Trova y algo más...

miércoles, 23 de junio de 2010

La riqueza no asegura la salvación...

Un día nos despertamos con la jubilosa y monopólica noticia de que el empresario mexicano Carlos Slim (Ciudad de México, 28 de enero de 1940; o sea, ya peina 70 años de canas) es el hombre más rico del mundo, según publica la prestigiosa revista estadounidense Forbes, que cifra la fortuna de ese hombre de negocios en 60.6 mil millones de dólares. Es decir, una baba de nada...

Y luego, al día siguiente, el papa Benedicto XVI aseguró, durante la ceremonia del rezo del Ángelus celebrada en su residencia veraniega de Castel Gandolfo (a unos 30 kilómetros de Roma), que la riqueza no sólo no asegura la salvación, sino que incluso la puede comprometer seriamente. ("¡Qué mello!", ha de haber dicho el tal Slim).

Un día, en un reportaje de la gringa publicación, se recuerdan los digamos modestos orígenes del hombre de negocios, hijo de un inmigrante libanés y de una mexicana, y se señala que, con base en cálculos nada renales, Slim ha amasado una fortuna de más de 60 mil millones de dólares, como decía párrafos arriba. Luego se dice que esa estimación está basada, según Forbes, en el valor público que sus compañías tenían a finales de marzo pasado.

Y luego, al día siguiente, el Ratzinger ése dijo que no hay que considerar la riqueza como un bien absoluto, sino que es sabio no apegarse a los bienes de este mundo, porque todo pasa y todo puede acabar bruscamente. Pero el señor Papa dice lo que dice enfundado en una bata de satín y rodeado de los mayores lujos que el representante personal de dios en la tierra ha de tener. ¿Quién entiende, pues?

Como sea, el veterano Slim, a sus siete décadas (convertido en el soltero más deseado no sólo de México, sino del mundo entero), se ha colocado por delante del fundador de Microsoft, Bill Gates (o Memo Puentes, para la raza de los bleachers), quien tendría como 58 mil millones de dólares, indica la misma publicación, que subraya el carácter diferente de los dos magnates, pues mientras Gates está vendiendo su única fuente de bienestar, las acciones de Microsoft, para construir su fundación, Slim crece a un ritmo impresionante: su valor neto aumentó el año pasado en 12 mil millones de dólares, en parte gracias a Telmex y monopolios asociados, incluido —según se ha dicho hasta el hartazgo— el Gobierno de México, sus escudos, banderas, selección nacional y sus sángüiches, por supuesto...

Yo no sé si don Papa se refirió al mexicano libanés cuando invitó a los fieles a saber administrar los bienes evitando toda clase de codicia para así poder compartirlos con nuestros hermanos (“...aunque no tengan teléfono”, se me figura que pensó el Ratzinger, aunque no estoy muy seguro), especialmente con los más necesitados, xodidos, hambrientos, miserables, ciudadanía, electores, gente o como se denominen en las diversas regiones del mundo mundial... y después recordó a los fieles católicos que el verdadero tesoro que hay que buscar está donde se encuentra Cristo. O sea… ¿en las iglesias? ¿en las medallitas? ¿en las postales que se pegan en los cristales de las ventanas de las casas que amenazan con la leyenda posmoderna: "Este hogar es cristiano..."?

Pero nunca falta una voz disidente, y ésta no es necesariamente del ex Subcomandante Marcos hoy tristemente Delegado Zero (por aquello de lo light, y que según dicen, recibe una lanita del Slim), sino de George Grayson, un profesor de la Universidad College of William and Mary, experto en México y creador del término “Slimlandia”, que intenta describir la fuerte presencia de la familia Slim en la vida económica mexicana: es dcir, de los millones de Slim, que como hemos visto, no son pocos y que bien nos alcanzarían a todos como para que nos repartiera unos cuantos a cada uno para seguir comprándole las porquerías que nos vende el millonario de marras: "¡Qué coraje!", diría la Oyuki sacando los cinco pesos para el camión...

Dice el Grayson que Slim es uno de los grandes personajes de México que impide su crecimiento por estar al frente de monopolios u oligopolios, y añade que si la economía mexicana es altamente ineficiente y pierde competitividad en el mundo, es por personas como Slim. Sin embargo, las palabras del profesor gringo son rechazadas por Carlos Slim junior, de 43 años e hijo del magnate, que no tardó en declarar a Fortune que cuando un empresario tiene éxito, suele haber alguien que intenta poner a la opinión pública en contra para competir.

Como sea, por un lado tenemos que un mexicano es el hombre más rico del mundo, según una revista especializada en medir las fortunas indignantes y obscenas. Un mexicano que respira el mismo aire que casi 100 millones de conciudadanos que sobrevivimos (sin que esto suene a democratizar el término) en una miseria inacabable.

Un mexicano (libanés también, pues, porque de otra manera pura máuser hubiera acumulado en bonche de lana, sino que se la hubiera gastado de inmediato en Coppel y Elektra en engañosos abonos chiquititos) cuyas empresas familiares le representaban el año pasado el 5 % del Producto Interior Bruto (PIB) de México, y controla sociedades que valen una tercera parte de los 422,000 millones de dólares gestionados por la Bolsa Mexicana de Valores. O sea, un mexicano sentado en una orilla del mucho, del tzingo de dinero dineroso.

Y sentado en la misma orilla, porque según reza la conseja popular, detrás de cada fortuna hay un Papa, Benedicto XVI suelta la arenga que atenta contra sí mismo, ya que vive inmerso en la mayor fortuna que el hombre ha acumulado: la marca registrada de Cristo y todas las vírgenes y santos que ha habido necesidad de crear llegado el momento.

Así que aquello de que la riqueza no asegura la salvación suena más como a discurso político que a verdad absoluta. Pero de que da miedo ser rico, da miedo. Por eso muchos de nosotros, siguiendo el mandato predivino, preferimos la honesta medianía juarista de la que tanto habló López Obrador, aunque ahora preferiría no haberlo puesto en práctica, considerando las magras economías del partido del sol nublado. Y ya ven lo que le pasó al Jefe Diego por andar presumiendo fortunas mal habidas y peor aseguradas, según ha dicho la prensa este último mes en que la nación y el estado que guarda se ha privado de su barbuda y merolica presencia de abogado benefactor de malechores... sí, como ése de Hermosillo en el que usted está pensando, amigo lector... mjú...

Aunque lo que ahora hace el Benedicto ya lo hizo Juan Pablo II, cuando visitó los Estados Unidos, y ahí reprendió al pueblo norteamericano por no mostrar misericordia. Entonces dijo que deberían dar a los pobres lo que tenían, porque eran una nación muy rica. Sin embargo, en medio de las ruinas después del gran terremoto en Italia, en 1980, el papa se acercó a la cama de un pobre hombre italiano que estaba herido, y lo único que hizo fue poner sus manos sobre la cabeza del hombre y hacer la señal de la cruz. El papa, tan bondadoso, sólo le dio su bendición y se fue por donde vino. Así nomás. Y es que prometer no empobrece, dicen. ¿Por qué no le pagó un doctor House, por ejemplo...? Ah, verdá...

Los expertos dicen que la iglesia católica es la mayor potencia financiera, acumuladora de riqueza y propietaria de bienes que existe actualmente. Posee más riquezas materiales que cualquier otra institución, corporación, banco, fiduciaria, gobierno o estado en todo el mundo. Por tanto, el Papa, como administrador visible de esta inmensa riqueza, es la persona más rica del mundo (y para no dejar sentido a nadie, también del cielo y de los infiernos… ¡faltaba más!). O sea, Slim es un vulgar pelagatos junto al territorio telcel del Papa... y alégale, ca'ón ...

Nadie puede calcular en forma realista cuánto vale el Papa en términos de billones de dólares, pero de que vale lo que pesa en oro, lo vale. Y, además, tiene toda la autoridad para decirnos en el idioma que se le antoje, estimado lector: “la riqueza no sólo no asegura la salvación, sino que incluso la puede comprometer seriamente”. Pues sí: y entonces ¿qué hacemos con la pobreza?, pregunto joe...

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