Dice la doctora Iliana Rodríguez Santibáñez que el carro completo del PRI en estas elecciones estatales no asusta: confirma su fortaleza en esos estados pero no define su posible triunfo en las elecciones presidenciales del 2012. Sin duda, los gobernadores conforman cotos de poder e intereses de grupos comprensible en esa lógica, la teoría de juegos se impone y al final el resultado era predecible, aun cuando las encuestas de salida y el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) arrojaran cifras que de pronto favorecían a las alianzas partidistas.
Contrario a lo que muchos piensen, el que hayan ganado en tres entidades distintas las fórmulas de la alianza, es algo positivo, pues demuestra que los gobiernos divididos pueden ser una respuesta que sirva de contrapeso a los partidos dominantes por antonomasia; evidencian, además, la capacidad de diálogo y coordinación para ser fórmulas ganadoras: esta es una señal importante para los electores.
Al final del día, lo importante es cuántos ciudadanos habitan tal o cuál estado, cuántos electores hay por cada entidad federativa que puedan incidir en cambiar o no el rumbo de una nación. Un estado pequeño, densamente poblado, en esos términos vale más que uno de vasto territorio y escasa población. La figura de los gobernadores erigidos casi como tlatoanis, de acuerdo a su desempeño y habilidad política, sin entrar a suspicacias de corrupción y pago de favores, pueden ir marcando preferencias partidistas rumbo a la carrera presidencial sin duda.
Pero esta carrera por la presidencia, al final no la definen los gobernadores, sino los electores: los gobiernos y los representantes en estas entidades estarán bajo el escrutinio permanente de los ciudadanos, y la tarea no es menor, pues aunque el combate al crimen organizado ha sido encabezado por el gobierno federal bajo la batuta de Felipe Calderón, los estados tienen que coadyuvar en ello, y esta variable puede o ayudarlos a ganarse la confianza del electorado hacia su partido, o bien abrirles la puerta en búsqueda de quién conceda mayores garantías de gobernabilidad.
En otras palabras, digo yo, los gobernadores son corresponsables de lo que sucede en sus entidades, y cuando pasan sucesos trágicos (como el asesinato de candidatos a puestos de elección) o felices (como manipular las elecciones y salir triunfadores para bien o para mal de sus ciudadanos), deberían asumir las consecuencias de su buenas o perversas acciones y no tratar de endilgarle, vía portavoces nacionales, su ineptitud a otras instancias de gobierno.
Y así, otros analistas han señalado que acaba de concluir el proceso electoral más lamentable en tiempos de la alternancia. A cuatro años de las elecciones presidenciales que dividieron al país y estuvo a punto de derrumbarse el andamiaje institucional, el lunes amanecimos con un México polarizado. Dicen que se trata de una polarización creada bajo diseño por la actual dirigencia del partido gobernante.
Lo que vimos el fin de semana, y en todo el proceso, puede ser el anuncio de lo que viene con miras a la elección en el Estado de México y con remate final en el 2012: cuando se ensucian las elecciones de manera premeditada, como ocurrió con las que recién han pasado, es el ambiente político del país el que se ensucia.
¿Qué le espera a México en los siguientes años si volvemos a la época en que no se asimilan los resultados electorales? ¿Qué puede pasar con el país cuando el partido que tiene la responsabilidad del gobierno descalifica con anticipación las elecciones, los órganos electorales y hasta las encuestas de salida? Hace cuatro años hubo una escalada desde la oposición contra las instituciones del país. Ahora, los mismos que trabajaron con denuedo para demoler la democracia y arrebatar el poder mediante el chantaje, están aliados al partido que gobierna el país.
Pero esto no es privativo del partido que ahora mismo gobierna el país: ha sucedido siempre, en todos los países, cuando el grupo en el poder siente que peligra su futuro inmediato, y recurre a las mismas viejas artimañas que en México hemos definido como “Cuando Jalisco no gana, arrebata”. Los priistas lo han hecho durante todos sus años de existencia, y no se vale que ahora vengan con lloriqueos propios de ingenuos para un público más ingenuo.
En nuestro país, la ciudadanía pensante ya es mayor de edad, y ha sufrido y sobrevivido a todos los partidos y a toda clase de políticos: desde los buenos, que ya prácticamente no existen, y los ruines y viles, que son los que salen a diario en la prensa y en los informativos. Y no, la mayoría de esa ciudadanía, que es la minoría del total, ciertamente, no se cree los engaños ni cae en la misma patraña que nace en las mentes retorcidas de los asesores políticos y se reproduce en la mente coagulada de los vocingleros de los medios, que están a disposición de los partidos y de los políticos, a quienes venden su concepto de dignidad y de verdad periodística, que fácilmente se puede confundir con basura.
Y por lo menos hasta ayer, los medios animaban el mismo objetivo: si no ganamos nosotros, venga el caos. No hay país que resista esa embestida. En estas elecciones ocurrieron asesinatos políticos, como el del candidato a gobernador de Tamaulipas y el del aspirante a alcalde de Valle Hermoso. Mataron al presidente del Congreso de Guerrero. Gobernadores intervinieron de manera indebida en las campañas. Miembros del gabinete presidencial viajaron a los estados a sembrar calumnias contra candidatos.
También hubo espionaje ilegal y vimos al dirigente del partido gobernante con las cintas de las escuchas en la mano. Metieron a la cárcel a un candidato a gobernador, con los endebles dichos de testigos pagados. En la jornada electoral hubo balazos, allanamientos, porros enviados desde el DF a Oaxaca, robo de urnas en Durango, casas con armas en Hidalgo. El partido que tiene la responsabilidad del gobierno de la República se proclamó triunfador en estados donde sus dirigentes sabían que habían perdido. Dieron resultados antes del plazo autorizado por la ley, para enturbiar.
Y enturbiar elecciones es enturbiar el país.
¿Prefieren gobernar en un ambiente de crispación intolerante?, dicen los expertos. Ojalá que no. Que todo sea desesperación de un dirigente. Esperemos que hoy el gobierno eleve la mira hacia lo mucho por hacer en estos dos años. Ojalá se detenga esta bola de nieve destructiva que tiene por objeto conservar el poder por las buenas o por las malas. Pueden venir tiempos muy difíciles. Y es que el futuro no es alentador: las elecciones del fin de semana, como se ha dicho, pasarán a la historia por haber transcurrido bajo la amenaza del terror del crimen organizado.
Con cifras preliminares sobre un altísimo abstencionismo, generado por el miedo, se empieza a cuestionar la legitimidad democrática de esta jornada electoral. Con resultados definitivos será imprescindible analizar tanto las causas del abstencionismo y del voto nulo, así como el comportamiento de los electores. Dicen algunas voces que la evaluación de nuestra democracia arrojará un resultado deplorable ante una lectura metódica de los criterios que podrían explicar el porcentaje de abstenciones, y que son el terror a las mafias, el miedo a los mapaches violentos de distintos partidos, la inconformidad por la carencia de credibilidad política de los contendientes, pues todos son iguales, y el desinterés crónico de los votantes que no han podido atraer hacia sí los partidos.
Obviamente, dicen los analistas, la sociedad reclama también un análisis del comportamiento de los que sí acudieron a las urnas. De realizarse este análisis, los resultados descalificarían a nuestra muy costosa partidocracia a la que será imposible identificar con los valores y objetivos de la democracia que México demanda: gobernabilidad ordenada y/o fortalecimiento institucional del Estado; estrategias para erradicar la pobreza y la marginación a fin de evitar la migración y el arraigo social de carteles y mafias.
Así, ¿qué tanta verdad aguanta la República? ¿Quien asume la responsabilidad de salvar a México? Por desgracia, no contamos con líderes visionarios, y nuestra democracia pretende legitimarse con una participación que oscilará, si acaso, en un 40%. Y de éste, ¿cuántos votaron para legitimar dictaduras estatales y cuántos votarán por el regreso de la vieja dictadura priista que, aunque no esté en Los Pinos, nunca se ha ido realmente?
Evidente, el voto no es sinónimo de legitimidad democrática, y parecería que en México esta premisa no la hayan asimilado ni la partidocracia ni la sociedad. México ha vivido y restaurado un orden novohispano soterrado que se colapsa debido a la capacidad de fuego del narco. Esa es la gran realidad que han destapado las elecciones. Y eso lo empiezan a señalar los estudiosos y los expertos en las elecciones mexicanas.
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