Trova y algo más...

lunes, 26 de abril de 2010

Parece que se ha muerto, pero no es cierto...

La historia siempre ser benigna con él: ¿cómo ser ingrato con quien en su momento llevó sobre sus hombros la representación de todo nuestro pueblo mexicano? Pero sí, si fuimos ingratos, porque ni siquiera nos acordamos de su muerte, acaecida en 1993; es decir, el pasado 20 de abril cumplió la friolera de 17 años de haberse quedado tieso y quietecito, pues la parca, disfrazada de cáncer pulmonar, estableció un duelo de cantinflazos con Mario Moreno Reyes, del cual "Cantinflas" habría de salir perdiendo: a las 21:25 horas falleció, y en ese preciso momento se abrieron las compuertas de la leyenda, que inundó a raudales millones de hogares, dando paso a un fenómeno inusitado: el fervor de un pueblo huérfano de figuras hermanables se derramó en torno de los lugares donde fue velado el cadáver del hombre, en especial en el Palacio de las Bellas Artes, donde desfilaron cerca de 90,000 mil personas para hacer patente su pena —consciente o manipulada, pero pena al fin— frente al féretro que imponía su majestuosidad entre tanto ciudadano vestido con ropas modestas y con el cansancio reflejado en el andar después de hacer cola durante más de tres horas, soportando los aguaceros de enajenación que Televisa dejó caer sobre el antiguo dolor de una tristeza conocida.

Ver aquellas colas enormes resultaba un tanto inexplicable, sobre todo para quienes no conocieron la trayectoria artística y personal de Mario Moreno "Cantinflas".

De su persona se encargó "el canal de las estrellas" —como h seguido encargándose de recibir las regalías— en abundantes espacios televisivos, que generaron la sospecha de los escépticos: que fue un hombre íntegro, intachable, un filántropo que se ganaba el cariño de quien tenía la suerte de tratarlo o solicitarle su ayuda, y de que fue un hombre enamorado para siempre de su única esposa, Valentina Suboreff, fallecida en 1965. Al respecto, los mismos escépticos se cuestionaban acerca de la demanda que no hace muchos meses le ganó una mujer texana, que reclamó una pensión por haber vivido como pareja con "Cantinflas", o las innumerables voces que señalaron el eterno amasiato sostenido entre Mario Moreno y la entonces guapísima Irán Eory. Pero, "pelillos a la mar", como decía Don Joaquín Pardavé en "Ahí está el detalle" (1940): lo anterior sólo demuestra que "Cantinflas" también tuvo su lado muy humano, dirían los jilguerillos de la fama.

Y es que hay momentos verdaderamente momentáneos. Lo más difícil de explicar es el impacto de "Cantinflas" como actor. Para ello, hay que contextualizar al personaje de Mario Moreno en la picaresca de hace cerca de 70 años: Difícil enmarcar al "peladito" tratando de toparse con la fortuna en las calles de la ciudad de México de los primeros años de la década del cuarenta, cuando las calles se animan de día y de noche. Se vive las 24 horas del día mientras por tierra, mar y aire llegan a diario refugiados de todo el mundo, los más con dinero, huyendo de las garras de la guerra.

Mujeres de todas las profesiones vienen a vivir, unas cantan, otras bailan, rubias y morenas, jóvenes unas, maduras otras, todas son hermosas y todas ríen. Un rey, un príncipe, una marquesa, condes, aventureros, homosexuales. Hay hijos de ricos extranjeros, que con el poder del dinero han logrado escapar al servicio de las armas en sus países de origen. La ciudad dormida ayer, ya no duerme más.

En ese contexto emerge Mario Moreno, acompañado de Estanislao Shilinsky Bachanska, cerca de la familia Suboreff. Subsiste un cierto tipo de imagen urbana: la que recrea el barrio, el tugurio, la vecindad, como si estos ámbitos fueran los que mostraran la ciudad esencial.

En el cine de barrio, la ciudad deviene un protagonista de primera línea. Se trata, entonces, de islas dentro de ese ambiente de progreso, islas que, por contraste, significan lo añejo, los viejos modos, la pobreza. Los caracteriza un vocabulario propio que el cine reproduce como un medio de acercamiento al espectador. Y "Cantinflas" ya había hecho suyo el estilo de "decir mucho sin decir nada", propio de pueblos ancestralmente sometidos; estilo que esconde la rebeldía en un plano de confusión que otorga una satisfacción meramente personal y momentánea.

Por otro lado, las películas reflejan el espíritu de la gran juerga como paliativo para los que llegan huyendo de la gran conflagración que amenaza con extenderse a todo el mundo. Pero en México la guerra no se siente…

Hacia 1945, "Cantinflas" filma "Un día con el diablo", donde casualmente "el enemigo" tiene rasgos orientales. En ese mismo año terminó la guerra, y el mundo de fulgores y de lujos de la ciudad de México entró a otra situación: se fue el rey Karol de Rumania y se llevó sus perros. Príncipes y marquesas volvían a sus países a averiguar qué quedaba de lo que habían dejado al partir. Los homosexuales hicieron sus maletas con sus llamativas ropas de colores bugambilia y "rosa mexicano". Se fueron también casi todas las 400 rubias venidas de otros mundos que formaron los centros de baile de los 100 centros nocturnos que alimentó el estado de ánimo surgido con la guerra. Algunas de las chicas se quedaron: unas para trabajar en el cine, otras como amantes o esposas de políticos mestizos que creyeron liberarse de sus complejos acariciando una cabellera blonda; los anuncios luminosos dejaron de brillar.

Para algunos sectores sociales fueron años de dinero y de vida nocturna. En la prensa se destaca lo que hace la gente de las clases altas y del espectáculo. En gran medida, la industria del cine cumple esta labor de glamorización, al proveer de un ambiente sofisticado de luces y brillos. La ciudad goza los referentes del astro o la estrella que iluminan imaginaciones. Sin embargo, el público más adicto al cine mexicano es el popular y de clase media, pequeña burguesía incluida, que no participan del refinamiento cosmopolita, sino del barrio y la vecindad, el que quedaba fuera de las luces, viendo desde atrás de la barrera del dinero, el desarrollo de tanto progreso.

A esas alturas, "Cantinflas", con una veintena de películas en su haber, es considerado el personaje del pueblo: él es el barrio, la cantina, el dolor, la esperanza que enreda a la tristeza en un lenguaje que anuda y ahorca a cada palabra hasta estallar en una carcajada que se nutre de la impotencia, la desesperación y la burla.

El cine construye, a su modo y con su lenguaje, una imagen de la ciudad y del país que tiene que ver con la realidad, pero también con la imaginación. Se trata de una construcción paralela que pasa a formar parte de la cultura nacional. Se trata de un momento clave para el cine mexicano. Son los años dorados, cuando se conoce a México en toda Latinoamérica, cuando los tipos y los rostros recorren el mundo de habla española a través de los circuitos de la exhibición. El cine mexicano busca diversificar sus mercados ofreciéndoles nuevos ambientes y nuevas historias. Se considera que el cine de charros y chinas debe dar paso a otros temas. Se filman historias de la literatura universal y se descubre la ciudad como escenario y tema para producir cintas de éxito.

"Cantinflas" es parte fundamental de esa nueva actitud del cine mexicano, en la que sufre y ríe, sino que vive, y está consciente de sí mismo como persona y personaje de una trama donde el futuro de la gran urbe (o gran nación) además de oscuro es desolador.

Y llegó la muerte sobre la muerte: mucho se ha discutido que "Cantinflas" murió al empezar la década del sesenta, con "El analfabeto", su cinta número 35. Después de esta película, la figura del actor se adecuó más a papeles moralizantes, con escenas gastadas, faltas de espontaneidad, con un Mario Moreno avejentado, rebasado por un personaje que la mitología de las barriadas ha hecho suyo acaso para siempre.

Por ello la historia siempre será benigna con Mario Moreno Reyes, y nunca faltarán los trashumantes de la fama que eventualmente aparecerán en la pantalla de televisión para colgarse del jirón de gabardina que bamboleaba ostentosa en el hombro izquierdo de "Cantinflas" para decir pluscuamperfecto y en pose para la cámara tres: "Sí, yo lo conocí, fui muy amigo de él... me duele tanto su muerte..."

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