Esta entrega no trata, por cierto, de la novela de Vargas Llosa La ciudad y los perros. No, señor. Sino de mi congénere. Y es que no sé por qué a mi prima Oyuki le dio, desde hace algún tiempo, por criar perros. Tiene de todas las razas: grandes, chiquitos, peludos, babosos, trompudos más los que se acumulen en la semana. Y se ha vuelto una experta en el asunto ese de identificar rasgos, tamaños, colores y hasta ladridos. De hecho, ahí en el barrio en el que vive le dicen “Cruela de Vil”, la personaja mala de “La noche de las narices frías” (o los 101 dálmatas), en un verdadero contrasentido, pues mi consanguínea es realmente amorosa con esos pulgosos y hediondos animalitos que son, literalmente, unos hijos de perra. Ver para creer, ¿no?
Dice mi prima que no es por negocio que tiene el criadero; sin embargo, no hace mucho compró un onapafo nuevecito que está apunto de regularizar, y ya cambió de sala, compró tele nueva y ya está haciendo planes para ir a Disneylandia en diciembre. “No –dice ella– yo no vendo los perros, la gente es la que viene a la casa y los compra, y pues ni modo de dejarlos ir sin que se lleven una mascotita para los chamacos: sería una crueldad”, dice con una risita así como medio tonta, como la que le quedó al Felipón cuando les preguntó a los chamacos si ya estaban listos para la prueba Enlace y estos ca’ones le respondieron que ¡NOOOO!, pasándose por el infantil arco del triunfo la alta representación del tío preguntón y su compinche Elba Ester, que ya no sabía en qué hueco del virus de la influencia AHLNL meterse y hacerse más bolita, protegida por los vividores del Panal, ciertamente.
“Mira –dice mi prima con una cierta ternura, como la que mostraba Marta Sahagún al defender a la bola de rateros de sus indefendibles hijos–, en cualquier tienda de mascotas te venden un perrito en mil, mil quinientos o hasta dos mil, dependiendo de la raza, como si fuera carro chueco en el bulevar Salazar, y yo, nomás porque no lo hago por negocio, les doy los animalitos en quinientos, cuando mucho ochocientos, nomás para sacarle lo de las vacunas y la comida”, como si fuera cierto que les da el tal Pedigree para que su popó (la de los perros, no la de la Oyuki, eh) esté dura…
O sea, que yo sepa, ella nunca lleva a vacunar a los cachorros, y les da de comer el mismo alimento que reconocidos nutriólogos han recomendado para los internos del cereso; es decir, una dieta compuesta simplemente de sobras nada más (entre tu vida y la mía), sobras nada más (entre tu amor y mi amor), como dice el viejo y conocido bolero ranchero interpretado por Javier Solís, el clon imposible de don Jesús Icedo, “la voz”. Pero, en fin, así es mi primota de campechana.
Lo bueno es que los perros no hablan más que en las caricaturas, en algunos programas deportivos de Televisa y en casi todos los partidos políticos que hacen el favor de ponernos los pelos de punta (en mi caso eso es simplemente una licencia poética, se entiende) y nos hacen despertar un día sí y otro también ya sea con el terror en el rostro o, de al tiro, con una sonora carcajada por las tonterías que suelen ladrar con descaro y cinismo. Y encima lo graban en espots publicitarios que dan a cucharadas todo el día. ¡Me lleva la...!
Y aunque la Oyuki jure y perjure que tener una crianza de perros no es negocio, los hechos dicen lo contrario. Aquí no podemos argumentar lo que en su tiempo dijo Alberto Einstein: “Los hechos están equivocados”, porque ya hasta llega con bolsas de pan para el café a la casa de su tía, que es, al mismo tiempo y por el mismo sueldo, la abuela de mis hijos. Ahora que reparo en el asunto, el otro pan (pero este con mayúsculas; o sea, PAN) también sirve para el café, pero el café que los intelectuales despachan cada tarde en conocido negocio esquinero haciendo trizas al partido del presidente por sus prácticas neonazistas disfrazadas de populismo peinado a la derecha. Mjú.
Y luego el tal Calderón, como para quitarse un poco el peinado de nazi reciente e ingenuo, al referirse a la ley SB1070, recientemente aprobada en Arizona, dice desgarrándose las vestiduras: “Toda regulación que se centre en criminalizar el fenómeno migratorio, un fenómeno social, un fenómeno económico, abre la puerta a la intolerancia, al odio, a la discriminación, al abuso en la aplicación de la ley", como si en México no discrimináramos a los centroamericanos, a los mismos mexicanos aspirantes a indocumentados que tienen que hacer una indignante fila en los aeropuertos para que los aduanales los registren hasta debajo de los dientes y les tumben parte de los recursos que traen para llegar a la tierra prometida por los dioses del dólar, ya que aquí, en su misma tierra, ni Calderón ni Beltrones ni nadie de ningún partido les ha asegurado un futuro seguro, ni siquiera un presente cierto... en fin: si para politizar el asunto somos más fregones que la tzingada… (es cuanto, je).
Y, bueno, ¿qué pasó con el asunto de los perros?, preguntará usted, pavloniano lector. Pues nada del otro mundo. Sólo que mi prima llegó toda espantada anteayer por la tarde a la casa de doña Olga, mi amá, pues, acarreando dos docenas de perros en su carro chueco nuevecito, y le dijo a su señora tía (¿ya les dije que también es la mi progenitora, para aquellos que requieran saber el dato?) que iba rumbo a Nogales, lugar de donde es un queridito que tiene, a pasar unos días mientras se enfriaba el tema contra los pobres canecitos que le han formalizado en el barrio por crueldad animal. “Y es que los perros sin cola no pueden venderse caros”, dijo en un desliz de honestidad a lo denpejo. ¡A qué la!
Yo, así como que de perros no sé mucho, además de los tránsitos que se ocultan genialmente tras lo oscurito la noche de los sábados para guardar el orden como debe de ser, mjú, pero me imagino que cortarle la cola y despuntarle las orejas a los cánidos es algo cruel que le provoca sufrimiento a esos hijos de perra. Y eso se hace dizque para que los animales se vean bonitos. A ver: que le corten un pedazo de panza a la Oyuki para que se vea bonita (digo: ya lleva dos lipos y nada, pero eso no cuenta como cortadas, eh) y que le rebajen el trasero para que no le digan lo que le dicen los fulanos en la calle, como el otro día… les apuesto que no va a dejarse porque me imagino que ha de doler mucho, pues…
Y es que, nos guste o no, el sufrimiento limita nuestras expectativas futuras o las suprime dolorosamente. Se vincula con la pretensión de poseer por completo algo que está sujeto al cambio, que es la forma más general de ser de todos los objetos y fenómenos. Reduce nuestra capacidad de obrar y, en situaciones extremas, se impone con tal fuerza que nos oprime el corazón y nos produce una feroz cerrazón en la garganta.
Algunas religiones han juzgado que el dolor es un castigo que infligen los dioses, análogo al castigo que el padre inflige al hijo. En contraste con esta perspectiva, es posible pensar que el sufrimiento no es un desvío en la fluida autopista del placer sino su contra cara, y en el contexto de la filosofía china, el tandem placer-dolor constituye un juego de opuestos más de los que rigen la armonía de todo lo existente.
Día y noche, femenino y masculino, macho y hembra, frío y caliente, placer y dolor. Sufrimos porque hemos gozado. No como castigo por haber gozado. Si hemos de gozar, tendremos que saber que estaremos más expuestos al sufrimiento. Lao-Tzé lo dijo así: "Sólo reconocemos el mal por comparación con el bien". Y Platón en el Fedón: "¡Qué extraña cosa, amigos, parece ser eso que los hombres llaman placer! ¡Cuán admirablemente está relacionado por naturaleza con lo que parece ser su contrario, el dolor! No quieren presentarse los dos juntos en el hombre, pero si alguien posee uno de ellos, casi siempre está obligado a poseer también el otro, como si estuvieran atados por una sola cabeza, a pesar de ser dos".
Frente a esta perspectiva, algunas filosofías -entre ellas la de los estoicos más radicales- razonaron: "Si el placer suele venir de la mano del dolor, extirpémoslo como si se tratara de un cáncer. Si no gozamos, tampoco sufriremos". Filósofos menos drásticos encontraron que esa actitud, lejos de ser prudente, es propia de insensibles…
Bueno, ya empecé a agarrar monte: el caso es que yo digo que la Oyuki si quiere tener criadero, que afronte las consecuencias, pero que entienda que los perritos tienen eso que les falta a un montón de políticos y aduanles del aeropuerto: sentimientos… sin necesidad siquiera de tocar el tema de la discriminación y de formalizar la ilegalidad en Arizona, que ya desde aquí se ha industrializado la ilegalidad migratoria… pero eso es hueso para otros perros… ¡Mjú!
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