Hoy se cumplen dos años del avionazo en el que muriera Juan Camilo Mouriño, conocido en el bajo mundo de las tranzas región 4 como "Iván, el Fino".
Bien dicen que en el país de las especulaciones, los medios son rey.
México vive ahora mismo un clima de zozobra tal que, aun el caso de que avionazo de hace dos años, en el que perdieran la vida algunos funcionares federales, haya sido efectivamente un accidente, la especulación termina por imponerse.
Sobre todo porque existen precedentes de supuestos accidentes que al paso de los años nunca fueron aclarados, o la versión oficial de éstos no pareció ser creíble: es el caso de la muerte de Ramón Martín Huerta, secretario de Seguridad Pública en el gobierno de Vicente Fox; el carreterazo donde muriera Manuel Clouthier o el artero asesinato de Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas.
Aún están en la memoria social como casos sin resolver; de hecho, como casos que nunca se van a resolver. Ni esos, ni todos lo que ya se sabe quién fue el asesino, pero que no se van a resolver jamás…
Umberto Eco acuñó el concepto de la “decodificación aberrante” para explicar que, muchas veces, las audiencias dan un sentido distinto al que el emisor quiso transmitir a través de los medios, generando efectos contraproducentes.
Lo anterior se ha observado con nitidez cuando, por ejemplo, un gobierno anuncia que no hay riesgo de desabasto de determinados productos, y el efecto inmediato es que las tiendas de autoservicio se colapsan, pues el sentido de la información entre el gobierno y la sociedad difiere notablemente.
Lo sucedido el martes 4 de noviembre de 2008 en la ciudad de México adquirió de manera automática aquel concepto, sobre todo cuando los medios de comunicación mexicanos saltaron olímpicamente de la pobre e incompleta cobertura —más propia del glamour de los concursos de belleza que un suceso histórico— de las elección presidencial estadounidense para enfocarse en una noticia que pudieron vender con más comodidad y manipular con mayor suficiencia al grado de crear ese clima de usura mediática y caníbal que todavía persiste gracias al bombardeo indiscriminado de la nota y de la explotación exagerada de la figura de un funcionario bastante cuestionado cuyo mayor atributo es haber sido amigo entrañable de Felipe Calderón... otro cuestionado, incuestionablemente...
Las especulaciones van en torno a que el suceso pudiera haber sido un atentado provocado por la delincuencia organizada, que estaría mandando un mensaje al gobierno mexicano al segar la vida de un individuo que no proponía ni hacía diferencia en materia política interna a nivel nacional, pero que era amigo personal de Calderón, e iba acompañado de un personaje que ya había sido objeto de atentados que no tuvieron éxito, José Luis Santiago Vasconcelos, titular durante la pasada administración federal de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (Siedo), curiosamente la misma dependencia que fue infiltrada por la delincuencia y de la cual recientemente detuvieron y arraigaron a diversos funcionarios de alto nivel.
La especulación crece al alimentarse de un dato revelador: si se tratara de un atentado, el momento no podría ser más propicio, ya que Mouriño y compañía regresaban de un evento en San Luis Potosí en el que se reafirmaba la lucha contra la delincuencia en aquella entidad federativa, donde el funcionario hispanomexicano fungió como testigo de honor de las firmas del gobierno de aquel estado, los presidentes municipales del mismo y representantes de la sociedad.
Acaso, entonces, gracias a la manipulación de los medios, no es tan llamativo que la mayoría de la gente no hable de accidente, sino de un posible atentado.
A esa percepción contribuyen una serie de acontecimientos recientes que han hecho evidente el poderío del narcotráfico para reaccionar ante la acción del gobierno mexicano.
Quizá esta afirmación no tiene soporte objetivo, pero tampoco hay elementos claros para negarla.
Se habla, pues, de una acción orquestada o al menos de un suceso extraño y difícil de explicar.
La percepción fue en aumento, al grado de que ahora mismo se puede hablar de un Estado fallido, uno que gasta millonadas en promocionales que tratan de convencernos de lo contrario… y ni así…
Por lo pronto, me sumo a los que piensan que lo ocurrido el martes es cuando menos muy extraño y preocupante. La información seguirá su curso en los próximos días, con el añadido no menor de la expectativa que genera la designación por parte del presidente de quien será el sustituto de Mouriño.
En medio de este entorno convulso, algunos buscarán sacar rédito político y el gobierno mexicano tendrá, entre muchas otras, la tarea nada sencilla de generar confianza en una sociedad que podría interpretar los hechos del martes como una escalada de violencia que parece no tener límites.
De los elementos que se requieren para la creación de rumores en una sociedad, el actual debate político sobre las reformas que no llegan ni llegarán, y las que se sumarán a la lista parece juntarlos todos: se trata de temas importantes para el futuro económico y político del país; no hay noticias claras sobre el trasfondo de las posturas de los protagonistas y las pocas noticias que existen son contradictorias.
El caldo de cultivo para difundir todo tipo de versiones es casi de laboratorio.
La política nacional cada día se convierte en una actividad de cúpulas, que tiene como marco natural las negociaciones realizadas en los rincones y en la oscuridad.
Este espacio, obviamente poco democrático, sólo deja margen a los rumores y especulaciones.
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