Trova y algo más...

viernes, 18 de junio de 2010

¡Haz chángüich...

México dos, Francia cero. Ese fue el ya conocido y multiplicado y repetido hasta el hartazgo resultado del partido entre estas dos selecciones en la jornada de ayer en el Mundial de Sudáfrica.

Para mí, el futbol es un motivo circunstancial para convivir dos horas y después beber cinco o seis horas, hasta que el cuerpo aguante o que se pierda la dignidad, lo que ocurra primero.

Sobre todo cuando uno observa partidos como el de ayer, en el que por un lado estaba un puñado de jugadores que se mataron por dar el juego de su vida para irse o consolidar su presencia a Europa, mientras que por el otro, había una oncena de tipos desmoralizados, peleados internamente y sin mayor ambición, pues todos ellos juegan en Europa. Así de simple. El resultado, pues, era previsible.

Y luego con un árbitro tequilero, pues las cosas se pusieron a modo: permitió un gol en fuera de lugar y pitó un pénalti que ni en la liga árabe marcaría. En fin…

Pero otros no tienen esa visión tan simple y antipatriótica como la que tengo yo.

Sobre todo los representantes de las empresas patrocinadoras, socias y beneficiarias de la selección: Luis García Postigo, ex seleccionado mexicano que jugara en una copa mundial, y hoy comentarista de Tv Azteca, una de las empresas que se llenan los bolsillos con todo lo que tenga que ver con el futbol en México, dijo al finalizar la transmisión de ayer: “Con este resultado, todo México debe salir a las calles a celebrar el histórico triunfo”.

Dijo todo lo contrario de lo que señalan los expertos en la materia: vincular el futbol con el estado de la nación no sólo es ingenuo, sino peligroso para el ánimo del país, pues una decepción futbolística puede hundirnos irracionalmente en sentimientos de fracaso y frustración.

Sobre todo hoy, que se vive una situación nacional nada agradable, con tanta muerte y tantos muertos vinculados al tráfico de drogas, exclusivamente, como sostiene y subraya un tal Felipe Calderón.

Pero, como se dice en “La Selección del ¡Ya se pudo!”, ensayo publicado en Milenio Semanal: la selección mexicana de futbol ha obtenido a lo largo de su historia resultados acordes con su nivel futbolístico, por debajo de los equipos que de manera recurrente disputan entre sí ganar la Copa del Mundo y por encima de aquellos para quienes constituye un triunfo participar en la competencia.

Fuera del país, al equipo se le juzga en su justa dimensión: como mediano, que juega bien y tiene buenos jugadores, y con las mismas oportunidades de otras selecciones en el mismo rango para eventualmente disputar una final, según se presenten las circunstancias y los imponderables.

El punto es que el discurso derrotista que insiste en el fracaso permanente como cualidad intrínseca del máximo representativo del futbol mexicano no corresponde a los hechos deportivos, pero tiene credibilidad porque se hace de este deporte ejemplo y metáfora de todo: es “la institución cero”, un significante vacío a la espera de cualquier significado para expresar lo que sea, considera el investigador Edison Gastaldo, de la Universidad de Vale do Rio dos Sinos, en Río de Janeiro, Brasil.

Vaya, otras selecciones como las de Inglaterra y Holanda, con mejor nivel futbolístico que la de México, han tenido más y mayores fracasos. Sus aficiones podrían sentirse frustradas con mayor razón. El derrotismo o ese enfrascamiento en juzgar negativamente todos sus resultados no es un fenómeno particular a la afición mexicana; incluso en Brasil existe, y está relacionado con la expectativa que se tiene.

El problema es que mientras allá toda participación que no resulte en un campeonato se considera como fracaso, aquí (en México) la ambición está fincada en una meta mediocre: la de llegar a cuartos de final. Al quinto partido, pues.

Los comentarios intelectualizados sobre el desempeño de la selección de futbol basados en ideas traumáticas sobre el origen y destino de la nacionalidad mexicana, como la de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, aunque funcionan muy bien para que el ánimo derrotista halle fundamentación en cualquier circunstancia (incluida la del jugamos como nunca, perdimos como siempre), en realidad —asegura el profesor de la Universidad Iberoamericana, Samuel Martínez López— no alcanzan a explicar los resultados de la selección, pues consisten en generalizaciones tan amplias que difícilmente pueden ser ciertas para dar cuenta de la psicología y rasgos culturales de todos y cada uno de los jugadores mexicanos. Asimismo, los periodistas deportivos “cumplen la mala función de ser difusores de estereotipos —relativos a las nacionalidades de los jugadores—, las cuales, lejos de ayudar a entender el deporte, obnubilan o dificultan su comprensión en toda su complejidad”.

No obstante, Martínez López, quien se dedica a la investigación del futbol como hecho social y cultural, considera que influyen más en el desempeño otros factores, como la deficiente educación en el país (la educación, en general, y la educación física, en particular), así como las carencias que algunos jugadores pudieran arrastrar relacionadas con la pobreza de su origen.

Que seamos un país con décadas en crisis económicas recurrentes tiene que ver con cómo enfrentamos al mundo, sin que esto sea una regla que explique todos los casos. En la victoria como en la derrota hay aspectos extradeportivos que influyen para uno u otro resultado, y el grito de ¡Sí se puede!, por ejemplo, “habla de la falta de confianza en la selección; esconde que no podemos”, considera el académico.

El reiterado sentimiento de frustración es también el resultado de que los anunciantes y los medios de comunicación que viven de ellos alientan la esperanza —a veces desproporcionadamente— en medio de los problemas que estamos viviendo en el país. Hay un aprovechamiento lucrativo de esa esperanza en la obtención de buenos (mediocres) resultados. Pero eso puede generar una gran insatisfacción, puesto que la historia y los hechos recientes dicen que no será un gran papel el de la Selección Mexicana en esta Copa del Mundo. Como ocurre periódicamente, cuando la expectativa no se cumpla, vendrá la decepción y la frustración en un ciclo que se repite: esperanza-expectativas-desilusión-frustración-reconciliación-esperanza…

En este momento, entre la afición y la prensa hay optimismo respecto a los resultados que se pueden obtener con base en algunos hechos, como contar con seleccionados que juegan en ligas europeas o que fueron campeones del mundo en la categoría juvenil. Tanto así que nueve de cada diez aficionados mexicanos creen que su selección pasará a la siguiente ronda y uno de cinco tiene la expectativa de que va a llegar a la final.

Este ciclo es posible también porque hay una especie de ideal de igualdad de oportunidades en el deporte moderno. De ahí que el Mundial sea figurado imaginariamente como si fuera una democracia en la que el aficionado persiste en sentirse con derecho a que su equipo sea campeón. A fin de cuentas, el deporte conserva una incertidumbre que permite la irrupción de lo imponderable, que se experimenta como magia: una jugada, un gesto, un error… un milagro. Más que optimismo, hay incertidumbre y eso le da más interés a la competencia.

Javier Hernández hijo, Chicharito, apareció justo en un momento en el que había un vacío de ídolos: Cuauhtémoc Blanco en decadencia; Memo Ochoa a la baja; Rafael Márquez en una posición lejana porque se desenvuelve principalmente en España; Giovanni dos Santos carece de arraigo, por ejemplo. Aunque no es un crack, el empuje y notorio deseo de hacer bien las cosas muestran a Chicharito como alguien digno de admiración por sus resultados, que en el futbol son goles.

Hace unos cuantos meses casi nadie sabía de él. Apenas en el torneo que recién finalizó se dio a conocer como líder de goleo. A favor de su madera de ídolo, Chicharito ha reunido varias cualidades, además de que pasa por un buen momento futbolístico; una, que proviene del equipo que representa la mexicanidad, Las Chivas de Guadalajara; otra, su apodo, heredado en diminutivo de su padre, Javier Chícharo Hernández, que lo conecta a la familiaridad coloquial de la afición, con el populacho. Los carteles en las paradas de autobús lo muestran anunciando las tiendas Coppel con una tarjeta en la que firma como Chicharito. Es, además, imagen de las marcas Bimbo, Banamex, Poker Stars, Rexona y ATT.

Paradójicamente, el ser hijo de un futbolista profesional que fue exitoso ha hecho de Chicharito un tipo de mexicano distinto al de las multitudes que lo tienen en alta estima. Posee tanto un cierto nivel socioeconómico como una educación; habla muy bien inglés y tiene una mentalidad sin complejos. Está preparado —fue formado— para hacer una carrera exitosa, sin miedo a irse a jugar al extranjero.

De acuerdo con Martínez López, los corporativos de comunicación inventaron a Chicharito como marca pues “la industria del futbol mexicano necesita ídolos para soportar las audiencias en las transmisiones” de los partidos y en los productos relacionados con ellas. La Federación Mexicana de Futbol tiene 14 socios comerciales, cabe señalar.

Complementariamente a esta idea, Iván Pérez, periodista de El Economista, señaló durante su participación en el seminario en la UIA que la Selección Mexicana, aunque clasificada en el número 17 por la FIFA, como negocio ocupa el número cinco. Es el equipo que llevó más aficionados a los estadios durante la etapa eliminatoria (premundial). También, es la selección con más juegos amistosos de preparación; 12.

Para Adidas, uno de sus cinco grandes negocios en el mundo es México (como marca). Cuando todo aficionado mexicano se había puesto la verde, como ordenaba la campaña de Televisa, lanzaron una en color negro. En vez de ser ignorada, ésta se agotó.

Asimismo, Adidas México calculó a principios de este año que espera la venta de 3.5 millones de productos relacionados con la Selección Mexicana de futbol, no sólo en el tema de playeras, sino en otros aditamentos como ropa, guantes, bufandas, mochilas y otros más.

El estadio Maracaná, en Río de Janeiro, Brasil, fue construido como un símbolo de unidad nacional, como un monumento para que fuese la metáfora o símbolo de la grandeza del país y su régimen. A partir de entonces, cuando se jugó ahí la final del Mundial de 1950, “Brasil es su futbol”, fue el resultado de un proyecto de la dictadura militar para debilitar a las oligarquías regionales desde 1938.

La selección mexicana se preparó como ninguna de las que asisten al mundial: 60 días.

En 1970 la selección de Brasil fue la que probablemente se preparó mejor para ganar el campeonato. Su misión era consolidar la dictadura, de acuerdo con el doctor Gastaldo.

A propósito, no puede uno dejar de pensar en la relación entre política y selecciones nacionales cuando uno ve la campaña personificada por el entrenador Javier Aguirre, con un discurso notoriamente promovido desde la Presidencia de la República.

El hecho es que en los últimos cinco sexenios ningún presidente ha desaprovechado a la Selección como una oportunidad para favorecer su imagen.

Felipe Calderón hizo tres actos públicos con ella en un mes. Nunca Presidente y selección alguna se habían reunido tanto en un periodo tan breve.

Por lo pronto ayer, Calderón se sumó al carro triunfalista y de inmediato se comunicó —como no lo hizo en el partido anterior, acaso valorando circunstancias y midiendo consecuencias— con los seleccionados para felicitarlos por su histórico triunfo en tierras sudafricanas, mientras en tierras mexicanas se sufre derrota tras derrota diaria...

Por su parte, la Federación Mexicana de Futbol “utiliza este vínculo político para ganar favores de la Presidencia y de Gobernación para no hacer transparentes sus cuentas”.

Hay un acuerdo implícito por el cual “usa esta relación para tener manga ancha”, asegura Martínez López.

Vamos a ver si Javier Aguirre es capaz de aplicar su discurso en el ámbito de su competencia. El riesgo de esta campaña es que se extrapola con mucha facilidad la idea (ingenua) de que el desempeño de la Selección Nacional es un reflejo de la realidad del país.

Si Javier Aguirre y su equipo no llegan al quinto partido, entonces será el ícono del no se pudo y no se puede, con las consecuencias que ello implique para quienes le solicitaron esta actuación.

Y mientras ellos —los dueños del futbol y de los jugadores y hasta de la afición en México— hacen sus negocios como políticos, al margen de toda transparencia y a la sombra de las corruptelas, nosotros, desde la miserable comodidad de la sobrevivencia cotidiana, al grito desaforado de gol, hacemos chángüich, como nos lo ordena la demagogia telenovelera a la que dios nos tiene sometidos…

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