Trova y algo más...

lunes, 12 de julio de 2010

Los mexicanos somos como somos…

Miré en un medio local la foto de los legisladores (de alguna manera hay que decirle a estos individuos) priistas que posaron para el retrato con un cubo en las manos, como si estuvieran tratando de traer agua a Hermosillo, como (según ellos) sólido argumento para recriminarle a las autoridades municipales su falta de seriedad en el delicado tema de dotar de ese importante servicio a la ciudad, sin tandeos ni sacrificios inhumanos para la sociedad.

Cualquier persona con un mínimo de inteligencia y sobriedad sabe que no, que no hace falta retratarse con una sonrisa y actitud cínica (como los priistas de marras) para meter zancadillas políticas, sino sufrir la escasez de todo para tener las suficientes razones cívicas y civilizadas para reclamarle a las autoridades y a los partidos políticos que no han sido fieles a la palabra empeñada a la hora de las campañas. “Pero todos somos espoteros, nos gustan las luces y sentirnos estrellas por cinco minutos; sobre todo, los políticos, aunque sean mediocres, como los de la foto”, pensé, sin ánimo de presumir.

Y es que bien se puede decir que los medios funcionan como cerebro colectivo divorciado de las necesidades de nuestro cuerpo social, porque mientras vivimos cotidianamente una profunda crisis socioeconómica que está siempre por convertirse en severo conflicto político, los medios nos orientan a pensar, prioritariamente, en ese triple eje cultural al que el sistema nos tiene encadenados: el consumo, los deportes y las ideologías del espectáculo, y sólo ocasionalmente nos conduce a reflexionar y sentir los problemas centrales de nuestra sociedad. La foto que les cuento cabe, por cierto, en la trivialización del espectáculo.

Y como una cosa trae a otra, recordé la vez aquella en que un dirigente indígena del sur del país le dijo a su interlocutor lo siguiente: “Ah, ya le entendí: si tomamos a una persona de aquí y la comparamos con un alemán, la nuestra no es peor; pero si tomamos a dos de aquí y las comparamos con dos personas alemanas, ya sabemos porqué cada país está como está”: la diferencia está en las instituciones.

Todos tenemos historias de éxitos de emigrantes mexicanos. En otro país, en otro contexto institucional, el empresario, el intelectual, el escritor, el obrero, han sido capaces de lograr un despliegue pleno de sus capacidades, y de ser socialmente útiles. Prueba de que no hay una tara congénita –alguna otra herencia colonial o nuestro componente indígena– que impide el progreso porque los mexicanos “somos como somos”.

A la inversa, para desarrollar alguna iniciativa en México, siempre se sueña con una isla institucional: mientras menos se contamine de las prácticas y los valores predominantes, más probabilidades de éxito habrá. Hay algunos casos para probarlo. Prueba de que las instituciones son decisivas para producir el círculo virtuoso del desarrollo. Y si la presidencia o las autoridades de elección popular son instituciones, habría que impugnar el diseño constitucional de esos poderes y sustituirlo por alguna forma de régimen parlamentario o semiparlamentario.

Así, dicen los que saben, habría menos despotismo, más fidelidad a la palabra empeñada y menos fotos cursis rodando por los medios.

Pero los propios partidos y los legisladores en México, que sueñan con llegar, con seguir o con volver al poder son los primeros que se oponen a esos rediseños. Dicen que ese régimen está bien para los italianos o los franceses, no para los mexicanos, que “somos como somos”. Sobre todo si tienen la esperanza de algún día ser alcalde, gobernador o presidente de la república: nadie quiere que le pongan límites, sino estar en la plenitud del pinche poder, como dijera Fidel Herrera, el capo de todos los capos de Veracruz.

En contraposición, frente a la urgencia de nuestra eterna crisis política, los expertos señalan que no podemos perder el tiempo en debates exquisitos sobre el régimen político, y nos queda esa sensación de urgencia que a todos nos invade, que nos sobresalta y que nos mantiene como a mariposas frente a la luz de la vela: hipnotizadas, dando vueltas y más vueltas sin avanzar un solo paso, sin que surjan, de la crisis de cada día, los asuntos fundamentales. Como dicen: “la cosa es política”; es decir, de fuerza y de fuerzas.

Pero no. La diferencia la hace la calidad de nuestras instituciones. Y no hay nada más político que la construcción de instituciones.

Las instituciones no son las organizaciones. No son algo físico o tangible. Las instituciones son las reglas de juego –que se premia, que se sanciona– que regulan nuestro comportamiento económico, político, social. Son muy abstractas, pero todos las sabemos.

Por ejemplo, sabemos que para ascender en el trabajo no importa tanto ser creativos, disciplinados, o innovadores. Basta llevarla bien con el jefe, complacerlo, darle gusto, ser, en suma, un lambiscón. Si lo que se premia no es el mérito sino la lambisconería, no la voz sino el silencio, nuestras instituciones expulsan a los más capaces y entronizan a los más hábiles en el juego de la cortesanía. Esa es la importancia decisiva de las instituciones.

Y eso se ve a diario en todas las instituciones, que mantienen en los círculos más cercanos al poder a elementos mediocres, perversos, indignos, individuos que no aportan soluciones a los problemas, sino que alimentan el ego de los directivos para seguir gozando de prebendas mal habidas.

Por eso se dice que resulta una verdad insoslayable el hecho de que antes que la reforma económica, la reforma social o la reforma del Estado, está la reforma política de las instituciones. Sin ella, todo parecerá que cambia, pero tiempo después nos daremos cuenta, dolorosamente, que seguimos en lo mismo. Hay evidencias empíricas suficientes para probar que el desarrollo institucional deriva en crecimiento económico. Y los indicadores mundiales de desarrollo institucional muestran que México, en particular, y América Latina, en general, en esta materia están detrás de todas las regiones del mundo, con excepción de algunas regiones del África, con o sin mundial de futbol.

Los cambios institucionales surgen de las crisis, a condición de contar con los líderes que sepan imaginarlos y realizarlos. Pero para que ocurran, deben suscitar confianza en la gente. No sólo la confianza de los mercados, que tanto nos ha preocupado en el último tiempo, sino también la confianza de los ciudadanos, y en las circunstancias actuales, de violencia, de ingobernabilidad, de crisis y desastres naturales, pero predecibles, especialmente debe generar esta última, que a los legisladores les importa tan poco, al grado de poder posar para una foto con cualquier pretexto barato.

También hay que entender que la confianza de los mercados y la de los ciudadanos no siempre van juntas. Y a veces son hasta contradictorias. Entonces, ¿cómo conseguirlas?

Para lograr recuperar la confianza de los ciudadanos, que supone la base de una refundación institucional y también de una salida a crisis de gobierno, se requiere un esfuerzo adicional, no declaraciones diarias, no discursos vacíos, no extravíos lejanos. Pero en todos los casos, hay que enfrentar la necesidad de nuevas instituciones y nuevas políticas que resuelvan el problema: ¿cómo conquistar la confianza de la gente?

Así, ¿se debe seguir con la rutina de poner en primer lugar el valor absoluto de la “eficiencia” económica más que la eficiencia humana; aceptar resignadamente, como sin fuera natural, la polarización social que se deriva de la exclusión de dilatados sectores de la población –con su carga silenciosa de rencor y violencia sorpresiva– y reducir la acción del estado a políticas compensatorias que poco compensan?

O bien, ¿requerimos de líderes políticos capaces de conducir la reforma de las reformas para modelar nuevas instituciones que busquen, además de esa eficiencia, la eficiencia en la generación del empleo, de la dotación digna de los servicios públicos, la eficiencia distributiva y la eficiencia ambiental?

Esto, como se ve, no es un acertijo para México, en particular, o Latinoamérica, en general: la respuesta es de lógica elemental y obedece es una necesidad que crece cada día: que los políticos se ganen la confianza de la ciudadanía dando en prenda su propia confianza, sin recurrir a argucias baratas y ramplonas como posar para la foto… aunque ya sabemos que esta es una cruzada sin posibilidades de triunfo, porque los mexicanos somos como somos…

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