No están ustedes para saberlo, ni el Perro Bermúdez para contárselos, pero igual (con el perdón de quien me quiera perdonar: ya lo dije, pues) yo se los voy a contar, ¿entén?
Resulta que los Zamora somos así como que muy unidos. Así como que nos queremos mucho. Y no hay domingo que no intentemos romper un récord Guinness asando carne y tomando cerveza (o embriagarse en el intento), que es una manera muy nuestra de asar la carne y romper récords Guinness, sobre todo cuando a este humilde cantar de gestos le toca ponerse el mandil, atizarle al carbón y echar toda la carne al asador, como si fuera máxima oriental. Lo demás viene solito.
Bueno, con todo y que somos unidos de a madre, los Zamora a veces tenemos diferencias filosóficas que nos llevan a discutir sobre asuntos verdaderamente trascendentales, como de qué lado masca la iguana o cuántos dientes tiene un caballo o cuál es la velocidad máxima que alcanza una tortuga o una idea más o menos coherente del Maloro Acosta… si hubiera, y cuando eso infelizmente sucede, ponemos algunos continentes de distancia para que los gritos no se escuchen muy cerquita y luego los vecinos empiecen a picar cebolla. Pero el mal rato pasa como pasan los camiones del Suba cuando van como latas de sardinas por enfrente del Hospital: sin frenos y de bajada.
Cuando llega el momento de retomar el hilo de la cotidianidad y de posicionarnos en nuestros respectivos papeles de hermanos e hijos, simplemente lo hacemos sin tanto argüende: cada cual finca los fierros en la caja de bateo y a pegarle duro a la pelota nuestra de cada día. Y nunca de los nuncas hemos necesitado un pacto de unidad, como burdamente hacen los priistas, o un alianza contra natura, como la que han hecho los panistas y perredistas, para hablarnos de frente, para apoyarnos en todas las tontadas que se nos ocurren o para intentar romper otro dominical Guinness frente al asador... o frente a la hielera, como pasó el domingo de atrás: o sea, ayer...
¿Será que en el fondo los Zamoras respetamos esas diferencias que, en vez de separarnos, nos unen? Pues yo no lo sé de cierto ni lo supongo: eso se lo dejo al Jaime Sabines, que por desgracia ya se murió, por si alguno de ustedes no sabía, ex timados lectores. Es cierto que cada cabeza es un mundo. Y cada uno de nosotros se enfrasca en asuntos que al otro le parece absolutamente ajeno, pero igualmente interesante tal vez porque es uno de los hermanos quien lo comenta. Yo qué sé.
Los ingenieros hablan de ingeniería en un lenguaje ingenieril; el médico y la enfermera, de medicina y sus pececitos; la geóloga, de sus hijos que parecen joyas de la corona, y el más loquito de todos, un cochinito lindo y cortés, nomás escucha porque a veces las letras y la filosofía no tienen nada qué hacer ante el chirriar de la carne y el chasquido jubiloso de una lata que se abre mientras uno está como perro pavloviano: salivando ante la imagen de la gelidez y el buche que baja espumeante por la garganta provocando el estruendo jubiloso de las lágrimas felicidad. ¡Ahhhggg…!
Mi amá muchas veces, como si fuera Alejandra Guzmán frente a la prensa, me ha retirado la palabra porque dice que soy así como muy boca aguada con lo que escribo. Creo que en todo caso soy pluma aguada, teclado aguado o ideas aguadas… o algo así. O bocafloja...
Como sea, a la mejor lo que dice doña Olga será cierto, pero cada domingo regreso a su casa a tomar café y a compartir con la viejita los recuerdos del olvido: “El martes vino tu prima Tuti y me preguntó por ti”, dice a veces mi amá. Yo nomás pongo cara de interés con cierto aire de pluscuamperfectidad y le respondo: “¿Si, eh?”, en tanto el disco duro se me traba porque no me acuerdo de tener una prima que le digamos Tuti. Es más, la única Tuti que conozco es la tortuga que tiene mi hija de mascota y que hace mucho que no sale de su escondite. Ah, cómo la envidio: se los juro por ésta… por ésta… acá arriba, eh…
Lo que no envidio es la insanía con que los políticos y los medios, en ese posmoderno contubernio de la mediocridad nacional, sólo superado por el futbol y sus verduleras de televisión disfrazadas de comentaristas gritagoles, quieren borrar de un plumazo toda la memoria social, de corto y/o largo alcance, y tratar de quedar bien con dios y con el diablo, o lo que es lo mismo: con el pueblo y con sus generosos partidos... o sus viles empresas de comunicación, que aquí nomás Crítica se salva de la quema… y no crean que mucho.
Ustedes saben que la noche del viernes desapareció Diego Fernández de Cevallos, mejor conocido como el Jefe Diego. Las autoridades de inmediato (e incluso hasta hoy mismo, o sea el lunes siguiente, no vaya a ser que alguien lea esta calumnia el año 2020 y crea que me refiero a ese año: ya ven, así se hacen los chismes, ¿no?) declararon al sujeto como “Desaparecido”. Nomás así.
Pero para el sábado temprano, los medios ya lo habían declarado como “Secuestrado”.
¿De dónde sacaron esa información digamos que privilegiada como para cambiar el estatus del sujeto de marras? Misterio, ca’ón. Que conteste la ciencia.
De inmediato los políticos se deshilaron en posiciones ambiguas. Y los de oposición, le echaron leña al fuego de la inoperancia del gobierno panista, que no necesita el “Caso Diego”, como bautizó Televisa y López Dóriga a esta comedia de enredos.
En cambio, los defensores a ultranza del Felipe y sus palos de ciego, sólo esquivaron los arañazos bestiales de sus contrincantes, encomendándose a Dios (a estas alturas, cualquier dios es bien recibido por los panistas y sus rémoras, considerando que al Dios dios, el mero mero, el capo de todos los dioses o como usted guste llamar, ya está más gastado y desmadejado que la fama de la Tigresa Irma Serrano) y sólo alcanzaron a decir que el jefe Diego es un hombre de fuerte carácter y saldrá bien librado del mal momento por el que atraviesa, y que sus hijos (los del tal Diego, no los de los panistas y sus parásitos intestinales) están preparados y calmados.
O sea: extraoficialmente ya dan por perdido a su ícono con barbas y habano, al más puro estilo del cacique de tiempos de la revolución. Ni más ni menos.
Y aquí es donde las cuentas no salen así como que muy claras: los priistas y los perredistas, en aquellos tiempos de los terrenos de “Punta Diamante”, que el susodicho Fernández de Cevallos se agenció de manera por demás perversa y abusiva, y en los tiempos aquellos en los que el tipo le ganó una demanda súper recontra millonaria al país, ¡siendo legislador!, le dijeron no una ni dos verdades, sino que lo llenaron de buñiga de pies a barbas, y lo bocabajearon durante años… esos mismos políticos están ahora diciendo que el tal Jefe es una blanca palomita que no merece la suerte que ha corrido, que a estas alturas no sabemos cuál es, aunque muchos se la desean y otros la esperan.
Yo no sé si merezca que haya sido, si lo fue, víctima de la delincuencia, lo que sí creo es que este individuo no es ni siquiera de lejos una blanca palomita, ni un alma de dios. Ni máiz, por el contrario…
Los medios también han hecho de este asunto algo que no deja muy bien sentada su credibilidad: la noche del sábado lloraban como magdalenas (y no de Kino) la desaparición de este amigo, y para la mañana del domingo, ya todo era la selección nacional y el partido contra un mediocre equipo sudamericano, que tratan de hacer un asunto nacional del que pueden sacar raja a morir, mientras el público alcoholizado por los gritos del Perro y el Martinoli hacía la ola en el Azteca, dejando para tiempos mejores la suerte del “secuestrado”…
Y justo ahora que en las elecciones de varios estados le está yendo tan mal al PAN sucede esta desaparición.
Uno, que es mal pensado y (ni modo, pues) bocafloja, llegaría a la conclusión de que el susodicho, azulado y pitufo partido requiere de un golpe espectacular para levantar y atraer hacia sí las simpatías del electorado, y qué mejor que emular el efecto Colosio, que hizo ganar a Zedillo: con un acto de magia como el de la desaparición de un personaje conocido podría resultar, y como Gómez Mont ya no es panista y el Felipón anda besándole el anillo a su tocayo español, pues nos queda el barbón… y podría ser, ¿no? para unir a la perrada en torno al partido en el gobierno, como queriendo hacer unidad…
Pero el asunto es que la unidad no se logra ni por decreto ni por obligación ni haciendo actos de magia barata: la unidad se genera cuando hay un liderazgo moral irrefutable, honesto, ejemplar. Esa es una condición sine qua non para lograr la unidad en el interior de los grupos de trabajo o en las familias numerosas o en los equipos deportivos o en los partidos políticos.
O si no hubiera liderazgo moral, una carne asada cada domingo, con récord Guinness de por medio, por supuesto, puede servir para reforzar la unidad, que no es el caso de nuestra familia, de una vez se los vuelvo a repetir, como decía el Jorge Enrique…
No, señor…
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