Trova y algo más...

domingo, 14 de junio de 2009

En respuesta a una cadena recibida por email…

Estimados y desconocidos amigos:
No sé quién se tomó el tiempo para enviarme este correo. Se lo agradezco “de corazón”, como dijera en su tiempo Ramón Corral.
He leído con atención la carta a la que doy respuesta múltiple.
Yo, como tengo corazón de albañil, creo que todas esas historias son verdaderas patrañas. Y les diré por qué creo eso.
“CASO 1. Kelley Sedey tenía un gran deseo, que su novio con el que llevaba 3 años le propusiera matrimonio. Un día mientras almorzaba recibió la propuesta. Ella muy feliz aceptó. Pero se tuvo que ir porque tenía una reunión en 20 minutos. Cuando llegó a su oficina se dio cuenta que en su computador tenia un e-mail, lo miró y era de los locos de sus amigos, pero luego vio uno que nunca había recibido antes. Era esta carta. Ella la borró sin siquiera haberla leído... grave error. Después esa misma noche recibió una llamada telefónica de la policía: era sobre David. Había tenido un accidente automovilístico, no sobrevivió. Si ella le hubiese mandado un mensaje a 10 personas más, David no estaría muerto”.
Bueno, pues les diré que si bien a ustedes no los conozco, sí tengo el gusto de conocer a Kelly Sedey. Kelly es una muchacha más fea que Ronaldinho, más gorda que el sorteo de la Lotería Nacional y más rica que el agua de sandía, motivo preciso por el cual David andaba con ella. David pensaba: “Con esta gorda ya la hice”. Seguro ustedes conocen gordas ricas que bien pueden representar la seguridad para ésta y algunas otras vidas más. De hecho, hoy salió una en la sección de zoociales del periódico.
El caso es que esa vez que la Kelly forzó a David a que le propusiera matrimonio, pues el muchacho, todo tembloroso, subió a su auto, do guardaba una botella de tequila, la bebió desaforadamente (como si fuera el mi primo el Chato Peralta) y ya borracho pues los semáforos dejan de existir por esa rara combinación de imaginería y de física etílica.
Entonces pasó lo que pasó: el David se estrelló con un troque cargado de vacas rumbo al rastro. El pobre terminó en medio de un lodazal de boñiga. Por ello tuvieron que dejar su cadáver tres días sobre un catre de ixtle para que escurriera las heces fecales vacunas y poder, entonces sí, practicarle la autopsia de ley y llevarlo a enterrar de inmediato dejando a la gorda en un mar de llanto.
Era triste ver aquel espectáculo: La Traviata era una nada junto a la Kelly, y eso que me refiero a La Traviata interpretada por Monserrat Caballé, que no es poco decir. En fin...
Nada que ver con el email de marras, porque ustedes han de saber que como la Kelly borró la carta sin siquiera haberla leído, entonces ¿cómo diablos podemos nosotros saber que era esta carta, eh? Tengo la ligera sospecha que quieren tomarnos el pelo (bueno, a ustedes, porque yo desde hace mucho que cero greña). Así que eso de enviar la carta a diez personas es algo así como holgazanería conductista (los sicólogos de la Unison saben mucho de esto), y mejor aprovechar el tiempo en cosas más productivas, como burlarse de este terror cibernético que, encima de todo, está tan mal planteado que hasta parece un capítulo de “Mañana es para siempre”, con toda esa estulticia que emana de manera silvestre de los personajes de la teleserie.
“CASO 2. Ahora Katie Robbenson: ella recibió esta carta; con lo supersticiosa que era la mandó a algunos amigos (no a todos). Tenía suficientes direcciones electrónicas para mandar a los diez que debía pero no lo hizo. Tres días después, Katie fue a una fiesta de amigos. Después de esa noche cuando salía en su auto para su casa, fue asesinada por el golpe de un conductor borracho. Si ella hubiese mandado el total de correos que debía, seguiría viva”.
En realidad, Katie Robbenson no murió asesinada por un conductor borracho, sino que fue secuestrada por un comando de narcos que la confundieron con la hija mayor del dueño de un periódico local (por güera, flaca y desaliñada, según me contaron en los oscuros laberintos de la justicia), y cuando los de la AFI decidieron ir a rescatarla (la tenían en una casa de seguridad de un colonia popular de Nogales), hicieron tal desmadre que terminaron balaceando a una pareja de ancianos que vivían enseguida de la casa en cuestión, y cuando por fin dieron con la Katie, lo que le dictó la lógica a los agentes de la AFI fue que debían de desaparecerla para que no contara las locas locas aventuras de unos policías más torpes que Rufo el Coyote.
Así que lo que hicieron fue traerla a Hermosillo, meterle un tehuacanazo por la nariz mezclado con unos tragos de Presidente (¡guácala!) y después la instalaron cómodamente detrás del volante de un Ford Pinto chueco y la echaron en el Vado del Río, no sin antes desnucarla. Digo, para mayor seguridad.
Y de esta carta nada de nada. ¡Si la Katie ni siquiera hablaba español! Así que sigo creyendo que este asunto es puro cuento contado por Felipe Calderón, con ese humor amargo que lo acerca peligrosamente al obispo Onésimo Cepeda. ¡Me lleva el FFCC!
“CASO 3. Richard S. Willis mandó este mensaje 45 minutos después de haberlo leído. Ni siquiera 4 horas después iba caminando solo en la calle, pues iba a su entrevista de trabajo con una excelente compañía, cuando de pronto se encontró con Cynthia Bell. Ella fue su amor secreto por 5 años, y al verlo le dijo todo lo que sentía, que lo tenía guardado hace 2 años. Tres días después, le propuso matrimonio y se casaron. Cynthia y Richard todavía están juntos y tienen tres lindos hijos. Fueron felices para siempre”.
Yo conozco a Richard S. Willis. Vive por la 45 oeste, en Phoenix. Según la historia, Richard estaba enamorado de Cynthia Bell; sin embargo, de quien realmente estaba como hueso chupado por el amor era de la hermana de la Cynthia, Margaret “Ma” Bell, o sea, de la Mabell. Sin bien la Cynthia era de buen ver y de mejor tocar, la Mabell era como el chello del Fernando Palma: grandota, llena de curvas y con una voz dulce que arrullaba maravillosamente todo momento. Ah, y además tenía un hoyo en el centro.
Pero un vaquetón de Chicago le ganó a la Mabell y el Richard no tuvo más remedio que empatarse con la Cynthia. Y, claro, con el tiempo, las borracheras y las madrugadas eróticas, se vinieron los tres chamacos tres, que por cierto son algo desastrosos, como buenos gringos. Sé de buena fuente que el Richard es uno de los tiradores de crack más famosos del valle de Phoenix, y no es tan feliz como cuenta la historia: vive a salto de mata, pero eso sí, tiene mucho billete verde, como si fuera miembro de Los Tigres del Norte: Dicen que venían del sur, en un carro colorado...
Así que nada que ver con la carta de marras. Y sigo pensando que todo esto de las cadenas es puro rollo y terrorismo cibernético. ¡Tope en eso!