Trova y algo más...

miércoles, 22 de julio de 2009

Cómo evitar casarse con un imbécil...

Les diré algo, nada más no lo divulguen, ¿bueno? Resulta que anoche recibí una llamada telefónica del general Roger McCallister, alto mando del ejército norteamericano y mi amigo personal desde hace varios años, cuando trabajábamos juntos en un proyecto secreto en aquella fábrica de cortadoras de zacate en Phoenix, donde se dice que fueron detectados los prófugos de la ABC.
Según me dijo mi amigo el general, los altos funcionarios del ejército norteamericano están preocupados porque sus elementos armados fácilmente se emparejan y se desempatan (o sea, se casan y se divorcian, pues), casi como si fueran población civil. Y es que aunque, como todos sabemos, el army se crea el policía del mundo y Bush era el inquisidor Torquemada, también tienen su corazoncito.
Dice mi amigo que agobiado por la elevada tasa de divorcios que las guerras han traído consigo, el Pentágono decidió meterse a “casamentero” y, directamente, tratar de evitar que su personal se case con lo que llaman “un imbécil”, y para ello inventaron un programa en el que los capellanes de las fuerzas armadas estadounidenses (ya ven, dondequiera están estos faldilludos personajes) se propusieron la labor de enseñar a los soldados a elegir bien a sus futuros cónyuges y que su relación dure para siempre o hasta que se acabe el mundo, lo que ocurra primero. “Cómo evitar casarse con un imbécil”, se llama el programa de marras.
Mi amigo Roger me explicó que el programa, también llamado “Escoge un compañero”, es la continuación de la campaña “Construyendo familias fuertes”, iniciada en 1999, y que ha sido algo así como un fracaso.
El McCallister me dijo que “el army cuenta con 55 ministros de distintas confesiones religiosas dedicados exclusivamente a asuntos familiares. Esta formación es parte de su ministerio. Y es que tú sabes que los jóvenes a veces toman decisiones equivocadas y hay que tratar de que esto no ocurra”, mencionó a través del hilo telefónico.
Según el general, el programa “Cómo evitar casarse con un imbécil” parte del alto índice de divorcios registrado en el Ejército a causa de las campañas bélicas que Estados Unidos inició en Afganistán e Iraq, tras los atentados de septiembre del 2001.
“Las cifras son alarmantes –me dijo, y luego se oyó algo así como una lata de Budwaiser abriéndose, después de un silencio sospechoso seguido por un extraño sonido gutural y un ¡ahhh!, agregó–: de los más de 618 mil militares en activo que había en septiembre del 2001, se han divorciado desde entonces 95 mil, lo que representa el 15 por ciento”
Dice McCallister que una buena comunicación constituye uno de los elementos clave para un matrimonio con un militar, y que haga que la llama del amor no se extinga.
Yo nomás me quedé pensando, haciendo un cigarro de hoja, este tipo habla con una mezcla del rollo del Delegado Zero y del Menos Uno Calderón. Y para reafirmar mis pensamientos, me dijo la clave del programa: “crea rituales como desayunar en la cama con un crucigrama los fines de semana o salir un día de compras juntos; evita decir palabras ofensivas en medio de una discusión, o recuerda al cónyuge sus cualidades”.
Dice el Roger que ello ofrece a los soldados gringos una visión más extensa de la vida en pareja, lo que no quiere decir que de vez en cuando le pongan los cuernos a su pareja o a ellos mismos.
Bueno, el caso es que las palabras de mi amigo McCallister me hicieron pensar en algunas propuestas que bien pudimos haber puesto en consideración en el proceso electoral que acabamos de pasar y qye algunos todavía pretender alargar.
Y como las ideas no tienen dueño, en un arranque de lujuria parafrasiaríamos el nombre del programa y le llamaríamos “Cómo evitar que te engatuse un imbécil”, con el nomble fin de que ya se acabe el teatrito y todos nos pongamos a picar piedras... o lo que haya que picar, digo joe.
De entrada, habría que convocar no al ejército de Estados Unidos, sino al ejército de desharrapados que somos, que siempre hemos sido bajo el mismo sol, en la misma ciudad y con la misma gente (ah, no: esta es una canción, sorry), y divorciarnos de a tiro de muchos de los políticos que andan por ahí todavía después de haber prometido las destas de la virgen, sin decirnos bien a bien cómo le harán para bajar el precio del gas, de la electricidad y de todo lo que van a bajar, siempre y cuando no se ponga en riesgo la dignidad o la integridad física.
Y es que de verdad no necesitamos que vengan a decirnos qué nos duele como sociedad. ¿Acaso no se habrán dado cuenta que el dolor lo sufrimos nosotros, los ciudadanos, y que ellos lo único que hacen es retórica sin filosofía? ¿Acaso no les dirían sus brillantes asesores que no necesitamos más dosis de demagogia barata sino hechos, mínimos tal vez, pero hechos al fin, sin necesidad de mercadotecnia, gastos millonarios y cultivo de la imagen de unos cuantos para seguir montados en el macho del poder?
Yo no sé. Lo único que pienso ahora mismo es en el programa “Cómo evitar que te engatuse un imbécil”, y la manera en que toda la sociedad civil pudiera darle forma, como debe ser. Porque no se vale que todavía estén perjudicándonos la existencia.
En serio: no se vale...
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