Ahítos ad nauseam (es decir: hartos hasta la máuser), hemos sobrevivido a una semana de desinformación electrónica en la que con lo menos que nos han tratado de contaminar es con el alza a las gasolinas, pasando por el asesinato de la niña Paulette, los decapitados en todas partes y el sismo en Baja California, que casi desprendía la península de la masa continental, como para hacer realidad las primeras visiones que hubiera sobre la idea de que la California era en realidad una ínsula, no una península, y que Eusebio Francisco Kino luego corrigiese cuando subió a lomos de mula vieja (y no de vieja mula, como han dicho muchos historiadores regionales tratando de desvirtuar las correrías del santo varón en su afán de extender los límites de la cristiandad) hasta el golfo de Santa Clara y de ahí divisó la unión del brazo de tierra con la axila de mar… Ah: cosas veredes, padre Saeta…
Y, bueno, con tanto que nos han dicho y tanto que nos han tratado de retacar en lo que nos queda de cerebro, que no es mucho ciertamente después de tantos ires y venires de las fortunas políticas y los infortunios de los políticos, uno ya no sabe ni qué tierra pisa, por decirlo de manera que no resulte grosera, pues hasta el más ingenuote de nosotros (o sea: yo mismo, ex timados lectores) cuando se asoma a las páginas de los diarios, ya impresas ya electrónicas, luego luego se da cuenta de que aquello con que nos quieren vacunar no es verdad, sino una simple y cómoda y convenenciera interpretación de un jirón de realidad que siempre nos dará la espalda no de manera gratuita, sino patrocinada por la perspectiva de un sistema económico que no quiere cambiar ni a tzingazos, como ya está plenamente demostrado en las reformas y presuntas reformas a las leyes que se le ocurran, amigo visitante a esta columna, y de un sistema religioso que es el cimiento de todas las manipulaciones que hemos sufrido los gentiles descendientes de Juan Diego, y que para confirmarlo sólo nos basta recordar lo que dijera el poeta: “Dios en su inmensa bondad/ todo lo tiene paneado/ así que si estás fregado/ no es mera casualidad”. O sea: ¡Plop!
Según Nietzsche (aquel chinche alemán que en 1879, después de un declive de salud, se vio forzado a abandonar su puesto como profesor, y es que ha de saber Usted que desde su juventud —la de Nietzsche, no la de Usted, no se haga, eh— había padecido frecuentes momentos de debilidad generalizada, con épocas de carencia visual que rozaba la ceguera, fuertes migrañas y violentos ataques estomacales, condiciones persistentes que se agravaron al caerse de un caballo en 1868, lo que detonó finalmente —a la altura de su 44 cumpleaños— en un colapso mental que lo marginó de toda actividad), la fuente original del lenguaje y del conocimiento no está en la lógica sino en la imaginación, en la capacidad radical e innovadora que tiene la mente humana de crear metáforas, enigmas y modelos.
Luego entonces, si tomamos como cierto lo dicho por Friedrich Wilhelm —que así se llamaba Nietzsche—, todos aquellos que no han sabido cultivar —ya por infortunio, ya por desidia, ya por decisión— la habilidad innata de la imaginación, están condenados a repetir no sólo las palabras sino la conducta de vida impuesta por otros, en una amenidad obscena que hoy por hoy hemos llamado manipulación, y que se da en diferentes escalas y a través de diversas herramientas, incluidos por supuesto los medios de comunicación y los sistemas políticos, educativos y religiosos, que inseminan sus particulares dosis de verdad entre la ciudadanía desprotegida con fines casi siempre canallescos.
Y, bueno, tocado el punto de la verdad, el mismo Nietzsche se preguntaba: “¡Ficken! ¿Qué es entonces la verdad, sino una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos; en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes? Es sabido, pues que las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal gacho”. ¡Voy, que te quedó jabón, Chicharito!
Yo, que ni marinero soy ni filósofo ni alemán, me pregunto con el mismo ahínco: ¿Acaso es por eso que se dice que el edificio de la ciencia se alza sobre las arenas movedizas de ese metafórico origen, habida cuenta que se basa en verdades en comprobación constante? “Pudiera ser, cochito —me respondió un sábado el Polacas© en la mesa 6 del Pluma Blanca, y agregó ya a medios chiles—: y quizá por ello el hombre, como animal social, ha adquirido el compromiso moral de mentir gregariamente, pero con el tiempo y el uso inveterado de ese recurso mediático se ha olvidado de su situación, por tanto miente inconscientemente, y en virtud de hábitos seculares y precisamente en virtud de la inconsciencia de este olvido, adquiere el sentimiento de verdad”, y luego se empinó la caguama, lo que me dio así como asquito, por lo que hube de otra pedir, mientras que nuestro filósofo local, ya en calidad de distribuidor vial de la Pino Suárez, mejor conocido como Puente Inútil, emitió su característica risa de hiena. En fin…
Jenófanes, por su parte, a finales del siglo VI a.C., escribió: "Por lo que respecta a la verdad absoluta, ningún hombre ha sido capaz de llegar a ella, ni nadie lo logrará, ni tan siquiera los dioses, ni nada de lo que yo diga conseguirá alcanzarla, ya que en el supuesto de que alguien lo lograra, nunca tendría constancia de haberlo conseguido. La realidad no es más que una telaraña entretejida con conjeturas". Para él, pues, toda idea tenida por cierta podría sustituirse por otra que estaría más próxima a la verdad absoluta, algo así como los discursos de Felipe Calderón, que rayan en la inmediatez absoluta de la demagogia, bañados con el oropel fantástico de la retórica hueca con la que se empinan la realidad los merolicos del jardín Juárez un domingo cualquiera, antes de misa y después del futbol, que para todos los fanatismos hay iglesias, fieles e infieles… No vaya a ser, je…
Desafortunadamente, después de tanto tiempo de estar sujeta a mentiras y desinformación, las oportunidades de que la sociedad pueda superar la programación social y cultural son pocas; es decir, salir de ese trance es difícil, pero no imposible. Los agentes de operaciones psicológicas dirigidas por el Estado son maestros en desencadenar programas emocionales para que la gente duerma pensando que no hay soluciones a los problemas; sin embargo, los estudiosos de la materia dicen que el 99% de todos los problemas que la humanidad enfrenta, es producto de una simple causa: el problema de la mentira verosímil.
Nuestro mundo parece haber sido invadido por individuos para quienes la visión de la vida es tan drásticamente diferente de lo establecido por la norma hace mucho tiempo que estamos mal preparados para tratar con las tácticas de la llamada "mentira verosímil”, que ha alcanzado los sectores legal y administrativo de nuestro mundo, convirtiéndolos en máquinas dentro de las cuales los seres humanos con emociones verdaderas son destruidos.
Los seres humanos hemos sido acostumbrados a asumir que algunos otros están intentando "hacer el bien" y "ser buenos" y justos y honestos. Y por eso, muy a menudo no nos tomamos el tiempo necesario de hacer una investigación profunda para determinar si una persona que ha entrado en nuestras vidas es, de verdad, una "buena persona" o que la menos nos está diciendo la verdad, una verdad que compartimos, pues, no la que nos quieren infundir los medios de comunicación y el Estado a su arbitrio.
Bien dicen que la verdad —cuando está bien distorsionada por buenos mentirosos— siempre puede hacer que una persona inocente parezca mala —especialmente si el inocente es honesto y admite sus errores—. O sea, la misma historia de siempre. Así, la suposición básica de que la verdad se encuentra entre el testimonio de las dos partes siempre se torna en ventaja hacia el que miente y en contra del que dice la verdad. Bajo la mayoría de las circunstancias, esta desviación, sumada al hecho de que la verdad también va a ser deformada de tal manera para perjudicar a la persona inocente, resulta en que la ventaja siempre queda en manos de mentirosos-psicópatas. Hasta el simple acto de hacer una declaración bajo juramento es inútil. Si alguien es mentiroso, hacer un juramento no significa nada para esa persona. Sin embargo, hacer un juramento actúa fuertemente en un testigo serio, veraz. Una vez más la ventaja va para el lado del mentiroso.
Bueno… yo aquí dejo lo que dejo porque hemos regresados ahítos ad nauseam y no me gustaría agregar más náusea a este feliz feliz regreso a la realidad, con gasolinazo, paulettazo y demás yerros de la estulticia… mmmm…
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