Trova y algo más...

martes, 4 de enero de 2011

Kalimba está la mañana...

Como todavía sigo hecho un mar de flemas (no se detenga en esta imagen asquerosamente literaria, por favor, amigo mío), las tres neuronas que me halagan la existencia no me dan como para escribir las babosadas que cotidianamente, cual parroquiano sabatino de cantina de segunda en país de cuarta, me hace el favor la vida de permitirme redactar y colocar aquí como para seguir creyendo que algo de mí (cantaba años ha Camilo Sesto) se va quedando para la posteridad, no sé si en el rincón más oscurito de la inmortalidad, pero de seguro que muy luminoso no será el nicho en el que me tendrán mis nietos, bisnietos y tataranietos cuando llegue el momento de dibujar su árbol genealógico hasta con nidos, pajaritos y lombrices en calidad de botana…

En fin…

Como les decía: hoy hasta aquí llego, pero me saco de la manga esta columna que gentilmente Jairo Calixto Albarrán, que por lo general es más mamón que yo, me ha dejado que le piratee y que ha salido impresa (sé que también se permite decir imprimida, pero sabe qué me da poner ese palabro aquí, no vaya a ser que digan que ya estoy chocheando, lo cual es una verdad monda, lironda y redonda, como dicen en el pueblo de la Auxi chica, alias la Tota) con el refulgente título de: “Kalimba está la mañana, en que vengo a saludarte”, y por ese rumbo sigue, verá usted, ex timado lector.

Dice el Jairo en su columna de marras: Ahora ya no se sabe qué está más de moda, si las barbas estilo Habsburgo del subjefe Diego que nomás no aclara si los Ex Misteriosos Desaparecedores eran los subcomandantes Tacho y Marcos, o la cabellera ensortijada que ha distinguido el señor Kalimba y que ahora le está disputando el lugar como villano favorito de México a Carlos Megamente Salinas, pues sólo falta que lo señalen como el más preclaro y peligroso talibán laico de los alrededores.

Bueno, hasta hay quien con el sospechosismo por delante supone que el Pato Donald manoseador de Disneylandia que apenas acaba de perder una demanda, era en realidad el intérprete de “Tocando fondo”. El gran detalle es que el moreno personaje, en vez de padecer el síndrome Godoy y hacerse más chiquito que el salario mínimo, se apersonó a declarar a la Procuraduría General de Justicia del DF al grito de “No me estoy escondiendo” sobre los señalamientos de violación y estupro que penden sobre su cabeza. Digo, mucha gente se pregunta qué hacían esas menores de edad en calidad de edecanes en un antro de poca monta, pero también uno piensa, qué tenía que hacer el cantante despachándose así a la malagueña.

Así, no me extrañaría que de pronto nos salieran con que una de las víctimas de este personaje era la legendaria Yamilé, encargada de alegrar las fiestas del Tri, y que al final resulte que los culpables, como en el caso de Paulette, fueran las sábanas, la cama, perfectamente coludidas con el edredón.

No sé por qué esto me recuerda la bronca en el Estado de México, donde con miras a las próximas elecciones, en el PRD ya analizan boicotear los comicios porque, según ellos, es muy probable que el PRI, dado su historial (¿cuál, si son buenos, santos y puros?), les van a querer aplicar el kalimbazo en decúbito caprino. ¿Por qué tanta desconfianza, si el Instituto Electoral del Edomex, siempre al servicio de las grandes causas de Dorian Gel Peña Nieto, es más confiable que un émulo del padre Maciel en una guardería subrogada del IMSS?

Y es que de veras, los de la Revolución Democrática andan como jarritos de Tlaquepaque; tan así que ya le exigen a Gobernación (si Blake no ve ni oye a los caídos en la narcoguerra, qué les hará pensar que a ellos sí los pele) sancione a la Arquidiócesis sólo porque señaló como “talibanes laicistas” al Gobierno del DF y sus funcionarios, cuando deberían sentirse honrados de ser llamados de esa manera por los auténticos profesionales del fundamentalismo.

Con tantas broncas, con razón los Legionarios de Cristo no han festejado su 70 aniversario. A lo mejor están esperando que a Kalimba lo declaren inocente para que amenice.

Y hasta el punto (dije punto, eh) anterior llegó el Jairo. Y hasta este punto llego yo.

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