Trova y algo más...

lunes, 20 de septiembre de 2010

Del tamaño de su soberbia...

Como vacilada está bien, pero es una triste realidad que nuestros políticos, aspirantes a y funcionarios talla 12 tienen la epidermis bastante delicadita, todo lo toman en serio y luego sacan cualquier argumento —por más idiota que parezca, en serio— para defenderse de sus propios demonios internos: no vaya a ser que les ganen la candidatura a lo que sea...

Y es que ante la polémica que ha causado conocer la identidad del Coloso que fue levantado el 15 de septiembre en el Zócalo —una escultura de 20 metros de altura y un peso de 8 toneladas, hecho de poliuretano—, la Secretaria de Educación Publica, a través del infumable Alonso José Ricardo Lujambio Irazábal —tan inútil y estulto como la extensión de su nombre—, aseveró que el rostro del Coloso no retrata ningún personaje en particular y no tiene una identidad específica.

¿Y para qué tiene que salir a decir eso este individuo? ¿La identidad de quién quiere esconder?

Y para levantar esa necesaria cortina de humo a la mexicana y llevarse todos los empellones para que no le raspen los muebles al Calderón, el fulano de la SEP detalló que “El Coloso es un homenaje a los cientos de miles de mexicanos anónimos, casi todos campesinos pobres, que participaron en el movimiento insurgente y que escribieron un capítulo central de la historia de México”.

Pues eso será. Se supone que eso iba a ser. Pero como que el monote no refleja muy bien a un campesino pobre, considerando que sus ropas —aunque de manta, como se observa— lucen limpísimas y como compradas en Liverpool... usa botas —según se aprecia— y los campesino pobres del siglo XIX no utilizaban botas, sino huaraches, además de que el rostro del gigantón está rasuradito, como si fuera Rafael Márquez en un anuncio de conocida navaja de afeitar llamada Guillet, je.

Y para no quedarse muy atrás a la hora de establecer líneas tontas de opinión, los autores del Coloso aseguran que buscaron rostros, facciones, rasgos (ceños, miradas, patillas, mentones, bigotes) que expresaran fortaleza en el carácter en un contexto histórico determinado.

O sea: le entraron machín a las estampitas de la independencia, aunque más bien el monote parece personaje de la revolución: “¿cien años más, cien años menos, qué importa?”, preguntaría Lujambio poniéndose medio litro de gel en el cráneo.

“El rostro del Coloso no tiene nombre ni apellido”, señalaron sus autores Jorge Vargas y Juan Carlos Canfield, en un anexo al documento oficial que se distribuyó a los medios masivos de comunicación: “Este hombre no es uno de los héroes hecho escultura; por el contrario, simboliza una persona común que siguió a los líderes para crear la nación mexicana”, apuntaron.

Pero, aunque la SEP subraye que es indebido que se busque politizar la producción artística de los creadores del Coloso, la gente —cabrona como es— no deja de señalar su parecido con personajes como:

- Emiliano Zapata

- Jesús Malverde

- José Stalin

- Luis Donaldo Colosio

- Benjamín Argumedo

- Vicente Fernández

- Don Ramón

- El Canaca

- Saddam Hussein

- Vicente Fox

- Sacha Baron Cohen (Borat)

- Freddie Mercury

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Y ya si se puede opinar, pues hasta se parece a mi primo el Chato Peralta en lo calzonudo, bigotón y cuerpo cortado, como si trajera resfriado todo el tiempo.

Pero lo más preocupante no es a quién se parece el monigote gigante, sino la utilidad práctica que puede tener después de la borrachera del bicentenario y la del centenario, porque visto sin tanto optimismo lujambista, el monote ya no servirá ni para estatua (o cagadero de palomas, como reclamaba Renato Leduc, cuando le proponían hacerle una estatua) y será una estrella más del bicentenario que se va a la basura, aun con todo y su gigantismo descomunal, que refleja el tamaño de la soberbia de los organizadores de las fiestas del bicentenario y la exageración...

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