Trova y algo más...

miércoles, 30 de junio de 2010

El hombre casi perfecto...

Se les califica como hombres débiles, con poco carácter, sumisos, timoratos o no viriles porque no trabajan y se dedican a las labores estrictamente hogareñas, como cuidar a los hijos, hacer el súper e incluso la comida.

El desempleo ha sido la causante de que cada vez más número de hombres opten por dedicarse al hogar, en lugar de buscar un trabajo mal remunerado.

Un hombre que aporta poco o nada en cuestión económica al hogar, es calificado como inferior por sus congéneres; sin embargo, las propias mujeres pueden devaluar a un hombre así desde la misma relación de pareja o familia (suegros, padres, hermanos, cuñados e incluso los propios hijos).

Por lo regular, si el hombre aporta menos que la mujer, la relación de poder es asumida por la mujer, lo que puede derivar en problemas de devaluación de la pareja.

Dicen los expertos que este tipo de relación se presenta entre mujeres altamente dominantes y hombres con un pasado de sumisión sobre todo ante el género femenino. En su infancia tuvieron una madre sobre protectora o autoritaria y la figura del padre estuvo ausente o bien también fue débil.

De forma inconsciente ambos se buscan, se seleccionan y se relacionan para concebir así una pareja con roles invertidos. Si la pareja asumiera sus respectivos roles de forma honesta y con base en un convencimiento mutuo, no existiría gran conflicto. No obstante, en el terreno real esto casi nunca se presenta.

Los hombres que juegan el rol femenino y viceversa típicamente experimentan estas escenas con lo cual se puede afirmar que sí existe conflicto de pareja: Si acuden a un restaurante, la mujer le pasa el dinero al hombre por abajo de la mesa para que éste pague, o bien se lo da antes de llegar al lugar.

Por norma general comienzan a mentir a las amistades y a la propia familia, con la finalidad de dignificar socialmente el rol de hombre sumiso. Estas mentiras tienen relación con que el esposo está por encontrar un empleo bien remunerado o bien dicen que ya lo tiene.

Otro aspecto a tomarse en cuenta es que la mujer suele decirle a las amistades que tiene un esposo modelo, el cual se hace cargo por completo de las cuestiones hogareñas y de los hijos. Por lo general no mencionan que el hombre modelo no tiene empleo o no mueve un dedo para buscarlo o, bien, que genera muy pocos ingresos comparados con los de ella.

Los hombres que viven este tipo de relación la asumen con humillación, se sienten impotentes y devaluados.

Las mujeres que juegan el rol masculino, en muchos casos, no desarrollaron el instinto materno, por lo cual se siente incapaces de criar a sus hijos y, por igual, son incapaces de hacerse cargo de una casa: son dos imanes que se atraen, pero paradójicamente tampoco aceptan su condición por las formalidades sociales, familiares y psicológicas que rigen su relación.

Más de la mitad de las parejas con roles invertidos terminan divorciados; sin embargo, este escenario con toda certeza se repetirá, porque tanto el hombre como la mujer buscará otra pareja con características similares.

¿Una pareja con los roles invertidos puede ser exitosa? Es muy factible; sin embargo, es necesario que ambos acudan a una terapia psicológica.

En el trabajo psicoterapéutico comprenden su historia como personas, comienzan a conocerse y a perdonarse sus fallas. Claro que no es infalible, pero en muchos casos las parejas mejoran sus relaciones, e incluso comienzan a desarrollar los roles propios de su sexo.

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¿Qué les diré a todo esto? Yo trabajo desde hace 30 años... y ni así, jeje...

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martes, 29 de junio de 2010

Lealtad y fidelidad, ¿a qué horas?

Dicen que la lealtad es una característica del ser humano, mientras que la fidelidad es algo propio de los animales domésticos: “Los colaboradores deben ser leales a su jefe... Los perros son fieles a su amo...”, dirá un manual de ejercicios sobre el tema. Pero no me crea mucho: yo nomás digo lo que he escuchado a lo largo de mi vida.

Incluso hay quienes señalan que se es leal de la cintura para arriba y fiel de la cintura para abajo... ahí saque sus conclusiones de qué se trata este último asunto.

Pero el propósito de esta entrega no tiene nada qué ver con la rica práctica del chaca-chaca ni con tirarle una vara a un perro para que nos la traiga al primer silbido, sino con tratar de dirimir en qué momento de la vida debe uno ser leal y cuándo se debe ser fiel, sobre todo porque muchas personas consideran que la lealtad es necesaria donde quiera que haya reglas del juego: es la garantía de la estabilidad de las sociedades, pues donde desaparece la confianza se inicia la desintegración.

Dicen también que el mayor peligro de las sociedades en la actualidad es que el hombre obra por consigna más que por conciencia; es decir, lo que importa es la seducción momentánea de los personajes, no la más difícil fidelidad hacia ellos, ya sea en los negocios o en la política, y se considera obvio que quien sea incapaz de tender trampas es inadecuado para la lucha. Pues por algo lo dirán.

Poco se oye hablar ahora de la lealtad en la sociedad, en la familia, o a otros niveles como negocios o empresas privadas o públicas, y de la necesidad evidente que tenemos de ser leales unos con otros, sobre todo al momento de designar secretarios y funcionarios mayores en las administraciones que recién empiezan. A propósito, eh. Cosas de la vida.

El tema ha sido en otros tiempos una suposición tan básica, que la falta de esta lealtad en cualquier momento social, o lugar familiar, era tenida como una deshumanización sin nombre, que no admitía réplicas. La consecuencia era el rechazo de la sociedad o de la familia.

Por ahí he leído que hoy, sin embargo, esto no se tiene en cuenta. De hecho, lo que nos mueve como individuos e individuas parece ser que no tiene nada que ver con un mundo interior, faceta fundamental de la lealtad, aparte de que son tantos los años en que esto ya no funciona, que sería poco menos que imposible intentar su asiento. No obstante, seguimos con el dedo en la llaga.

Y, bueno, ¿qué es la lealtad? Pues bien definida, supone el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad, y las del honor y hombría de bien. Se está hablando del cumplimiento de las leyes de fidelidad. Y está claro, que la fidelidad no puede ser un mero aguante. Esta fidelidad debería llevarnos a esa creatividad que en algún momento prometimos, y que debiera constituir y activar el ser de cada circunstancia, el ahora mismo de mi ser, de modo que asumiéramos la realidad tal como se nos presenta, con la ventaja de que esa creatividad le daría la vía coherente y necesaria al ser del hogar, pero... ¿dónde está esto, a todo nivel, hoy día?

Si vamos a la fidelidad política, fácilmente nos desengañamos ante la cruda realidad de nuestros países, que nos representa una democracia formal que no real, de palabra que no de hechos, de ideas que no de actitudes con todas sus consecuencias tristes y las injusticias que ello lleva. Unos partidos que nos dan la impresión de pensar sólo en ellos y en su intereses, olvidando descaradamente al pueblo. Ah: esa palabrita mágica: “pueblo”.

Cuánto nos falta, entonces, para hablar de esta fidelidad entre los dirigentes y el pueblo, que por palabras no se queda, y que en algún momento de la historia se cantó y marcó con letras de oro haciéndonos ver que la desgracia y las injusticias son francamente la mejor circunstancia para la fidelidad de los amigos fieles, y que brilla en aquellos momentos de un modo muy especial el valor de la lealtad.

Definitivamente, y ya para terminar de enredar este embrollo, nos falta bastante, en nuestros medios culturales, hasta dar al ambiente que nos mueve la fuerza que este honor pide, y que la hombría de bien debería poner en su sitio. Hombres de bien aparentemente vivían bastantes en otros momentos, o tiempos, y no voy a negar que hay algunos también hoy, pero son insuficientes para cambiar este medio en que nos movemos, y que, por otra parte, nos ahoga.

Tal vez tendríamos que buscarlos hoy con lupa, como hiciera en otro tiempo el filósofo griego, pero es evidente que la posibilidad está en nuestras manos, porque no podemos negar lo que puede ser un hecho mediando nuestra libertad, optando de manera satisfactoria, y contra el sentir de mucha gente, que no va a estar por este tipo de opciones, pero que sabiéndolo, nos van a dar más ganas de hacer, como en nuestra conciencia debemos hacer.

Parece mentira, pero hoy se habla de la lealtad de los perros y los caballos, como se ha mencionado al principio de este rollo, y la hemos olvidado entre los hombres. Pero así es la cosa, y es entonces que surge la pregunta: lealtad y fidelidad, ¿a qué horas?

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lunes, 28 de junio de 2010

Ahora, cuesta abajo en mi rodada…

¿Viste, loco?: Dios se puso de nuevo la casaca azul celeste de Argentina, aunque nadie, excepto los medios, claro, nos dijo que el partido iba a ser un juego limpio. Y hoy, precisamente hoy que necesitábamos que dios se hiciera de la vista gorda, volvió a mirar al lado argentino: hoy no fue la mano ni aquel golpe de suerte que hizo que el Maxi Rodríguez metiera la pata entre el palo y los brazos estirados de Oswaldo para eliminarnos de un tirón del mundial pasado; hoy no fueron esas minucias, sino un fuera de lugar del tamaño de todo Sudáfrica que no quiso marcar el abanderado. Hoy, justamente hoy que bien pudieron ponerse de nuestro lado los dioses del estadio, como aquella noche frente a Francia, en la que gracias a sabe qué pociones desconocidas cegaron la vista de árbitro y abanderado para que no marcaran el gol ilegítimo del Chicharito y para que marcaran a nuestro favor un pénalti inexistente: hoy fue igual pero al revés…

Y ahora nos toca irnos por el mundo cantando un tango disfrazados de chile jalapeño y alcoholizados por el estigma misterioso de volver a ser los mexicanos de siempre: Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser, bajo el ala del sombrero cuántas veces embozada una lágrima asomada yo no pude contener. Si crucé por los caminos como un paria que el destino se empeñó en deshacer; si fui flojo, si fui ciego, sólo quiero que comprendan el valor que representa el coraje de perder… Ahora, cuesta abajo en mi rodada, las ilusiones pasadas ya no las puedo arrancar. Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá...

Pero así es el futbol, dirán los generalizadores de siempre. Ese deporte que es el negocio que Bill Gates soñó, porque el futbol es un deporte que mueve masas, que en algunos países genera cultura, que provoca pasiones y que involucra la euforia más espontánea del hombre. El futbol no es simplemente un juego, va más allá de patear el balón y ver a 22 individuos luchar en el terreno de juego: comienza en la cancha al colocar un esférico en el centro y escuchar el pitido inicial. Sin embargo, detrás de cada acción, de cada jugador, de cada equipo, de cada institución y de cada liga de fútbol, existe un negocio de por medio.

Como dice Eduardo Galeano, en su libro "El fútbol a sol y sombra": “La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable”.

Hoy en día, en los medios de comunicación deportiva, lo que verdaderamente alimenta sus ganancias es el futbol. Antonio Rosique, comentarista de Tv Azteca, comentó: “El futbol es el deporte que te da de comer en los medios, es el deporte con el que se mueve la industria periodísticamente hablando, es el deporte de diario; y lo podemos ver en la redacción de un periódico, donde el 70% es futbol y el otro 30% son los otros deportes.”...”O le entras al futbol o tú solo te auto relegas.”

Por su parte, Miguel Ángel Ramírez y Roberto González, estudiosos del fenómeno del futbol, señalan que con cada silbatazo que marca el inicio de una temporada del campeonato mexicano de futbol comienza una competencia entre varias de las principales corporaciones privadas del paí­s, que disputan un mercado de consumo que mueve casi 500 millones de dólares al año: sueldos multimillonarios, jugosos contratos de publicidad, patrocinios de empresas privadas a los equipos de futbol, derechos de transmisión, pagos por publicidad estática en los estadios y el empleo de las emisiones por televisión para promover candidatos a puestos de elección popular, esconden un negocio redondo para un puñado de promotores y empresarios, en el que el nombre del juego no es la promoción del deporte sino la obtención de la mayor tasa de ganancia en el menor tiempo posible.

Pero aun con tratarse del deporte más popular del paí­s y de que las dos compañí­as de televisión han hecho del futbol una inagotable fuente de ingresos, el monto de los recursos que cada año se mueven por la comercialización de este deporte está protegido por una muralla más indescifrable que los criterios de un árbitro para marcar un penal.

Los clubes de la primera división profesional y la propia Federación Mexicana de Futbol, la asociación que establece las reglas y rige el desarrollo de este deporte en el paí­s, rehúsan dar información sobre los ingresos que obtiene cada uno de los equipos por la comercialización de su imagen.

Pero expertos de dos agencias de publicidad —una extranjera y otra nacional— estiman que cada año (periodo en el que son disputados dos torneos de la primera división profesional) el mercado de publicidad durante la transmisión por televisión de los juegos genera una facturación de 500 millones de dólares, que convierten a la actividad en uno de los principales canales de promoción de marcas comerciales en el paí­s.

"En este cálculo no se consideran torneos extraordinarios, como las copas América o Confederaciones o la asistencia al Mundial. Se puede decir que los 500 millones de dólares en facturación por publicidad incluye solamente los dos campeonatos de la primera división que se disputan cada año", dice uno de ellos.

Los datos aportados por los dos especialistas en el mercado publicitario en México indican que los ingresos por este rubro son captados casi por partes iguales entre Televisa y Tv Azteca, las dos empresas que comparten el duopolio de la televisión abierta en el país.

El dinero del futbol, sin embargo, extiende sus beneficios más allá de los ingresos que las televisoras pueden obtener por comercializar los espacios de difusión de los encuentros. Sin duda, uno de los renglones en los que las cifras son acompañadas de varios ceros es en el relativo a los sueldos percibidos por los jugadores y entrenadores de los principales equipos de la liga. Y aquí se habla de millones de dólares al año que se les paga, sin declarar impuestos, a los futbolistas estrellas y a los entrenadores, particularmente a los extranjeros.

¿Hasta dónde llega el negocio de los dueños del futbol mexicano? Es una pregunta que pocos empresarios del deporte gustan responder. El de los dineros es un tema que se maneja en privado, con discreción. Hay, sin embargo, algunos indicios. Los clubes de futbol, desde los que compiten en la primera y hasta la tercera división profesional, encontraron en la promoción de marcas impresas en los uniformes de sus jugadores una forma de obtener recursos.

El monto de los patrocinios por este mecanismo varí­a según la empresa y el equipo: por ejemplo, cuando Banamex, el principal banco del paí­s, concretó su acuerdo con Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, hace cerca de diez años, la escuadra universitaria recibió tres millones de dólares por portar en la camiseta, durante dos años, el logotipo de la institución de crédito. Y antes de ese convenio, Pumas recibió un pago de Televisa por 50 millones de pesos a cambio de los derechos de transmisión de sus encuentros como locales en el estadio de Ciudad Universitaria.

El negocio a la vera del futbol tiene posibilidades infinitas. Informes confirmados por este diario señalan que las empresas que colocan sus logotipos en los anuncios estáticos que rodean las canchas pagan cada una cinco millones de dólares por temporada. La firma que comercializa estos espacios en la mayoría de estadios es una filial de Televisa.

Demasiado negocio para un deporte que, salvo modestos repuntes, brinda pocas satisfacciones a millones de aficionados que pasivamente siguen cada fin de semana las incidencias de la liga.

Hace 100 años, cada asociación fundadora de la FIFA tenía que contribuir anualmente con 50 francos suizos. La organización del actual campeonato en Sudáfrica costó 1,100 millones de dólares, pero sólo por la venta de derechos de transmisiones y mercadeo, obtuvo ingresos por 2,500 millones de dólares. De este dinero se creó un fondo de premios para los ganadores del Mundial: 30 millones al campeón, 24 al segundo lugar, 20 al tercero y 18 al cuarto. Además, cada uno de los 32 equipos participantes recibió un anticipo de un millón de dólares por concepto de “preparación”, más ocho millones por jugar la primera fase. Y muchos, muchos otros premios.

Visto así, quizá el prestigio nacional vaya cuesta abajo, pero no el de los jugadores, que pasado el trago amargo de la derrota, hacen cuenta de sus ganancias, mientras nosotros seguimos viviendo la medianía juarista a la que el cielo nos mantiene sometidos. Ni más ni menos…

¿Viste, loco...?

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viernes, 25 de junio de 2010

Un gradual atole con el dedo...

México es una zona de grandes cataclismos naturales. La recorre una red de fracturas geológicas digamos que pequeñas proveniente de grandes fallas sísmicas que cada cierto tiempo derriba ciudades y sepulta poblaciones enteras. No hace mucho tuvimos una experiencia muy cercana.

Los pesimistas se han planteado durante años, lustros y décadas que también existe una “falla moral”. El terremoto que ahora sacude a la región es de otro tipo. El escándalo de la corrupción estremece las profundas raíces de nuestra idiosincrasia, incluyendo a la iglesia y las instituciones sociales, entre ellas, el poder gubernamental.

En México todavía se acusa, sobre todo en época de elecciones, a ciertos funcionarios del gobierno anterior, incluido al ex presidente Fox y a su señora esposa, de recibir o adjudicar comisiones por facilitar buenos negocios a inversionistas nacionales y extranjeros. Inclusive, se ha admitido una querella criminal para comenzar la investigación al respecto, aunque todavía nada ha sido probado en los tribunales.

Sucede algo aún más penoso: Aparentemente, una buena parte de los parlamentarios, especialmente de la oposición minoritaria, recibió sobornos copiosos de empresas que buscaban la aprobación de cierta legislación favorable: Se recuerda, por supuesto, el caso del Verde Ecologista y su influencia en el sector salud, que beneficiaba directamente al llamado doctor Simmy, hermano del líder espiritual de los verdes. Y aunque hubo diputados honorables que no aceptaron ser comprados, el número de los corruptos, se afirma, supera con creces al de los honrados.

Inclusive hoy mismo sobrevivimos un presente y un presidente sin muchas agarraderas morales. El ejemplo lo llevamos a diario en el lomo.

Veamos: Lo prometió desde el 2005, cuando lo cilindrearon para que fuera presidente de México, y se agarró de esa banderita pendeja hasta que nos apendejó: "Eliminar la tenencia". Pero no fue la única promesa que se pasó por el arco del triunfo. Hubo otras que igualmente no cumplió: quizá la más grave fue aquello de que sería el "presidente del empleo": millones de desempleados dan fe de ello. Y lo de las manos limpias hoy se ha convertido en la antítesis de su práctica gubernamental en un país en el que mueren ciudadano a diario ("ciudadanos", sí, aunque sean delincuentes, aunque sean individuos trabajadores, aunque sea una mezcla de ambas naturalezas: la sangre que mancha las manos de este individuo obseso y obsesionado por una lucha que se convirtió en cruzada es de personas, no de animales demagógicos y futboleros)...

Ayer, precisamente, en una medida claramente electorera ante la debacle de su partido en los procesos de este y los siguientes fines de semana, y con vistas hacia un 2012 más gris que el prestigio que se ha ganado a toda ley, el Felipe Calderón firmó un decreto para que quienes compren un auto nuevo con un valor de hasta 250 mil pesos no paguen la tenencia, impuesto que se eliminará gradualmente, y llegará a su desaparición el 31 de diciembre de 2011. O sea, en términos absolutos, el Felipe se hizo pato durante su sexenio ¿de gobierno? y no eliminó un impuesto creado como una medida temporal en 1962 por presidente priista Gustavo Díaz Ordaz para financiar los Juegos Olímpicos de 1968, pero una vez pasada la justa deportiva no fue derogado por los subsecuentes presidentes emanados tanto del PRI como del PAN.

Hasta ese punto, lamentablemente, no hay ninguna sorpresa. Se sabe que América Latina y África son zonas del planeta especialmente podridas. En un informe de Transparencia Internacional, una ONG alemana que vigila, mide y denuncia la corrupción gubernamental en todo el planeta, establece una escala del 0 al 10, en la que el número inferior indica la mayor corrupción y el más alto la mayor honradez en el manejo de los recursos públicos. De acuerdo con la metodología y la escala seguidas por ellos, el ecuador de la corrupción pasa por la cifra de 5.5, en donde sitúan a Italia. Por encima de esa cifra los niveles de corrupción son “aceptables”. Por debajo, desacreditan el sistema democrático hasta poner en peligro las instituciones.

A juzgar por estas tablas de aquel informe, Finlandia, con 9.9, tiene el gobierno más honrado del mundo, y Bangladesh, con 0.4, el más corrupto. Entre los latinoamericanos, sólo Chile, con 7.5 se sitúa en el pelotón de vanguardia de los países más honestos, por delante de naciones como Alemania, Francia, España o Bélgica.

Uruguay, con 5.1 es, tras Chile, el segundo país mejor administrado de América Latina. Le sigue Costa Rica, con 4.5. México asoma apenas con un 3.5. Por la otra punta, el país más corrupto de América Latina es Bolivia con 2.0, y detrás se sitúa Ecuador en nivel de desvergüenza con 2.3. Dentro de Centroamérica, Nicaragua comparece con 2.4, Honduras 2.7 y Guatemala 2.9. Panamá sube a 3.7.

Naturalmente, casi siempre se puede establecer una clara relación entre honradez y prosperidad, pero esta historia va dirigida hacia otra señal más delicada. Todavía hay algo peor que la corrupción: La impunidad. Gente deshonesta hay en todas partes. Negocios turbios se hacen, desgraciadamente, en todas las latitudes. La diferencia radica en la reacción de la sociedad cuando se descubren estas pequeñas o grandes infamias.

En México, como en muchos países latinoamericanos, algunas de las personas acusadas de corrupción se amparan en la inmunidad parlamentaria para ponerse fuera del alcance de los tribunales, y el cuerpo legislativo en pleno, o una mayoría suficiente, participa en la conspiración para proteger a los presuntos delincuentes inscritos en su seno.

Eso es peor que robar. Eso es decirle al pueblo que quienes fueron elegidos para hacer reglas equitativas y para respetar y hacer respetar la Constitución, utilizan sus cargos para violar las leyes sin que puedan ser castigados por sus felonías. ¿Cómo pedirles lealtad al sistema democrático a unas sociedades indefensas en las que la clase dirigente comete esta clase de incalificables atropellos? ¿Cómo dotar de conciencia cívica a unos niños que crecen contemplando este tipo de conducta hamponesca?

Uno se sorprendería al saber que la transparencia y la rendición de cuentas no es una feliz ocurrencia de un diario local y su grupo de editorialistas, sino un movimiento internacional que se funda en cuestiones estrictamente económicas tendientes a conocer con mayor certeza qué países son, de acuerdo a los informes internos y a las auditorías externas, sujetos a préstamos por las grandes corporaciones dedicadas a anidar durante cierto tiempo capitales golondrinos para fortalecer los sistemas y obtener ganancias inimaginables. Eso me han contado, ciertamente.

Pero cuando creía que la inmunidad parlamentaria era el último refugio de la búsqueda de impunidad, ha surgido la opción de los embates de conspiraciones desestabilizadoras organizadas por los medios de comunicación en su búsqueda de beneficios particulares enmarcados en el libre mercado de las noticias y sus efectos. Así, las denuncias sobre presuntos manejos corruptos de los recursos públicos, audios, videos y demás propaganda negra que cíclicamente aparece en la prensa, obedecen más a burdas maniobras para ejercer presiones obscenas que en la búsqueda del beneficio social al divulgar noticias objetivas, con o sin el nuevo sabor que tanto se menciona en el mercado municipal de la información.

Las grandes fallas morales de la corrupción no sólo son privativas de los gobiernos o a los empresarios insaciables coludidos con los grupos de poder, también tiene que ver con la mayoría de los medios de comunicación en México y su lamentable manejo de la información con fines nada higiénicos. Y si vivimos en la era de la globalización, convendría también globalizar los castigos para que los delitos no queden impunes. Porque si a Transparencia Internacional le preocupa la moral de los gobiernos, convendría que también se asomara a los generadores y a los transmisores de las noticias y les pusiera un límite basado en la objetividad.

Y esto incluye a los partidos políticos que descalifican sistemáticamente cualquier propuesta que no surja de sus militantes. Esa es también una forma de fortalecer la democracia. Y aquí no se vale que se haga de manera gradual... ¿para qué...?

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jueves, 24 de junio de 2010

Recuerdos de la lluvia…

-La lluvia es una bendición —dijo el poeta una vez de hace muchos años cuando todavía llovía en Hermosillo y era parte del paisaje urbano: algo así como un lugar común que nos enlodaba el alma cuando intentábamos cruzar el pantano sin mancharnos el plumaje; o sea, hace un montón de tiempo acumulado en la botella de Jim Croce...

-Pues será una bendición —respingó la Araceli—, pero mientras el techo esté con tantas goteras, no puede ser más que una monserga, un fárrago, un embrollo, una insolencia... —y siguió trapeando la cocina tratando fatigosamente de sacar el agua que habíase estancado debajo del refrigerador, con el riesgo de sufrir una magnífica electrocutada, mientras los ratones la observaban desde los huecos de la nostalgia con cierto temor, como los integrantes de la feliz feliz Tuna Universitaria... mmm...

-Y sí, tendrás razón —volvió a decir el poeta, porque en eso de decires y no haceres, los poetas se pintan solos, y es que no saben hacer otra cosa, pues, y luego el de la voz se quedó mirando al techo como el personaje aquel de la canción de mi primo el Nano (oséase, Joan Manuel Serrat), quien mirando al cielo, buscando inspiración, se quedó “colgao” en las alturas, y luego pensó: “Por cierto, Araceli, al techo no le iría nada mal una mano de pintura...”, para después pasar a retirarse a soportar plácidamente el informativo “Entre Tontos” y a degustar una deliciosa cochinita pibil envuelta en noticia... ñam, ñam...

Pero el poeta no dejó de pensar que la lluvia es una bendición aunque aquella mujer de julio, que ha pasado por mi vida como Pedro por su casa, haya dicho escoba y trapeador en mano, al mejor estilo zapatista aquel 1994 que es una monserga in extremis. Pues qué bárbaro, ¿no?

Yo digo que la lluvia son lágrimas de dios, de un dios, de cualquier dios, el que sea, no liace que sea Maradona, para no dejar sentida a ninguna divinidad. No sé porqué son esas lágrimas, si porque está triste, si porque feliz, o simplemente porque a veces los dioses tienen que llorar para darle servicio al tinaco o al boiler del alma. Yo qué sé. Eso mejor se lo preguntan a los representantes plurinominales de dios en la tierra, esos que son elegidos por dedazo, ni más ni menos: el papa, los cardenales —¿de Nuevo León? No, qué va—, los ministros de la iglesia luterana, los hermanos mayores de las congregaciones cristianas, más los personajes bíblicos que se acumulen en la semana. Mjú.

Y encima, la lluvia es como un puñado de palomas que posan tendidas en el alambre del cielo mientras el agua de vida se escapa de esa inmensa y celeste fuga —que es como la pesadilla del terapéutico José Luis Jardines, que tanto nos ha ayudado a soltar el veneno cada mañana, justo cuando abrimos la llave y no sale ni una inchi gota de agua, pero en cambio brotan raudales de madrazos de nuestra boca, dirigidas precisamente hacia este municipal servidor, ya muy abollado maternalmente— y cae en picada cual papalote de Silvio Rodríguez buscando la garganta febril de esta tierra sembrada de verano y del recuerdo grisáceo de un tandeo politizado por la ignorancia cero por ciento grasa de un tiempo que no volverá, dice el oráculo del Congreso, cámara y grabadora en mano. Amén...

Pero que ha vuelto, dice la vox populi, como para aterrizarnos en la realidad.

Ni modo: así es el futbol, diría Javier Aguirre...

Como sea, si monserga o bendición, la lluvia es la oportunidad que tenemos en esta región de sentirnos vivos—seres normales compuestos por dos terceras partes de agua y otras dos de carne asada— que vamos y venimos por los diferentes ríos del día bajo un sol como ojo de cuico en busca de la infracción; sol que nos tuesta como a granos de café y nos deshidrata las emociones, así que cuando llegamos a casa no somos más que guiñapos lentos que somos bebidos lentamente, sorbo a sorbo, por esa mujer o ese hombre o ese híbrido de la pasión que nos abraza en agonía amorosa bajo la cadencia mágica de la complicidad de la medianoche para dejarnos como sobrecito de te Lipton, con el cordón todo mojado y guango y la etiqueta como lengua de fuera: ¡bendita sea la lluvia, chingao!

Yo espero la lluvia cada vez que veo cruzar por el cielo insectos manchados de blanco. Y es que me viene el recuerdo exacto e inevitable, como inevitable llamada mañanera de Liverpool pasadas sólo unas horas del límite de pago, de aquella infancia navojoense, en el patio de aquella casa de la avenida Morelos, a la sombra inmensa de un guamúchil, cuando los niños que fuimos en aquel barrio atrapábamos caballitos del diablo —aquellos insectos formidables con antenas enormes que ahora envidiamos, según me han confesado algunos miembros de mi degeneración preparatoriana, para presumir virilidades de la ficción por fatigadas ciertamente— y le echábamos puñados de ceniza en el lomo antes de soltarlos porque sabíamos, estábamos más que seguros porque la ciencia es ciencia hasta en Navojoa, que esos insectos voladores llegarían hasta el mismísimo San Pedro y harían ver el reclamo de lluvia que unos simples pero felices mortales le hacíamos en medio de la canícula amarilla de esos años: "¡Que llueva, que llueva, la virgen de la hueva...!"

Era el tiempo también de la caza de mayates —mayates de verdad, insectos, pues, no de esos sujetos que habitan en el clóset para que algunos reporteros de espectáculos no se salgan precisamente de ahí, según me han dicho, eh— en busca de la lluvia, a los que atábamos un hilo de coser a una de sus patas o por la cintura —hilo tomado subrepticiamente de la cajita de costura de doña Olga, de doña Centolita, de doña Carmen, de doña Socorro y de todas las doñas que personificaban a nuestras madres, bohemios, dios tenga a buen recaudo a la mayoría de ellas— y después lo soltábamos para que volara frenéticamente a nuestro alrededor hasta que el animalito se enfadaba como chofer de camión urbano sin radio y sin la cumbia del momento: “Ando bien pedo (bien loco, cantándole al recuerdo mis penas... etcétera)”, o nosotros nos enfadáramos como pasajeros de camión urbano a expensas de un chofer con radio: “bebiéndome la vida perdido, jodido entre las noches sin tu cuerpo, yo si te necesitooo… te necesitoooo…"

¡Qué paradoja tan del pasaje urbano, me cai, broders an’ sisters!

Con los años, la mayoría de aquellos niños fascinados por los insectos de la lluvia dejamos de cazar aquellos animalitos verde bandera, pero no todos, pues algunos trasnochados con figura de ballerinas ampliaron su coto de caza alrededor de los cuarteles no para implorar una lluvia benéfica para una ciudad sedienta, sino para reclamar al menos un jirón de llovizna para ese rincón estéril de la ternura, más reseco que el desierto de Atacama, en Chile, para más ubicuidad, que es el segundo más árido del mundo, porque el que más reseco es precisamente ése que buscan con todas las urgencias corporales humedecer aunque sea por un instante de felicidad... ¡Caramba y samba la cosa, que vivan todas lluvias!

Y es que entre los mayates de la infancia y la lluvia que habitaba bajo sus alas, y los mayates del presente y los restos de humedad, hay un millón de palomas de distancia, tendidas por cierto en el alambre de las nubes que en tardes como las de ese ayer nos llevan a viajar a la infancia, a esperar con impaciencia la lluvia —bendición o monserga, insolencia o felicidad— para saltar jubilosos bajo los chorros de agua en pantalones cortos ante la mirada cuidadosa de mamá, que un día de lluvia se nos fue de entre las manos como arena entre los dedos, diría el poeta…

Y hoy me viene al recuerdo todo este asunto de la lluvia goteando en la memoria porque precisamente hoy es 24 de junio, el mero día de San Juan, fecha en la que desde hace mucho solíamos echarnos agua por el simple placer de festejar el día con viejas costumbres venidas desde nuestras raíces independentistas. Algo así como un rasgo que nos ha dejado el Bicentenario tan llevado y traído. Yo, aunque la Patrulla del Agua me vigile —como Pedro Ferriz vigilaba otros mundos— me llevaré una botellita con agua para bautizar a todos los seres queridos que se me atraviesen, como para alimentar la nostalgia acuosa de mi alma... snif...

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miércoles, 23 de junio de 2010

Hola, querida, ya llegué...

Lo vi en una bitácora no hace mucho:

Que levante la mano quien crea, como yo, que esta es una verdadera jalada.

Es una idea española del año 2004.

Y yo me pregunto, ¿cómo serían los mensajes?:

Hola, soy tu menstruación, nos vemos a las 6 en el café, ¿de acuerdo?"

O peor aún:

“¿Qué tal, Marilú?: ¡Ya estoy aquiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!"

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La riqueza no asegura la salvación...

Un día nos despertamos con la jubilosa y monopólica noticia de que el empresario mexicano Carlos Slim (Ciudad de México, 28 de enero de 1940; o sea, ya peina 70 años de canas) es el hombre más rico del mundo, según publica la prestigiosa revista estadounidense Forbes, que cifra la fortuna de ese hombre de negocios en 60.6 mil millones de dólares. Es decir, una baba de nada...

Y luego, al día siguiente, el papa Benedicto XVI aseguró, durante la ceremonia del rezo del Ángelus celebrada en su residencia veraniega de Castel Gandolfo (a unos 30 kilómetros de Roma), que la riqueza no sólo no asegura la salvación, sino que incluso la puede comprometer seriamente. ("¡Qué mello!", ha de haber dicho el tal Slim).

Un día, en un reportaje de la gringa publicación, se recuerdan los digamos modestos orígenes del hombre de negocios, hijo de un inmigrante libanés y de una mexicana, y se señala que, con base en cálculos nada renales, Slim ha amasado una fortuna de más de 60 mil millones de dólares, como decía párrafos arriba. Luego se dice que esa estimación está basada, según Forbes, en el valor público que sus compañías tenían a finales de marzo pasado.

Y luego, al día siguiente, el Ratzinger ése dijo que no hay que considerar la riqueza como un bien absoluto, sino que es sabio no apegarse a los bienes de este mundo, porque todo pasa y todo puede acabar bruscamente. Pero el señor Papa dice lo que dice enfundado en una bata de satín y rodeado de los mayores lujos que el representante personal de dios en la tierra ha de tener. ¿Quién entiende, pues?

Como sea, el veterano Slim, a sus siete décadas (convertido en el soltero más deseado no sólo de México, sino del mundo entero), se ha colocado por delante del fundador de Microsoft, Bill Gates (o Memo Puentes, para la raza de los bleachers), quien tendría como 58 mil millones de dólares, indica la misma publicación, que subraya el carácter diferente de los dos magnates, pues mientras Gates está vendiendo su única fuente de bienestar, las acciones de Microsoft, para construir su fundación, Slim crece a un ritmo impresionante: su valor neto aumentó el año pasado en 12 mil millones de dólares, en parte gracias a Telmex y monopolios asociados, incluido —según se ha dicho hasta el hartazgo— el Gobierno de México, sus escudos, banderas, selección nacional y sus sángüiches, por supuesto...

Yo no sé si don Papa se refirió al mexicano libanés cuando invitó a los fieles a saber administrar los bienes evitando toda clase de codicia para así poder compartirlos con nuestros hermanos (“...aunque no tengan teléfono”, se me figura que pensó el Ratzinger, aunque no estoy muy seguro), especialmente con los más necesitados, xodidos, hambrientos, miserables, ciudadanía, electores, gente o como se denominen en las diversas regiones del mundo mundial... y después recordó a los fieles católicos que el verdadero tesoro que hay que buscar está donde se encuentra Cristo. O sea… ¿en las iglesias? ¿en las medallitas? ¿en las postales que se pegan en los cristales de las ventanas de las casas que amenazan con la leyenda posmoderna: "Este hogar es cristiano..."?

Pero nunca falta una voz disidente, y ésta no es necesariamente del ex Subcomandante Marcos hoy tristemente Delegado Zero (por aquello de lo light, y que según dicen, recibe una lanita del Slim), sino de George Grayson, un profesor de la Universidad College of William and Mary, experto en México y creador del término “Slimlandia”, que intenta describir la fuerte presencia de la familia Slim en la vida económica mexicana: es dcir, de los millones de Slim, que como hemos visto, no son pocos y que bien nos alcanzarían a todos como para que nos repartiera unos cuantos a cada uno para seguir comprándole las porquerías que nos vende el millonario de marras: "¡Qué coraje!", diría la Oyuki sacando los cinco pesos para el camión...

Dice el Grayson que Slim es uno de los grandes personajes de México que impide su crecimiento por estar al frente de monopolios u oligopolios, y añade que si la economía mexicana es altamente ineficiente y pierde competitividad en el mundo, es por personas como Slim. Sin embargo, las palabras del profesor gringo son rechazadas por Carlos Slim junior, de 43 años e hijo del magnate, que no tardó en declarar a Fortune que cuando un empresario tiene éxito, suele haber alguien que intenta poner a la opinión pública en contra para competir.

Como sea, por un lado tenemos que un mexicano es el hombre más rico del mundo, según una revista especializada en medir las fortunas indignantes y obscenas. Un mexicano que respira el mismo aire que casi 100 millones de conciudadanos que sobrevivimos (sin que esto suene a democratizar el término) en una miseria inacabable.

Un mexicano (libanés también, pues, porque de otra manera pura máuser hubiera acumulado en bonche de lana, sino que se la hubiera gastado de inmediato en Coppel y Elektra en engañosos abonos chiquititos) cuyas empresas familiares le representaban el año pasado el 5 % del Producto Interior Bruto (PIB) de México, y controla sociedades que valen una tercera parte de los 422,000 millones de dólares gestionados por la Bolsa Mexicana de Valores. O sea, un mexicano sentado en una orilla del mucho, del tzingo de dinero dineroso.

Y sentado en la misma orilla, porque según reza la conseja popular, detrás de cada fortuna hay un Papa, Benedicto XVI suelta la arenga que atenta contra sí mismo, ya que vive inmerso en la mayor fortuna que el hombre ha acumulado: la marca registrada de Cristo y todas las vírgenes y santos que ha habido necesidad de crear llegado el momento.

Así que aquello de que la riqueza no asegura la salvación suena más como a discurso político que a verdad absoluta. Pero de que da miedo ser rico, da miedo. Por eso muchos de nosotros, siguiendo el mandato predivino, preferimos la honesta medianía juarista de la que tanto habló López Obrador, aunque ahora preferiría no haberlo puesto en práctica, considerando las magras economías del partido del sol nublado. Y ya ven lo que le pasó al Jefe Diego por andar presumiendo fortunas mal habidas y peor aseguradas, según ha dicho la prensa este último mes en que la nación y el estado que guarda se ha privado de su barbuda y merolica presencia de abogado benefactor de malechores... sí, como ése de Hermosillo en el que usted está pensando, amigo lector... mjú...

Aunque lo que ahora hace el Benedicto ya lo hizo Juan Pablo II, cuando visitó los Estados Unidos, y ahí reprendió al pueblo norteamericano por no mostrar misericordia. Entonces dijo que deberían dar a los pobres lo que tenían, porque eran una nación muy rica. Sin embargo, en medio de las ruinas después del gran terremoto en Italia, en 1980, el papa se acercó a la cama de un pobre hombre italiano que estaba herido, y lo único que hizo fue poner sus manos sobre la cabeza del hombre y hacer la señal de la cruz. El papa, tan bondadoso, sólo le dio su bendición y se fue por donde vino. Así nomás. Y es que prometer no empobrece, dicen. ¿Por qué no le pagó un doctor House, por ejemplo...? Ah, verdá...

Los expertos dicen que la iglesia católica es la mayor potencia financiera, acumuladora de riqueza y propietaria de bienes que existe actualmente. Posee más riquezas materiales que cualquier otra institución, corporación, banco, fiduciaria, gobierno o estado en todo el mundo. Por tanto, el Papa, como administrador visible de esta inmensa riqueza, es la persona más rica del mundo (y para no dejar sentido a nadie, también del cielo y de los infiernos… ¡faltaba más!). O sea, Slim es un vulgar pelagatos junto al territorio telcel del Papa... y alégale, ca'ón ...

Nadie puede calcular en forma realista cuánto vale el Papa en términos de billones de dólares, pero de que vale lo que pesa en oro, lo vale. Y, además, tiene toda la autoridad para decirnos en el idioma que se le antoje, estimado lector: “la riqueza no sólo no asegura la salvación, sino que incluso la puede comprometer seriamente”. Pues sí: y entonces ¿qué hacemos con la pobreza?, pregunto joe...

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martes, 22 de junio de 2010

Recordando a Carlos Fuentes...

¡Puuuuuutttoooooooossssssssss...!
...
Una de las frases más recordadas y vivas de Carlos Fuentes:
¿Para qué ganar si podemos perder...?

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Cómo sobrevivir a una balacera…

El otro día se presentó en Monterrey el manual para estudiantes de escuelas primarias “Cómo sobrevivir a una balacera”, en el que se indica puntualmente algunas acciones que deben seguir los pequeños para que las balas de la delincuencia y de las autoridades, que también lesionan, no les hagan daño: entre las recomendaciones, se señala que los niños no deben asomarse cuando escuchen que se desata una balacera frente al plantel, porque es bien sabido —como lo subrayara de manera más que científica El Piporro en una de sus más celebradas rolitas, el Corrido de Gumaro Sotero—: “las balas disparadas de aquí para allá, dan allá, y las balas disparadas de allá para acá, dan acá”, así que es mejor hacerle caso al manual para que los múltiples tiroteos de la realidad mexicana no nos hagan daño, porque por más manuales que se escriban sobre el tema, las balaceras siempre estarán presentes, considerando el Estado fallido en el que la demagogia nos trata de convencer que somos bicentenariamente felices y futboleros: “¡Uuuuuuuuuuuutttoooooo…!”

Y qué curioso, pues, justamente ayer, que apenas dio inicio el verano —época en el que la violencia se dispara porque la sangre se calienta muy caliente en esta región del planeta—, le decía a mi amá una de mis más arrebatadas teorías sobre el asunto ese de las balaceras que Los Pinos nos tienen prometidas, sucesos que están en boca de todos y que los diarios e informativos han tomado y retomado para hacer negocio y meter zancadillas políticas, que es una manera sucia y macabra de hacer negocios, pues en el pedir está el dar, dijo Juanga aquella vez que cantó a favor de Labastida, y así le fue al mochiteco en el 2000. Bueno, ese es un asunto del pasado que regresa cada vez que los medios necesitan lana.

El caso es que dije mi teoría y mi amá, que es harto respetuosa de lo que piensan los demás, nomás me señaló: “Tenías que salir con otra de tus babosadas, ya estás igual que tu tío Israel”, después siguió batiendo con esa energía de viejita casi ochentera los frijoles de fiesta que le salen verdaderamente sabrosos: “Como si los vendiera”, dice mi prima Oyuki con un platón en una mano y tres tortillas de harina sobaqueras en la otra. Y gracias a dios que nomás tiene dos manos, que si tuviera más, en la escena participarían otros personajes: un trozo de queso, un vaso de Coca con hielo, una lata de chiles jalapeños, más lo que se acumule en la semana.

Bueno. Mi tío Israel era un hombre mentiroso y malhablado de a madre. Cuando decía algo, todo mundo se le quedaba viendo a los ojos para tratar de reconocer alguna luz que le señalara si lo que acababa de decir era cierto o mentira. Casi siempre era lo segundo, pero ocasionalmente decía algo verdadero con ese tono campirano que lo hacía ver como el individuo simpático que en verdad fue durante toda su vida.

Pero, como en la tontería aquella de Pedrito y el lobo, cuando mi tío decía algo cierto, por ejemplo que las vacas dan leche, que las aves vuelan o que los peces nadan, nadie le creía porque todos suponían que debajo del manto de esa verdad irrefutable, lácteo y vacuno a la vez, por ejemplo, había una mentira perversa que le torcería la cola al cochi de la verdad para convertirla, a fuer de costumbre, en un mentirón fangoso en el que todos quedaban atrapados como moscas. Pero moscas felices, hay que admitirlo.

Mi teoría sobre las balaceras es demasiado sencilla para ser verdad: yo digo que cuando los sicarios planean algo, es muy difícil equivocarse. No es imposible, pero sí es sumamente difícil. Ni siquiera se salva el Cardenal Posadas Ocampo —¿se acuerdan? —, quien presuntamente cayó abatido por una docena de balas que llevaban un destino muy diferente a su corpulenta humanidad XL casi divina. Sobre todo después de que se supo que el santo varón era el confesor de ciertos narcos que le dejaban limosnas que eliminaría de tajo la necesidad de intentar un récord Guinness para realizar una obra de caridad, como una carne asada gigantesca o una regalona para alimentar el ego. De ese pelo el asunto.

Como que gastar cientos de miles de pesos en armamento, parque, preparar el operativo y llevarlo a cabo sin tener el cuidado de verificar el objetivo utilizando el método científico, es como querer ir a la luna en una bicicleta ponchada. Así que llegar a la cinco de la mañana a tirar balazos como si se estuviera en un puesto de feria de pueblo, tirándole con rifles de municiones a los patitos, y todo nomás porque sí, como que no encaja en la lógica. Ni siquiera en la lógica del absurdo, que tanto nos gusta a los mexicanos. O ponerse fuera de una escuela primaria a dispararse entre los bandos azul y rojo nomás porque es martes y hace mucho calor, tampoco entra en el cuadro de las explicaciones que a todos nos dejen tranquilos, en paz y en posición fetal.

Imaginemos la escena: un puñado de matones poniéndose de acuerdo en la ruta a seguir, el objetivo cierto, la posición a adoptar, la meta que se persigue, cuántos muertos quieren en el operativo, cuántos balazos disparará cada uno, qué vehículo utilizará, cuál será la ruta de escape, cuánto ganará cada cual, qué dirá si son atrapados (nunca falta que la policía le atine a algo, así que…), cuánto tiempo pasará en la cárcel, cuánto le pasarán mensualmente a su familia, si será en dólares o en moneda nacional, cuál será la posibilidad de ser rescatados en el futuro inmediato. Y encima de todo esto, ¿equivocarse? Ver para creer.

Aunque a los medios esa fácil versión de la equivocación les da mayor margen de maniobra para presionar a las autoridades, doblegarlas si es preciso a fuerza de “opinión pública” (que no es otra cosa que encuestas amañadas y opiniones manipuladas, como si se tratara de reubicar el Hermosillo Falsh, verbi gratia) y negociar con ellas patrocinios malhabidos y demás contubernios que son fácil de detectar hasta en las mejores familias. En fin.

No recuerdo bien qué es lo que tratábamos en aquella cordial mesa redonda que sostuvimos casi a finales de la década del 70, pero en un momento de extraviada inspiración, mi buen amigo Conrado salió con el conocido dicho árabe: “Cuando llegues a tu casa, golpea a tu mujer. Si tú no sabes la causa no importa, porque ella si la va a saber”. Cabe decir que el ala femenil de la mesa casi linchaba a mi amigo, mientras que el macherío, que por cierto era mayoría aquella noche, festejó con gritos, porras y vivas las palabras del Conrado. Casi lo sacábamos en hombros del recinto cual matador en una tarde de cinco orejas cinco. Aún hoy, escucho de vez en cuando aquellas viejas palabras que se quedaron grabadas en la memoria de los machos como sentencia bíblica, que no es asunto menor, por cierto.

El caso es que el refrán árabe viene al cuento por las balaceras cotidianas, haya o no manuales de sobrevivencia. Me parece que si te tiran más de 100 balazos y no sabes porqué, algo está fallando en tu memoria. De hecho, si uno va y le pregunta a cualquier hijo de vecino quién pudiera tirarle ya no cien balazos sino uno o dos a su casa, seguro que dirán dos o tres nombres y por diferentes causas, desde las más sencillas que son deberle 500 pesos al señor de la tiendita hasta palabras mayores que son ponerle los cuernos al jefe con su mujer —o a la mujer del jefe con el jefe: ya ven que ahora con eso de la diversidad todo es posible—, pasando por las comunes y corrientes que son el hecho de que le caiga gordo a fulanito porque a uno le duele la cara de ser tan guapo o por el porte distinguido que nos piloteamos y que nos hace parecer más galanes que Arturo de Córdova: “Eso no tiene la menor importancia...”

Así que si viene un comando armado a tu casa y te deja la fachada hogareña como paisaje lunar, algo sabe el comando que tú no quieres recordar. Es decir, si tú no sabes por qué, el comando sí lo sabe. Y dentro de todo, esa es la peor opción. Por otro lado, ¿cómo detecta alguien a un individuo que va a atentar contra otro? Ya ven que ni los estadunidenses, con toda su tecnología inimaginable y los millones que le invierten a la guerra contra el terrorismo, alcanzan a imaginar siquiera quién será el próximo loco que se meta a una escuela secundaria y acribille a docenas de estudiantes, o al próximo desquiciado que estrelle un avión contra un edificio. Así que ¿vale la pena que los medios gasten sus pocas neuronas en encuestas imbéciles de si vivimos en un medio inseguro? Porque de una vez le podemos contestar que si. Y punto.

Definamos inseguridad y después hablamos, porque la violencia es sólo un rasgo de la inseguridad: también lo son, entre tantos y tantos más, el desempleo, la falta de educación, el tandeo, la manipulación mediática, la incultura, la ignorancia, hasta la forma en la que hoy se realizan las campañas políticas hacia el 2012. Y contra eso no hay manuales posibles para sobrevivir a esas balaceras: lo único válido es agacharse, proteger la credencial de elector con toda el alma (si es 03, renueva, eh) y gozar el verano, que acaba de decir presente con una temperatura ambiente de 44.5 grados nomás para abrir boca: ¡A la bestia…!

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lunes, 21 de junio de 2010

En el silencio de mi padre…

Y, bueno, ayer fue día del padre, según el calendario del más comercial antiguo Galván.

Y, quiera uno que no, pues ahí fuimos a echarle un abrazo a don Salvador, don Salvatore, al Toto, pues, de un Cine Paradiso tan presente como si fuera este mismo instante en el que lo estoy viendo y reviviendo como el nostálgico empedernido que soy, que simpre he sido. Y lo siento mucho, diría el Papatzul Mercado. Nomás…

Y dígome a mí mismo myself que cada vez que pienso en la ancianidad lo hago con temor, pero con el temor de no llegar a ella. A diferencia de numerosas personas con las que he platicado sobre el tema, a mí no me aterra la idea de envejecer, más bien me agrada pensar en la etapa última de mi vida, imaginándola como un gran final que no me gustaría perderme por nada del mundo. Sé que mucha gente no comparte mi punto de vista. Casi puedo escuchar sus argumentos resaltando lo negativo de la vejez. Pero así es el asunto.

Como lo he dicho antes y de seguro lo diré hasta el hartazgo, yo veo a mi padre, a mi papá, a mi viejo, mi querido viejo, o como usted le diga o lo recuerdo, estimado lector, y el temor se me quita pronto.

Mi padre es un individuo callado y serio, trabajador desde niño (lo que lo invalida para ser diputado local, al menos de la presente legislatura), austero, bonachón, madrugador, con un aire de solitario que lo hace parecerse a la neblina de las mañanas invernales, buen amigo de sus amigos, introspectivo y resuelto, fanático de Pablo Milanés y de José Luis Perales, seguidor del Atlante y del Morelia, cinéfilo de televisión, fumador eventual de habanos, bebedor ocasional de brandy y, con sus más de setenta años encima, tejedor de esperanzas para sus hijos y nietos.

Como él, también soy seguidor de Perales, y con éste me embriago en las letras y cadencias de aquella melodía dedicada precisamente a esa figura, y que el hispano en acción titulara “A mi padre”, para más señales, y que alguna fuera nuestro caballito de batalla una serenata de hace como mil años en Navojoa, y que terminamos en casa del Lico Bacaricia con un llanto cada vez más amanecido:

“Tiene el andar cansado y a sus espaldas setenta y tantos años de esperanza. Tiene una casa, verdugo de sus manos y sus espaldas.

Cuando amanece el día camina y canta buscando de la tierra en las entrañas el pan caliente, milagro que realiza cada mañana.

Es aprendiz de todo, maestro en nada, es poeta a su modo, le gusta el alba, y entre sus manos (y entre sus manos) florecen a escondidas algunas llagas.

Tiene cansado el cuerpo, cansada el alma, tiene un interrogante sobre su cara; tiene un camino (tiene un camino), le gusta ser amigo de sus amigos.

Quiso cambiar su vida, dejar la aldea mas no pasó de ser una quimera (una quimera), que se quedó dormida entre la tierra.

Tiene cansado el cuerpo, cansada el alma, luce sobre su pecho camisa blanca, con su mirada (con su mirada), me dice que la vida no vale nada…”

Yo fui ayer a buscarlo y encontrarlo no solo en la figura cansada y encorvada de mil años, sino en los acentos y ademanes y palabras y gestos de toda la generosa aldea que somos (como si acabáramos de nacer, como si tuviéramos tres mil años años) y lo encontré multiplicado en la mirada lenta y el horizonte cada vez más cercano, como si mañana mismo con solo extender la mano pudiera alcanzarlo y entonces decir que ya cumplió todas las metas, que ya alcanzó sus objetivos en la vida, que ya nada queda por hacer… que a vida ya no tiene ningún misterio y que tal vez es hora de embarcar hacia ese otro lado del mar al que no pueden llegar los vivos…

Y digo para mí mismo que cada vez que veo a mi padre, mi infancia se me abalanza como uno de aquellos tres tristes tigres y lame de mi mano trozos maravillosos de nostalgia para armar (por supuesto, Armando) todo ese entramado invisible de los días que viví y que, gracias a la magia maravillosa del cariño de Araceli y la triple A de mi alma, continúo viviendo en las orillas de aquella casa de la Apolo donde siguen palpitando algunos corazones que llenan el mío.

Veo a mi padre, y siento cómo un niño descalzo y en pantalones cortos se sube por las varillas de mi alma, se prende de las ramas de aquel viejo árbol que de seguro se habrá secado ya, y juguetea a la sombra de un hombre que entre sus prolongadas ausencias acostumbraba llevarnos al Río Mayo a pasar los domingos a chapotear en el agua del recuerdo que se ha quedado entrampada en el remoto recodo del pasado, mientras él no nos perdía de vista desde la fosforescente lona amarilla que ponía sobre la hierba de la rivera del río.

Muchos años después, en el silencio de mi padre escucho los miles de gritos que encendieron nuestros nombres en el atardecer de la infancia en un baldío infestado de quelites silvestres que hacían una fiesta vegetal vestida de verde que te quiero verde lorquiano. Y veo a mi madre con cuarenta años menos, preparando un pastel en la calidez tierna de un cuarto grosero disfrazado de cocina.

Ahí estaba mi madre y mi padre entonces, igual que ahora, sumidos en sus propias esperanzas, enhebrando los sueños en seis chamacos horribles y con los pelos hirsutos parados y en ¡firmes!, niños que en lo más sofocante de sus pesadillas les gritaban a papá y a mamá para poder dormir en la cama de la felicidad.

En la oscuridad, velando el sueño grisáceo de aquellos cochinitos de la ternura, mi madre y mi padre susurraban cosas que nada más ellos sabían. Lo demás se quedaba en la duermevela. De pronto, mi infancia da un brinco de casi cincuenta años al futuro, y aunque algo me oprime la garganta, un hilillo de voz sale de lo profundo de mi alma para decir así nomás, sin literatura ni nada: “Feliz día tuyo, papá”. Tarde pero seguro.

Y sí, feliz día, papá, hoy y siempre, donde quiera que los días te lleven cuando el sueño te alcanza, cuando la máquina de diálisis zumba lenta en lo más oscuro de la medianoche como augurando un amanecer incierto, como el más inimaginable amanecer de los sueños, cuando el cuerpo se resiste a despertar, a abrir los ojos por temor a encontrarse en una oscuridad que ya no tiene regreso, en un silencio que llena todos los espacios, en un zumbido que de tanto y tan fuerte ya no se escucha, en una muerte que no tiene boleto de regreso…

Sí, feliz día, papá, porque te conocí plenamente y supe de tus alegrías y tus dolores, de tus angustias y tus desencantos, de tus lejanías y tus amores, del peso inevitable de heredar un apellido que no tiene gloria ni fortuna, ni blasones ni brillantez, ni futuro ni esperanza; y supe de tu dolor que querer ser algún día un conquistador de nuevos territorios y nuevas latitudes en las que imponer los blasones propios y los de una estirpe desconocida que con el tiempo se empezaría a deshilar de los vientres inacabados de las mujeres familiares que vinieron a darle brillo a unos varones lentos y sin destino que llegaron a ser lo que fueron y lo que son gracias a las voces indoblegables de sus compañeras…

Sí, feliz día, papá, porque has llegado a ser leyenda y luz y brillo en medio de una estirpe oscura que te siguió los pasos sin saber que detrás de cada recodo del tiempo dejaste un trozo de tu alma simple y sencilla para multiplicarte a un futuro que llegó así, como llegan todas las maravillas, sin buscarlo ni invocarlo, sin tenerlo en cuenta, sin saber que el futuro podría ser parte de todos y de nadie, sin siquiera imaginar que en ese futuro, en ese hoy, estamos germinando nuestro propio presente y futuro todos aquellos que llevamos tu apellido doloroso y gentil, maravilloso y simple, tierno y mortal, como esa palabra que emerge sin la zeta inicial y la a final, que es el origen y el destino de toda la humanidad…

Felicidades, papá…

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