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miércoles, 8 de diciembre de 2010

El peligroso...

Las enciclopedias dirán que nació en 1940, en un barrio pobre de Liverpool, en medio de un bombardeo nazi. Quedará para el lector advertir que los primeros sonidos que le llegaron fueron esos: los de la guerra.

Su padre, un marinero al que casi no conoció. Su madre, Julia, la verdadera tragedia de su infancia. Lo dejó al cuidado de una tía a la edad de cuatro. Regresó unos años después, pero la dicha duró poco. John Lennon la vio morir frente su casa, bajo las ruedas de un policía borracho.

“Mi madre me dejó huérfano dos veces”, diría más tarde.

De muy joven fue líder de pandillas, callejero, irreverente, pendenciero y seductor. Encarnó aquello que la sociedad inglesa aborrecía: el proletariado de los suburbios.

Amó al rock and roll por sobre todas las cosas.

Formó una banda (Los Quarrymen); reclutó a McCartney. Su primera experiencia poética fue jugar con las palabras “ritmo” y “escarabajo” para dar nombre a la banda que cambiaría para siempre la historia de la música.

Tenía veintitrés años cuanto se presentó con los Beatles en Londres. Ante un auditorio repleto, sonrió y dijo: “Para nuestro último número, vamos a pedir su colaboración. Los de los asientos baratos pueden batir las palmas. Los demás que hagan sonar sus joyas”. Presente, entre “los demás”, estaba la Reina de Inglaterra.

En 1966, declaró que los Beatles eran más populares que Jesucristo. Le respondieron con el ya conocido lenguaje de las hogueras. Se quemaron discos y fotos en todas partes. El Ku Klux Klan lo amenazó de muerte. A instancias de su tía Mimí, se retractó y pidió disculpas cuántas veces pudo. El Vaticano tuvo la piedad de “perdonarlo” cuarenta y dos años después.

Sin tener formación académica, compuso una buena cantidad de melodías memorables. “In my life”, que escribió a los veinticinco, fue elegida la mejor composición del siglo por un jurado mundial de directores clásicos.

Siendo ícono de la cultura occidental, tuvo el desatino de juntarse con una artista japonesa. Se burlaron diciendo que se estaba apareando con un mono. Respondió de la única manera que sabía hacerlo, con sarcasmo y una canción: “Todos tienen algo que ocultar excepto yo y mi mono”.

Harto de ser un “payaso beatle”, inició su carrera solista y su militancia por la paz. Tocó en el concierto por John Sinclair, un activista social encarcelado en Michigan en Julio del 69. Desde entonces, no se detuvo en su guerra contra la guerra de Vietnam.

Denunció que “la mujer es lo negro del mundo”. Fue el primer feminista.

Se mudó a Nueva York, hastiado de la sociedad inglesa. Dijo alguien: “Cuando se es un genio creativo como Lennon, se le dejan pasar ciertas cosas. Pero Inglaterra no le deja pasar cosas a nadie que venga de la clase obrera”.

Al igual que Graham Greene, tuvo micrófonos de la CIA y el FBI hasta en el trasero.

Músicos como McCartney, Jagger y otras megaestrellas del rock fueron declaradas “inofensivas” por el gobierno de Nixon, al cumplir el mandato de “tocar sus canciones y volver a sus mansiones”. Pero Lennon fue inmanejable. Obsesionó a los medios. Salió a la calle. Fastidió al poder.

“Nuestra sociedad está gobernada por dementes que persiguen objetivos dementes”.

Lo llamaron: loco mesiánico, subversivo, terrorista, desquiciado, excéntrico, comunista, irresponsable, pervertidor de la juventud.

Cierta Navidad, empapeló con fondos propios a las grandes capitales del mundo: “La guerra terminó, si tú lo quieres” (”War is over”, “Der krieg ist aus”, “La guerre est finie”, “E finita la guerra”).

El Director del FBI le respondió, días después, en un mensaje oficial al pueblo americano: “Nuestra causa es justa. Si tenemos fe en la humanidad, la libertad que heredamos se verá preservada. Estados Unidos no es un lugar para esas almas tímidas y cobardes que ruegan que haya paz a cualquier precio”.

Nunca dejó de ser, hay que decirlo, un tipo peligroso. Le negaron la ciudadanía americana. Quisieron deportarlo.

Así y todo jamás perdió el fuego sagrado de su arte. “Es cierto, soy un revolucionario. Pero un artista revolucionario. Nunca he dejado de ser un artista”.

Imaginó un mundo sin fronteras. En cierto modo, llegó a abolirlas. En su memoria, hay un jardín , el “Strawberry Fields” en pleno Central Park de Nueva York. En el 2000, Silvio Rodríguez y Fidel Castro le descubrieron una estatua, a tamaño natural, en el Parque Habanero de La Habana. Dijo un cubano: “De este hombre puede creerse cualquier cosa menos que esté muerto”.

Pasó de ser el fastidio de la escuela a ser el fastidio de las naciones más poderosas del mundo. Pero por delante del escándalo siempre estuvo su música. Al fin y al cabo, nunca dejó de ser un rockero rebelde de los suburbios de Liverpool.

Hace hoy treinta años, el 8 de diciembre de 1980, alguien lo mató a balazos. La noticia cruzó rápido el Océano. Tía Mimí, en su casa de la playa, escuchó al pasar que John estaba otra vez en boca de todos. “¿Qué habrás hecho ahora, Lennon?”, pensó Mimí.

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Gustavo Boschetti

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