Desde que Leo Africanus describió la ciudad de Timbuctú (Timbuktu, forma inglesa del nombre, o Tombouctou, Tombuctu, forma fracesa) en el S. XVI en su Descrittione dell’Africa, esta ciudad (hoy en Mali) era considerada en occidente como semilegendaria.
Tanto, que en 1824 la Société de Géographie ofreció un premio de 10,000 francos para el primer no musulmán que llegara a la ciudad y trajera pruebas de su existencia: el premio fue ganado por René Caillié en 1828.
Timbuctú es una ciudad (apodada «la de los 333 santos») cercana al río Níger (a 7 km de distancia del río), en la región del mismo nombre.
Su situación geográfica hace de la ciudad un punto de encuentro entre África occidental y las poblaciones nómadas beréberes y los árabes del norte. Tiene una larga historia como puesto avanzado de comercio, e intersección de la ruta comercial transahariana de norte a sur.
Se hizo próspera por Mansa Musa, rey del imperio de Malí que se anexó pacíficamente la ciudad en 1324.
Es el hogar de la prestigiosa Universidad de Sankore y de otras madrazas, y fue capital intelectual y espiritual y centro para la propagación del islam en toda África durante los siglos XV y XVI.
Sus tres grandes mezquitas, Djingareyber, Sankore y Sidi Yahya, recuerdan la edad de oro de Timbuctú. Aunque continuamente restaurados, estos monumentos están hoy bajo la amenaza de la desertificación, ya que la ciudad está principalmente hecha de barro.
Según algunos estudios, Timbuctú ha tenido una de las primeras universidades del mundo.
Estudiosos locales y coleccionistas todavía cuentan con una impresionante colección de antiguos textos griegos de aquella época, y en el siglo XIV fueron escritos y copiados importantes libros, estableciendo la ciudad como centro de una importante tradición escrita en África.
Existen varias teorías para intentar explicar el origen del nombre de la ciudad.
Por un lado, se cree que se compone de la unión de tin, que significa «lugar» y buktu, que es el nombre de una vieja mujer maliense conocida por su honestidad y que vivió en la región. Los tuareg y otros viajeros confiaban a esta mujer todas sus pertenencias que no tenían uso en su viaje de regreso al norte. Así, cuando éstos volvían a casa y les preguntaban dónde había dejado sus pertenencias, estos respondían que las habían dejado en Tin Buktu, esto es «el lugar donde vive Buktu».
Para Abderrahamne es-Saadi, la ciudad recibe ese nombre debido a que, en sus orígenes, algún bien fue custodiado por un esclavo llamado Bouctou, que significa «de Essouk» (una localidad del norte de Malí, a menudo referida por historiadores árabes como Tadmakka). Por tanto, en bereber significaría «el lugar de Bouctou».
Otra teoría, de René Basset, propone que proviene del idioma bereber antiguo, en el que buqt significa «lejos», así que Tin-Buqt significaría «un lugar lejano», como lejano es una localidad en el desierto del Sahara.
Para otros, como el explorador alemán del siglo XIX Heinrich Barth, la segunda parte del nombre proviene de la palabra árabe nekba, que significa «duna», significando por tanto «lugar de dunas» o «depresión entre las dunas».
Por cierto, Tempe, Arizona, es ciudad hermana de Timbuctú.
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Y desde aquí hasta Timbuctú, en este día nublado, llega flotando entre la bruma de la nostalgia el aroma feliz de tantas instantáneas de aquella ciudad tan lejana como el mismo corazón, porque todos los días nublados llevan a Timbuctú:
Como yo no nací aquí, todo lo que veo en esta ciudad me sorprende:
La soledad de las calles en las noches de invierno y el polvo de tristeza que flota en las tardes de otoño...
Los ruidos metálicos de las calles del centro y los altavoces que recorren las colonias de la periferia...
Los niños que cruzan las calles sin volverse a ver por algún auto y los gatos aplastados por los camiones materialistas a mitad del arroyo...
Los grandes edificios desocupados y las antiguas casas que esperan el momento menos propicio para derrumbarse con toda su historia a cuestas...
La basura que se acumula en los rostros de los veloces empresarios que no se despegan de su celular y el lento progreso de los trabajos por una ciudad más digna...
Y me sorprende saber que quizá en alguna calle de este mi pequeño reino estás tú, jirón de los sueños, esperándome entre conejos asexuados y libros que tal vez nunca terminarás de leer...
Nada que hacer contra la sorpresa: por ti me duelen los dolores más antiguos, te adivino detrás de cada cristal de cada ventana de cada casa que pasa frente a mis ojos sin detenerse jamás.
Eres el continente que me ha descubierto, el nuevo mundo que encontró a este navegante a la deriva en un océano más pequeño que su sueño más triste, y le dio ánimo y rumbo y una constelación que ciertas tardes de febrero está al alcance de la mano, justo donde los buitres realizan su mitin diario.
¿Para qué más sorpresa que esta ciudad que se cierra en tu cintura y se abre entre tus pestañas como abanico alegre en el sopor de las calles que reclaman nuestra presencia?
Como no nací aquí, puedo sorprenderme con facilidad de tanta miseria que me rodea: el aire, el ruido, el polvo, el silencio, la soledad, la muerte agazapada en cada callejón oscuro...
Sólo tú me salvas de este embravecido mar de calles, sólo tus manos conocen los nudos que me atan a la vida, sólo tu olor llena estos pulmones ansiosos de huracanes, sólo tus labios alimentan estos dientes sedientos de tu sabor (¿cómo era que besabas? recuerdo la paz y la luna), sólo tu arena llena mis espacios milenarios y desérticos...
Me sorprende el tiempo sin ti: que tengas una buena noche donde quiera el amor que estés...
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