Me lleva la tzingada: ahora me vengo a enterar que el cubo de Rubik se puede resolver en sólo 22 movimientos de muñeca, menos que el llamado “Número de Dios”, que es la cantidad de movimientos que se suponía que Dios empleaba en resolver el cubo, que hace años quedó determinado en 27.
Yo tengo un cubo digamos que nuevo: Araceli me lo regaló hace unos cuantos meses para que yo le dé una forma menos rupestre a mi ociosidad, y desde entonces creo que he hecho algo así como 8 millones de movimientos, y a lo más que he llegado es a formar una cara y una línea de las demás, aunque la cara opuesta a la formada es un verdadero desmadre: imaginen mi rostro una mañana de domingo después de haber bebido 11 cervezas y media más dos bolsas de papas fritas viendo el box… o sea: una zona de desastre, más o menos…
Any, wey: para mí lo divertido del cubo de Rubik no es realmente solucionarlo y formar todas sus caras, sino moverle y moverle y moverle a los cuadritos… algo así como un instrumento zen que me permita pensar en algo que siempre está más allá de donde pueda llegar jamás… y no frustrarme en el intento.
Y así ad nauseam.
No me importa que todo el mundo occidental piense que estoy perdiendo el tiempo al estar muévele y muévele al pinchi cubito ese, pero así son las cosas en esta región de la plancha de cuyo nombre no puedo acordarme…
Además, no tengo espíritu científico para ver el cubo como algo matemático que me haga pensar en metáforas perfectas con las que pueda escribirle un poema a la mujer que yo quiero: “Huyendo de ti he llegado hasta ti…” etcétera…
Pero, con todo y que yo no esté de acuerdo con esa visión científica, es evidente que el cubo de Rubik perdió hace muchos años su condición de objeto de moda, e indudable que seguirá vigente hasta que no se desentrañen todos sus secretos.
No sólo existe una nutrida legión de incondicionales, clubes en los que suelen reunirse y un circuito mundial en el que los más diestros se dedican a competir (por decirlo de manera actual: si tuviera tweeter, tendría algunos millones de followers. ¡Qué Lady Gaga ni qué la chingada, man…!): el genial invento del húngaro Ernö Rubik sigue ejerciendo una especial fascinación sobre los científicos, que más que un pasatiempo ven el famoso rompecabezas como un desafío matemático.
Algunos no dudan en gastar tiempo y dinero con tal de dar un paso adelante: los investigadores estadounidenses Gene Cooperman y Dan Kunkle, por ejemplo, han empleado 18 meses y 200,000 dólares para dar a conocer al mundo la buena nueva: el cubo se puede resolver en tan solo 22 movimientos: casi 10,000 dólares por movimiento, pues…
Por supuesto, no se dedicaron a dar vueltas al cubo durante un año y medio, como yo ni me imagino: su gesta no hubiera sido posible sin la aplicación de algunos aspectos de la Teoría de Grupos y la ayuda del una súper computadora (cada de Virgencita pliss, ni nada de eso), que una vez cargada con la información clave tardó 63 horas en solucionar el acertijo.
Mmm… pues con esas muletas cibernéticas como que la ciencia se vanaliza, y de paso el cubo también. Y así, pues qué chiste: “Es como tentarle las nalgas a una mujer dormida”, dijo el Polacas© la vez aquella que, cayéndose de borracho, le dio un beso en la boca a la Chimoltrufia, quien ni siquiera se inmutó.
El caso es que desde un punto de vista místico, lo que han hecho Cooperman y Kunkle es dar un nuevo paso para desvelar el número de Dios: la cantidad de movimientos que se supone que Dios emplea para resolver el cubo.
El esfuerzo de los dos investigadores les ha permitido bajar solo un escalón —hasta ahora se creía que no se podía resolver en menos de 27 giros de muñeca—, pero la comunidad científica dice que debe interpretarse el logro desde una perspectiva amplia.
“Podría parecer un problema de juguetes —explicó un profesor de matemáticas de la Universidad de Sonora en la mesa 6 del bar Pluma Blanca un sábado cualquiera—, pero el asunto no es tanto resolver el problema como demostrar que tenemos la tecnología para hacerlo, para llevar a cabo esta gigantesca búsqueda de combinaciones”.
“¡Cállate, huevón!”, le gritó desde el otro lado de la barra el Pabilo junior, el cantinero emergente de la tardes sabatinas en el Pluma, porque se pone hasta la madrola de parroquianos. Y el profe universitario nomás se empinó la botella de cerveza, porque ante tal argumento es difícil salir airoso.
Como sea, el cubo de Rubik permite 43 quintillones de configuraciones (esto es 43 seguido de 18 ceros; concretamente: 43,252,003,274,489,856,000), y lo que han demostrado Cooperman y Kunkle, es que de ese montón de ceros a poner todos los cuadritos en su color sólo hay 22 pasos.
Yo, como les decía —siguiendo la filosofía de José Alfredo Jiménez: “No hay que llegar primero, sino hay que saber llegar”— apenas llevo unos 8 millones de movimientos, así que ni me desespero: me faltan como 12 ceros para cubrir todas las configuraciones… así que si van a esperar a que resuelva el cubo de Rubik, por favor háganlo sentados…
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