Trova y algo más...

lunes, 14 de junio de 2010

La gloria a pedacitos...

Los mexicanos estamos jodidos si seguimos pensando como los entrenadores de futbol y sus corifeos de los medios: “la selección debe jugar como los primeros 15 minutos ante Inglaterra, como los segundos 10 minutos ante Holanda, como los últimos 30 minutos ante Italia, como los primeros 18 minutos ante Sudáfrica...” y así, a pedacitos... como si la historia se escribiera así, a cachitos... y así nos la regalaran en la puerta de la casa…

Pero ¿no es que la historia nacional se ha escrito así siempre?: si no fuera así, ¿por qué entonces estamos celebrando un bicentenario y un centenario de un país que ha sufrido y gozado a lo largo de todos sus años, desde el registro inicial como raíz humana de una nación que le ha dado tanto al mundo y ha recibido tan poco porque no sabemos reclamarle a los demás lo que nos merecemos como nación, como cultura, como origen y razón de ser?

No sé si en todo Hermosillo, pero por el lado de la casa, allá rumbo a la Cruz del Norte, se la llevaron repartiendo gratuitamente un fascículo titulado “Viaje por la historia de México” —basado en el “Álbum de la historia de México”, del michoacano Luis González y González—, obra que rescata trozos de la vida nacional y los presenta como imágenes de personajes que vivieron e hicieron diversas épocas del país.

En la introducción de la publicación, firmada por Felipe Calderón, entre otros cuestionamientos, se pregunta ¿Cuál es el sentido de nuestra historia?, y más adelante señala que “el pequeño libro es, en efecto, un paseo por la historia”, en un afán de legitimar los 25 millones de ejemplares que se imprimirán para que las familias mexicanas disfruten este paseo por el pasado y encuentren hospitalaria su visión generosa, plural, abierta y constructiva.

Sin embargo, en la presentación original, González y González —un hombre generoso, afable y sencillo, un profesor sabio y sutil, un investigador incansable y un sabroso estilista del idioma— subraya que lo que menos pretende esta obra es ser un texto oficial o una guía de nuestro nacionalismo. Y nos lleva a recoger los pedacitos de gloria de un México construido así: a pedacitos de inmediatez.

¿Por qué tenemos que aceptar las verdades a medias que nos ofrecen las firmas cerveceras a través de las empresas televisivas? ¿Por qué aceptar que venga un puñado de privilegiados que ya tienen su vida asegurada a decirnos que haciendo sándwich tendremos asegurado no sólo un presente exitoso, sino un futuro sin mayores preocupaciones que seguir haciendo sándwich mañana, tarde y noche, mientras ellos, los panboleros, se llenan los bolsillos con esa obscenidad propia de los países tercermundistas?

¿Por qué no rescatar aquellos primeros intentos de luchas independientes en México, los héroes anónimos que dieron los primeros pasos y hablaron las primeras voces independentistas antes de aquel 1810? ¿Por qué no enaltecer las batallas de 1814 o las de 1916? Porque al parecer ésas no existen en la memoria colectiva. Y es que tampoco existen en la memoria de los funcionarios que manejan los hilos de la intelectualidad en México y sus manifestaciones culturales, tan pobres y mediocres como sus propios discursos. Parece que ya han olvidado lo que los libros de primaria —como haciendo honor a Luis González y González— señalan puntualmente: "El 27 de septiembre de 1821, fecha en la que el ejército Trigarante entró a la ciudad de México, marcando así el fin de una lucha de once años".

Luego entonces, no es en 1810, sino en 1821 cuando la Independencia triunfó, si se le puede decir así, y a partir de ese año somos una país independiente, no antes, si también se le puede decir independiente a un país colonizado por todas las franquicias extranjeras que en el mundo han sido, incluyendo a un tipo libanés que se ostenta como mexicano, por todas las facilidades que aquí se le han otorgado, y que de paso es etiquetado como el hombre más rico del mundo, un contrasentido de la realidad más real que padecemos en este país que Calderón ha puesto casi al mismo nivel de fantasías que Disneylandia.

Y es caso de la Revolución es otro asunto por el estilo: hay fechas protocolarias que manejan las instituciones “para crear nacionalismo” —como dijo el titular de la SEC, Óscar Ochoa Patrón, al autorizar que en las escuelas se pudieran llevar o utilizar los televisores de los planteles (¿es válido eso, apá? ¿Es legal, está dentro de la normatividad?) para que los niños vean y festejen los partidos de la selección de futbol: ¿Seguimos haciendo sándwich…?—: hay quienes señalan que la Revolución, de hecho, no lo fue, pues no cambió las estructuras sociales del país, lo cual es la esencia de una revolución; lo que hubo en México —dicen— fue un movimiento armado que culminó con el constituyente de Querétaro en 1917, aunque luego de eso empezaron las venganzas y traiciones, en una eliminación sistemática de cabecillas… en una suerte de premonición sangrienta de estos días y estos años…

No olvidemos que José López Portillo se autoproclamó como “el último presidente de la Revolución”, por lo que se supondría que con él terminó la época del estado proteccionista de bienestar e inició la época del neoliberalismo, que ha llevado al capitalismo salvaje o capitalismo de cuates que vivimos hasta la actualidad, una época donde el Estado parece buscar todo, menos el bienestar de toda la sociedad.

Sin embargo, aun cuando presidentes alejados en lo absoluto de la redención social han salido de sus filas (Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo), el PRI se ha considerado incluso hasta nuestros días como perpetuador de la gesta revolucionaria, en búsqueda incansable de la redención social y del cumplimiento de las metas planteadas por los antiguos revolucionarios. Según esto, siendo el PRI el representante de la gesta revolucionaria, y aunque su salida del poder marcó el fin de la Revolución en el poder, según los discursos de Beatriz paredes, la Revolución en México no ha terminado, sino que va a continuar con nuevos bríos cuando el PRI vuelva al poder… y según ella será el 2012… en fin…

Bien dijo el llamado Vasco Aguirre que cuando se dirigía a sus jugadores en la concentración de 60 días, los dos meses previos al mundial (¡60 días! dios mío, como si la realidad no existiera), le repetía una y otra vez que el del 11 de junio iba a ser el partido de su vida, pues iban a ser seguidos por miles de millones de personas, y sí: millones de personas vieron la poca puntería que mostraron los muchachos de las televisoras mexicanas. No sólo vieron los primeros 15 minutos del partido ni los primeros 30 de la segunda mitad: lo vieron todo, porque —aunque no nos guste— la realidad a veces no se construye con pedacitos tomados de aquí y de allá, como si fueran remiendos de una cobija.

Lo malo para la Federación Mexicana de Futbol (FMF) —tan corrupta como cínica— de que la televisión transmita los juegos de la selección es que, como bien mencionan, una imagen dice más que mil palabras, y las fallas de los futbolistas ante el arco rival quedaron ahí, grabadas en la memoria colectiva de fanáticos y futboleros de ocasión. No hay manera de hacer ni siquiera una tímida defensa inmediata ante esos errores.

Lo bueno para la FMF es que los mexicanos tenemos una muy corta memoria, que nos conformamos con lo que sea, que cualquier declaración del Vasco o de cualquiera de sus divas, medianamente congruente con su calidad de humanos —ergo: falibles—, es tomada como palabra divina, son los golpes de pecho que necesitamos cada día para soltar desde nuestro ronco pecho aquello de "¡Sí se puede!" o el automático grito de impotencia cuando el portero del equipo contrario despeja el balón: "¡Puutooooooo!", como si con eso estableciéramos nuestra superioridad indefinible...

Ni modo: como dijera Aguirre en su tristemente célebre anuncio: “Hemos dejando de ser un país del sí se puede (ganar) para convertirnos en el país del ya se pudo (empatar)”: ésos también son pedacitos de gloria que nos tenemos que comer con nuestro pan, literalmente…

Y otro pedacito de gloria: la integridad de Mandela quedó más que demostrada en la inauguración del mundial de futbol, cuando a unas horas del fallecimiento de uno de sus familiares más pequeños, decidió no asistir al encuentro futbolístico, porque desde luego hay cuestiones más importantes que la inauguración del mundial. En cambio, Felipe Calderón dejó atrás el recuerdo de los 49 niños fallecidos a causa del incendio de la guardería ABC, y todos los problemas que han surgido en el país los últimos meses, y se fue a disfrutar de un miserable partido, en un viaje disfrazado como compromiso de trabajo, y que quedará en la historia reciente del país como un trocito no de gloria, sino de amargura más… y de esos pedacitos está llena la historia nacional…

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