Dicen que la lealtad es una característica del ser humano, mientras que la fidelidad es algo propio de los animales domésticos: “Los colaboradores deben ser leales a su jefe... Los perros son fieles a su amo...”, dirá un manual de ejercicios sobre el tema. Pero no me crea mucho: yo nomás digo lo que he escuchado a lo largo de mi vida.
Incluso hay quienes señalan que se es leal de la cintura para arriba y fiel de la cintura para abajo... ahí saque sus conclusiones de qué se trata este último asunto.
Pero el propósito de esta entrega no tiene nada qué ver con la rica práctica del chaca-chaca ni con tirarle una vara a un perro para que nos la traiga al primer silbido, sino con tratar de dirimir en qué momento de la vida debe uno ser leal y cuándo se debe ser fiel, sobre todo porque muchas personas consideran que la lealtad es necesaria donde quiera que haya reglas del juego: es la garantía de la estabilidad de las sociedades, pues donde desaparece la confianza se inicia la desintegración.
Dicen también que el mayor peligro de las sociedades en la actualidad es que el hombre obra por consigna más que por conciencia; es decir, lo que importa es la seducción momentánea de los personajes, no la más difícil fidelidad hacia ellos, ya sea en los negocios o en la política, y se considera obvio que quien sea incapaz de tender trampas es inadecuado para la lucha. Pues por algo lo dirán.
Poco se oye hablar ahora de la lealtad en la sociedad, en la familia, o a otros niveles como negocios o empresas privadas o públicas, y de la necesidad evidente que tenemos de ser leales unos con otros, sobre todo al momento de designar secretarios y funcionarios mayores en las administraciones que recién empiezan. A propósito, eh. Cosas de la vida.
El tema ha sido en otros tiempos una suposición tan básica, que la falta de esta lealtad en cualquier momento social, o lugar familiar, era tenida como una deshumanización sin nombre, que no admitía réplicas. La consecuencia era el rechazo de la sociedad o de la familia.
Por ahí he leído que hoy, sin embargo, esto no se tiene en cuenta. De hecho, lo que nos mueve como individuos e individuas parece ser que no tiene nada que ver con un mundo interior, faceta fundamental de la lealtad, aparte de que son tantos los años en que esto ya no funciona, que sería poco menos que imposible intentar su asiento. No obstante, seguimos con el dedo en la llaga.
Y, bueno, ¿qué es la lealtad? Pues bien definida, supone el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad, y las del honor y hombría de bien. Se está hablando del cumplimiento de las leyes de fidelidad. Y está claro, que la fidelidad no puede ser un mero aguante. Esta fidelidad debería llevarnos a esa creatividad que en algún momento prometimos, y que debiera constituir y activar el ser de cada circunstancia, el ahora mismo de mi ser, de modo que asumiéramos la realidad tal como se nos presenta, con la ventaja de que esa creatividad le daría la vía coherente y necesaria al ser del hogar, pero... ¿dónde está esto, a todo nivel, hoy día?
Si vamos a la fidelidad política, fácilmente nos desengañamos ante la cruda realidad de nuestros países, que nos representa una democracia formal que no real, de palabra que no de hechos, de ideas que no de actitudes con todas sus consecuencias tristes y las injusticias que ello lleva. Unos partidos que nos dan la impresión de pensar sólo en ellos y en su intereses, olvidando descaradamente al pueblo. Ah: esa palabrita mágica: “pueblo”.
Cuánto nos falta, entonces, para hablar de esta fidelidad entre los dirigentes y el pueblo, que por palabras no se queda, y que en algún momento de la historia se cantó y marcó con letras de oro haciéndonos ver que la desgracia y las injusticias son francamente la mejor circunstancia para la fidelidad de los amigos fieles, y que brilla en aquellos momentos de un modo muy especial el valor de la lealtad.
Definitivamente, y ya para terminar de enredar este embrollo, nos falta bastante, en nuestros medios culturales, hasta dar al ambiente que nos mueve la fuerza que este honor pide, y que la hombría de bien debería poner en su sitio. Hombres de bien aparentemente vivían bastantes en otros momentos, o tiempos, y no voy a negar que hay algunos también hoy, pero son insuficientes para cambiar este medio en que nos movemos, y que, por otra parte, nos ahoga.
Tal vez tendríamos que buscarlos hoy con lupa, como hiciera en otro tiempo el filósofo griego, pero es evidente que la posibilidad está en nuestras manos, porque no podemos negar lo que puede ser un hecho mediando nuestra libertad, optando de manera satisfactoria, y contra el sentir de mucha gente, que no va a estar por este tipo de opciones, pero que sabiéndolo, nos van a dar más ganas de hacer, como en nuestra conciencia debemos hacer.
Parece mentira, pero hoy se habla de la lealtad de los perros y los caballos, como se ha mencionado al principio de este rollo, y la hemos olvidado entre los hombres. Pero así es la cosa, y es entonces que surge la pregunta: lealtad y fidelidad, ¿a qué horas?
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