Trova y algo más...

martes, 9 de junio de 2009

Si estás a punto de la depre...

Yo soy de natural desmadroso. Casi siempre ando en la carrilla. Picando cebolla. Haciéndola de tos. Pero hay veces en que la depre (así le dicen los mamilas a la depresión) me llega hasta la puntita de la varilla del aceite, y ahí sí, no tengo pa' dónde hacerme, pues mientras más remedio se le busca al agüite, más se entristece uno.
Es como andar colti y querer volver la vista rápidamente porque se nos puede ir el último tren. Digamos que durante un tiempo, el corazón (o el alma, según sea el caso) lo trae uno como pañal de niño con dos días de uso: colgado... y por atrás. Y ni modo, ¿no?
Los (o las, ¿yo qué sé?) que inventaron las toallas higiénicas femeninas lo hicieron porque las mujeres tienen esa época mensual de calosfríos que los científicos llaman "Sus días". Pero cuando nosotros, los varones bien bragados, incluyendo al Fabiruchis, al Juanga y a Porfirio "La Jacaranda" Rodríguez, tenemos nuestros días, ¿dónde nos ponemos la dicha toallita?: ¿ni modo que en el occipucio o en donde alguna vez tuvimos la cintura y ahora sólo quedan restos de la patria mía? Ah, verdá.
Pero, bueno, la depre, que es una estado del alma, les pega a todos por igual, sobre todo en marzo. Sé de alguien que la agarró fuera de base y la dejó como paliacate moqueado simplemente porque cumplió 30 años. En cambio, todos los que queremos y todos los que amamos el fútbol y que ya peinamos (en mí esto es sólo una metáfora, ya sé) canas de más de 50 años, qué diéramos por cumplir (no otra vez, sino simplemente cumplir) 30 años. Qué cosas, eh.
Dicen que la “depre” es un estado de melancolía que hace perder el ánimo. Ocurre, ciertamente, cuando sucede una descompensación arterial, meteorológica, pasional y salarial. Dícese del estado anímico al que era muy propenso Rodrigo de Triana en su canasta de vigía. Para saber si era cierto. No, no hay un estudio sociobiológico sobre el hecho en nuestra ciudad, a menos que algún medio realice un sondeo con su respectiva estadística al respecto, pero como no es tiempo de elecciones, pues de seguro que no les ha de parecer interesante. Digo yo.
Si bien octubre es el mes de las depres, marzo no se queda atrás. Y junio ni se diga: es justo cuando el clima adquiere esa brutalidad que sólo los muy bestias practican sin remordimientos. Octubre trae su carga de lunotas y marzo su cargamento de alergias.... y junio pues trae al sol en sus espaldas, que por acá no es poco decir. Marzo es tiempo de azahares, primaveras y se huele en el ambiente la tarifa de verano, junio parece un calendario colgando de la pared más despintada de la casa: no hay cuerpo que no se desgaje ante los calores que se ciernen sobre la ciudad y la estampida de muchachas (y muchachos también, pues) que se lanzan a las calles en ropas minúsculas como si fueran gringas en Peñasco celebrando el Springbreak (¡qué envidia!)
La depre, como se dijo antes, les llega a todos, no sólo a los enamorados del amor. También reparte sus influencias entre quienes vienen pita, pita y caminando desde un rincón luminoso de los quince, y los que vagan con su alma a cuestas como flautista de Hamelin, tratando de apantallar a cuanto ratoncito tierno se encuentre a su paso. Y ni qué decir de aquellos que están con un pie pisándole los zapatos a San Pedro: la depre en ellos es casi una experiencia religiosa.
Mi amigo Sergio "El Teco" Valenzuela, experto y adicto a, dice que no hay recetas contra la «depre»: no funcionan las fórmulas matemáticas ni las mezclas químicas para sacarse del alma esa sensación de vacío total, de desgano amarillento que atornilla al cuerpo a los rincones más grises de la tarde, ni existen prescripciones mágicas para arrancarse de la nostalgia la extraña tibieza que despide el olor de los naranjos en flor durante las tarde en la Plaza Zaragoza.
Ante la carencia de palabras claves que levanten el espíritu, queda el único, el íntimo, el solitario recurso de arrellanarse en la melancolía y abrir los ojos del alma para comerse a dentelladas de ansiedad los giros voluptuosos de aquellos entes fantásticos que habitan el reloj y que danzan montados en los caballos del silencio, duendes amasados de esa materia irrepetible por única, insostenible por efímera, inatrapable porque está hecha de esa sustancia intangible que llamamos tiempo...
En su más reciente obra, “Los motivos de la nostalgia. Estudio de la quimera y la depresión” (Edit. Axxus. Universidad de Sevilla, marzo del año 2000), el sociólogo Ariel E. Silva-Encinas menciona que existen fuentes disímbolas que provocan la depresión: desde perder el empleo hasta subir de peso, desde perder el cabello hasta cumplir 30 años, desde vivir en soledad hasta mal alimentarse. “Pero quizá —menciona el autor— las causas más significativas son aquellas que nada tienen que ver con aspectos físicos sino sicológicos, ciertos procesos mentales que ejercen una enorme presión al individuo al grado tal que éste se enconcha en un mundo propio de autistas, y esas causas son difíciles de determinar y, sobre todo, de atacar en el corto y mediano plazo”.
“Visto así”, dijo alguna vez El Teco, “si crees que estás a punto de la depre, relájate y gózala... o tortúrate viendo Sábados Gigantes con Don Francisco y su cara de Prozac”. ¡Plop!