Lo leí y también lo escuché:
“El amor no es asunto del corazón, sino del cerebro”. Así fue. Ni más ni menos.
Y fría, como la nalga derecha de un pingüino, sonó la afirmación de Herminia Pasantes Ordóñez, investigadora del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM.
Y es que de acuerdo con un estudio de la Universidad de Siracusa, de Nueva York, en el órgano encefálico se activan 12 zonas y se desencadena una serie de reacciones químicas cuando una persona se enamora.
“La sudoración, sentir mariposas en el estómago y los celos —tienen un origen neuronal, señala Pasantes Ordóñez—. De entrada, no existe el amor a primera vista y el llamado ‘flechazo’ responde a la segregación de dopamina en el cerebro, y requiere tan solo de 0.5 segundos. Conforme pasa el tiempo de enamoramiento se incrementa esta sustancia en la corteza cerebral a partir del sistema límbico”, dice.
“Se requiere de tiempo para que el órgano valore lo que el ojo ve, lo que el oído escucha y lo que se toca. En estas sensaciones también influyen los recuerdos y experiencias vividas”, señala la investigadora.
Las palabras de la catedrática se fundamentan en estudios realizados por Helen Fisher, investigadora del Departamento de Antropología de la Universidad de Rutgers, a un grupo de 200 personas, quienes descubrieron la importancia fundamental de los factores biológicos y hormonales de las substancias químicas en el proceso de amar.
Por su parte, Eduardo Calixto González, neurólogo del Instituto Nacional de Psiquiatría, señala que el período de enamoramiento no es eterno, perdura de 2 a 3 años, incluso a veces más, pero al final la atracción bioquímica decae. “Con el tiempo el organismo se hace resistente a los efectos de estas sustancias”.
Joaquín Sabina lo dice de manera más musical en su canción “Amores eternos”: Con ella descubrí que hay amores eternos que duran lo que dura un corto invierno...
Sé de parejas que han vivido esos amores eternos que al final del verano se han estropeado sin remedio, poniendo fin a la temporada de lo que los románticos y Juan Gabriel llaman así: amor eterno.
Alguna vez, con mi queridísima amiga Karla, en una bizantina pero ontológica discusión, en el marco de una reunión de archivos históricos en Pachuca, llegamos a la conclusión de que el amor es una manifestación periférica del cerebro, sumándonos de lleno a lo dicho por el doctor René Drucker, quien lo había dicho primero que nosotros.
En fin, después de esos dos o tres años es cuando comienza una segunda fase, donde están presentes las endorfinas de estructura similar a la de la morfina y otros opiáceos; “los que confieren la sensación común de seguridad, comodidad y paz, dando lugar a la etapa del apego. El verdadero amor se alcanza tras un período de cuatro años de relación”.
La química también interviene en la atracción sexual.
El cerebro envía una señal a la hipófisis, provocando la liberación de hormonas, estrógenos y progesterona. En consecuencia, la respiración aumenta 30 ciclos por minuto. En tanto, el ritmo cardíaco aumenta hasta 100 pulsaciones por minuto.
¿Y en todo esto qué tiene qué ver el 14 de febrero?
Nada, sólo la oportunidad de hacer negocio... o de poner a funcionar el cerebro y la química... dependiendo en qué lado de la mesa de la vida esté, amigo lector...
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