las mujeres para su progreso pueden apropiarse de prácticas ‘masculinas’, ellos se cuestionan por qué no pueden hacer lo mismo”.
Se refiere además a que al hombre ya no solo le toca competir con otros hombres, sino también con mujeres en distintos ámbitos, como el laboral, y en ese sentido la imagen es importante. La presión por el aspecto físico, entonces, dejó de ser solo para las mujeres. La autoestima masculina también es bombardeada con anuncios y películas de “hombres perfectos” con estándares de belleza casi inalcanzables. En su artículo “¿Por qué no pueden los hombres ser ya simplemente hombres?”, Tim Stanley explica que antes se podía identificar con las estrellas de cine y para ello usa como ejemplo la saga de James Bond: dice que los hombres se sentían más cercanos a Sean Connery o a Roger Moore, que llegó a interpretar al 007 a sus 58 años “a pesar de su pecho fofo”. No pasa lo mismo con Daniel Craig, cuya figura parece producto de efectos especiales.
El acto de maquillarse, así como el de llorar, parecían una potestad única de las mujeres. Quizás en esta historia evolutiva, lo que le espera al hombre, como sugirió Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera, con el doctor Urbino, es terminar orinando sentado…
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