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martes, 9 de marzo de 2010

El reconocimiento de la otredad…

El campo de la cultura, como puede ser llamado a nivel teórico, tiene como significado un conjunto de relaciones sociales objetivas y especializadas en la generación, preservación y difusión de representaciones de la realidad; la justificación de este campo es la acción desarrollada por las sociedades, que va más allá de la producción dentro de una organización que garantiza su sobrevivencia y reproducción, y se instala en la acción de pensar y representar el mundo en que viven. Desde esta visión, toda sociedad puede ser estudiada del punto de vista del sentido.

Debemos plantear que la cultura como sentido y expresión simbólica de identidad y visión del mundo es una estructura que debe entenderse como un sistema de posiciones, un sistema de fuerzas, y simultáneamente como un espacio de lucha por la preservación o transformación de tal estructura de las posiciones o lugares.

El reto, sin lugar a dudas, es utilizar la acción de gobierno y de las instituciones, y las políticas públicas para fortalecer este mundo de relaciones simbólicas generadas por el mosaico de colectivos que conocemos como sociedad sonorense.

Con la finalidad de generar una estrategia pública y de gobierno clara que dé como resultado los programas que se supone fortalecerían la visión de lo que somos y nuestra representación de lo social (llámese capital cultural específico, según definen los intelectuales), es importante materializar el concepto de cultura y crear una serie de herramientas al servicio de los actores culturales en su sentido más amplio.

La palabra cultura proviene de la palabra latina cultüra, cuya último registro trazable es colere. Colere tenía un amplio rango de significados: habitar, cultivar, proteger, honrar con adoración. Eventualmente, algunos de estos significados se separaron, aunque sobreponiéndose ocasionalmente en los sustantivos derivados. Así, 'habitar' se convirtió en colonus, colonia. 'Honrar con adoración' se desarrolló en cultus, culto. 'Cultura' tomó el significado principal de cultivo o tendencia a cultivarse, aunque con el significado subsidiario medieval de honor y adoración. Por lo tanto, el significado primario fue labranza: la tendencia al crecimiento natural.

En nuestro idioma, la palabra cultura estuvo largamente asociada a las labores de la labranza de la tierra, significando cultivo; por extensión, cuando se reconocía que una persona sabía mucho se decía que era "cultivada". No es sino hasta el siglo XX que el idioma castellano comenzó a usar la palabra cultura con el sentido que a nosotros nos preocupa.

Parte de la confusión con el concepto de cultura surge cuando se le usa como expresión y manifestación exclusiva de las bellas artes, especialmente en diarios y revistas; de donde se interpreta que las personas instruidas y conocedoras de las artes y de otras gentes son muy instruidas, asumiéndose que hay toda una gradación hasta los "incultos" (es decir, carentes de cultura); por otro lado es sabido que también se usa para denominar a grupos humanos no conocidos, como la cultura "Trincheras" o la "Coonka'ac", pero muchas personas quedan confundidas con esta doble significación.

Los profesores parecen tener una marcada preferencia por la primera acepción, a la vez que se reconocen ellos mismos y son reconocidos por los demás como personas "cultas", pero usualmente transmiten en el aula una acepción que —con algunas variaciones de contenidos— se acerca más a la segunda: que cultura es el conjunto de costumbres de un pueblo, heredados y transmitidos de generación en generación.

Desde nuestra perspectiva (es decir, la mía y la del Armando), la visión del gobierno y las instituciones de la cultura deben ser una serie de políticas que generen espacios físicos y simbólicos de encuentro, reflexión, lúdicos y de experiencia estética, y que propicien (si no es mucho pedir, claro) un nuevo ambiente cultural con la participación de los agentes culturales y diferentes soportes.

Es importante el reconocimiento de los agentes culturales, entendidos como aquellos colectivos, ciudadanos e instituciones privadas y públicas que aportan elementos de reflexión y experiencia en las disciplinas del arte, de los saberes científicos y de los conocimientos y de los pueblos originales y la tradición sonorense. Así, el reconocimiento de las prácticas culturales e identidad irá en el sentido de enriquecer la visión acerca de la propia diversidad cultural existente, y la comprensión y el reconocimiento de la otredad, como elementos que propician una ética de aceptación y tolerancia que amplían y enriquecen las relaciones sociales, y nuestra visión de la naturaleza.

Por ello no está de más repasar lo que hemos dicho hasta ahora y algo más. Cultura es «el proceso de enriquecimiento, afirmación y difusión de los valores propios de nuestra identidad, y la participación libre de los individuos y de los grupos en el disfrute de los conocimientos». Con ello, una política cultural que se asuma seria y responsable, profunda y trascendente, habrá de partir del rescate de las raíces de una colectividad determinada.

La creación, disfrute y preservación de los bienes artísticos y culturales es elemento esencial de una vida digna. Más aún: el desarrollo cultural es un factor imprescindible de nuestro progreso político, económico y social. Éstos son los principios que orientan una acción más eficaz y participativa, con el fin de alentar la creatividad de la población y ampliar las oportunidades de acceso de los diversos sectores de la sociedad al goce y la recreación de la cultura y el arte.

Ayer se conmemoró el Día Internacional de la Mujer, una lucha que poco y nada significativo a logrado, salvo para unas cuantas mujeres que han sobresalido en los campos más peleados por el hombre: la política, las ciencias, las artes, el deporte. Pero sólo unas cuantas. Y ganar el equilibrio no sólo en la equidad de sexo, sino en todos los sentidos, debe fundamentarse en una sólida educación y una amplitud cultural de los individuos, una que le permita establecer fundamentos y realizar propuestas que tengan como fin lograr cambios sin generar rupturas en los esquemas tradicionales de pensamiento, que es lo más difícil de cambiar.

Sabemos que el Estado tiene la obligación de propiciar el desarrollo equilibrado de la personalidad de los ciudadanos, buscando desarrollar no sólo sus habilidades y destrezas, sino también los marcos de referencia que orienten las prácticas culturales y las actitudes que incidan en el compromiso individual y grupal con la sociedad, pero convendría observar que el Estado es la herramienta que habrá de permitir y fomentar una convivencia elemental, el resto compete a la ciudadanía organizada llevar adelante.

Somos animales incompletos o inconclusos que nos completamos por obra de la cultura. Se ha señalado con frecuencia esa gran capacidad de aprender que tiene el ser humano, su plasticidad, pero lo que es aún más importante es el hecho de que dependa de manera extrema de cierta clase de aprendizaje: la adquisición de conceptos y la aprehensión y aplicación de sistemas específicos de significación simbólica.

Nuestras ideas, nuestros valores, nuestros actos y hasta nuestras emociones son, lo mismo que nuestro propio sistema nervioso, productos culturales, productos elaborados partiendo ciertamente de nuestras tendencias, facultades y disposiciones con que nacimos. Y si el Estado y las instituciones no observan esto, poco podrá hacer para ayudar al grueso de la población a que comprenda que la cultura —y la práctica cultural— también es una actividad social que está íntimamente ligada con el desarrollo económico y político de los pueblos, con la búsqueda de equilibrios, tolerancias y el reconocimiento de la otredad y sus esperanzas. Así que ya sabes…
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