Dicen que el periodismo es un oficio de alto riesgo. Yo digo que es un oficio como cualquier otro: uno en el que dependiendo de la ética del periodista y de su conducta social, resulta riesgoso o no, como ser policía, beisbolista, diputado o narcotraficante. Aquí sí, como reza el refrán, “el hábito hace al monje”, y el comportamiento y el profesionalismo de la persona es lo que califica como peligroso o no el trabajo cotidiano.
Aunque a mucha gente le gusta el romanticismo laboral y le pone de más a eso de ser periodista —como si estos seres fueran una especie de santos o mártires del oficio, que no se corrompen ni reciben línea de los gobernantes ni se burlan de los demás en sus columnas o programas de espectáculos—, yo, que conozco varios especímenes que trabajan en los diarios y en los semanarios y en las televisoras y en el Hermosillo Flash (donde ahora apelan al “sentido común” de la opinión pública y de las autoridades para que reubiquen el mamotreto, mientras que cuando recibieron ese extraño comodato por 99 años se pasaron el sentido de marras por el arco del triunfo, según ha dicho la citada opinión pública), pienso lo que creo: que un periodista se pone en riesgo él mismo con sus actitudes no por su trabajo.
Los mismos delincuentes (los profesionales de la violencia, no los políticos, eh, que también tienen lo suyo) llegan a reconocer un trabajo periodístico bien hecho, uno que no trata de abusar ni de sobornar ni de chantajear. Un trabajo periodístico serio enaltece, reconoce y es objetivo no sólo los campos socialmente permitidos, también aquellos que se ocultan bajo el manto de lo ilegal. Eso pienso yo.
Pero hay gente como José Martínez Mendoza, miembro del Consejo Directivo de la Fundación para la Libertad de Expresión (Fundalex), que defiende el trabajo del periodista per se, y señala que aunque la Oficina Internacional de Estadísticas del Trabajo no reconoce el desempeño de los periodistas como un trabajo de alto riesgo, en su larga lista de oficios peligrosos enlista entre otros a los siguientes: cortador de maderas; piloto de avión; obrero de la construcción; conductor de camiones; ocupaciones en una granja o estancia; jardineros; trabajadores en fábricas; policía o detective; carpintero; ventas y actividades relacionadas.
De igual manera las autoridades laborales de Estados Unidos consideran que los diez trabajos más peligrosos en ese país son: guardaespaldas; soldado del ejército de EU; miembro del escuadrón antibombas; recaudador de impuestos; policía; bombero; minero; camioneros; pescador de cangrejos en Alaska y podador.
Para algunas autoridades laborales en América Latina entre los oficios de mayor riesgo en esta región se encuentran los trabajadores de las plataformas petroleras en México, los mineros del cobre en Chile, los electricistas que colocan el cableado de alta tensión en Colombia y los bomberos voluntarios del Distrito de Buenos Aires.
Lo cierto es que en México una de las actividades laborales más riesgosas es la que se refiere al trabajo del periodista. Este es un tema complicado y merece un mejor análisis, aunque lo cierto es que el oficio del periodista se ha convertido de alto riesgo en algunas regiones del país, principalmente por las mafias del crimen organizado en el que se incluyen los barones y sicarios de las drogas, autoridades gubernamentales, policías y políticos.
Así mientras que cada año en el mundo mueren en accidentes de trabajo entre 130 y 200 cortadores de árboles, el año pasado (2009) perdieron la vida 133 periodistas, según estadísticas de la Federación Internacional de Periodistas (FIP) con sede en Bruselas, que preside Jim Boumelha. De acuerdo a esta organización Filipinas, México y Somalia fueron en 2009 los países más peligrosos para los periodistas.
Pero vayamos al trabajo cotidiano de los periodistas, dice Martínez Mendoza: no hay trabajadores a los que más trampas se les tienda que a los periodistas. Muchos quieren manipularlos, utilizarlos en su beneficio y servirse de su influjo. Por eso son frecuentes las engaños que les ponen en forma de halagos, invitaciones, regalos, pasajes pagados, todo ello con el fin de doblegar su independencia o utilizar su influencia. (Y se logra con demasiada frecuencia, sólo que los periodistas no lo reconocen, digo yo).
El periodista está sometido a múltiples riesgos no sólo para el ejercicio honesto de su trabajo sino en su misma permanencia en los distintos medios, para su libertad de acción, para su justa aspiración a progresar y aun para la propia integridad personal. El trabajo periodístico resulta agotador, monótono y con frecuencia mal remunerado, lo que se presta naturalmente a rivalidades entre colegas, a manipulación de intrigas e influencias, a la búsqueda no siempre limpia de amistades y posiciones para tratar de ganar prestigio entre quienes tienen el poder y el dinero.
Por estas razones los periodistas comunes y corrientes, corren riesgo de verse manipulados, de buscarse otras entradas para mejorar su condición de vida, de faltar a los principios de la solidaridad gremial y hasta de considerar el trabajo periodístico apenas como paso temporal hacia otros trabajos más lucrativos y brillantes. No es extraño encontrar en los medios de comunicación a periodistas que al mismo tiempo son publirrelacionistas de entidades y empresas, que pretenden trabajar en distintos medios a la vez y que hasta se convierten en vendedores de publicidad, para sus propios programas.
Pero aparte de estos riesgos contra la ética profesional, el ejercicio del periodismo se ha convertido en los últimos años en un trabajo de frecuentes riesgos y de serios peligros por razón de la exigencias de una labor cada vez más agitada y compleja que demanda desplazamientos rápidos, trabajo en circunstancias desfavorables y no poco coraje para enfrentar toda suerte de obstáculos y presiones.
A lo anterior hay que agregar los riesgos a que enfrentan también quienes desde su trinchera periodística buscan servir a la sociedad a costa de su propia vida. Según la FIP de los 133 trabajadores de los medios que durante el año 2009 perdieron la vida, a 109 los mataron específicamente debido a su profesión y 24 murieron accidentalmente… Quizá el peor año si se le compara con el de 2007 cuando se registraron 175 crímenes de periodistas.
El año pasado Filipinas fue el peor país para los periodistas, donde 38 de ellos fueron masacrados como parte de la matanza en la provincia de Maguindano el 23 de noviembre. Lo lamentable en nuestro caso, es que después de Filipinas, México pasó a ocupar el segundo lugar con 13 crímenes, por encima de Somalia (9), Pakistán (7) y Rusia (6).
En su reporte de 2009 Jean-François Julliard, secretario general de Reporteros Sin Fronteras (RSF) hizo un balance tenebroso: “Nuestra mayor preocupación (dice Julliard) es el éxodo masivo de periodistas en países represivos, como Irán o Sri Lanka. Autoridades de esos países se han dado cuenta de que incitando su huida se reducen considerablemente el pluralismo de ideas y la crítica”.
Si bien la FIP documentó 133 asesinatos de periodistas en 2009; RSF tomó nota de 1,456 casos de periodistas que durante el año pasado enfrentaron otros tipos de violencia y agresiones, 527 casos más respecto a 2008; es decir, un incremento interanual del 57%, según los datos de la organización.
De acuerdo a RSF, el continente americano se ubicó como la zona del mundo en la que más se agrede a los trabajadores de los medios de comunicación con 501 casos, vinculados principalmente a las denuncias de narcotráfico y corrupción, mientras que Asia se ubicó en segundo lugar con 364.
Para el Comité de Protección de los Periodistas de Nueva York, los diez países donde la tarea de los periodistas corre mayores peligros son Irak, a la que se tiene clasificada como la nación más peligrosa del mundo para ejercer el periodismo, seguido por Cuba y Zimbabue. 25 periodistas han muerto en Irak desde el comienzo de la guerra en marzo de 2003, muchos de ellos después que se declaró oficialmente el fin de los combates. Otros periodistas han sido secuestrados allí. El Irak de posguerra está lleno de peligros para los reporteros: son frecuentes el bandidaje, los tiroteos y las bombas. Los insurgentes suman una amenaza adicional al atacar sistemáticamente a los extranjeros, incluidos los periodistas, y los iraquíes que trabajan con ellos. (¿Acaso será que la guerrilla los cataloga como una parte ideológica importante de los invasores que llegaron a barrer el suelo de Irak argumentando democracia y paz? Podría ser, y no necesariamente por su trabajo como periodistas… podría ser…)...
El caso es que cuando le propinaron aquella golpiza al Fabiruchis, la televisión y demás páginas de frivolidades se indignaron porque un representante de la prensa, un periodista, pues, había sido agredido al grado de poner en riesgo su valiosa y cosmética vida. Finalmente se supo que los hechos habían sido producto no del ejercicio profesional del periodista, sino de cuestiones que tenían que ver más con su vida privada... y esa fue otra cruz que tuvo que cargar este profesional del periodismo ante, irónicamente, los comentarios vertidos por sus propios compañeros de profesión... ¡válgame, dios!
Y casos como ése —en los que han muerto periodistas balaceados en cantinas o en lugares palenques, a raíz de actitudes soberbias provocadas por el alcohol, otro tipo de drogas y/o por la presunta superioridad que otorgan los medios— abundan no sólo en México, sino en toda Latinoamérica y en el mundo mundial...
Y yo vuelvo a lo mismo: aunque dicen que el periodismo es un oficio de alto riesgo, pienso que es un oficio como cualquier otro... uno en el que dependiendo de la ética del periodista y de su conducta social, resulta riesgoso o no, como ser policía, beisbolista, diputado o narcotraficante. Aquí sí, como reza el refrán, “el hábito hace al monje”, y el comportamiento y el profesionalismo de la persona es lo que califica como peligroso o no el trabajo cotidiano...
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