La verdad, la verdad, la tarde del 31 de febrero yo si estaba así como nerviosito, pero no sabía por qué. Y yo creo que más de medio México (al menos casi todo Hermosillo sí) estaba como yo: padeciendo la incertidumbre pavorosa por no saber qué pasará el día de mañana con aquellos que vienen a ser algo así como nuestros guías espirituales.
El caso es que no podía concentrarme ni dormir (comer y beber sí, más lo segundo que lo primero, pero esa es otra historia que podríamos abordar en futuras entregas) y la mayoría de los quehaceres cotidianos que emprendía se quedaban en una especie de limbo político: como en el Purgatorio, ni más ni menos.
Algunos de mis amigos cercanos me decían que todos mis desvelos, mis desganos y mi depre veraniega se debían a los resultados electorales de julio de 2009, que fueron desastrosos para muchos, al grado tal que provocaron histerias colectivas como si los marcianos hubieran llegado ya, y hubieran llegado bailando chachachá… ricachá ricachá ricachá…
Mis hermanos nomás me veían y luego luego me decían si no estaría yo padeciendo algún tipo de dengue, pero yo les contestaba que aunque la Secretaría de Salud ni siquiera ha visitado las colonias del poniente de la ciudad, en casa sí hemos hecho la tarea y hemos descacharrado el patio, como debe de ser. Pero no: ni tengo dengue ni nos han fumigado las casas de por allá. ¡Faltaría más!
Por su parte, el Arielsilva, que para eso del tacto y la delicadeza es como un rinoceronte de esos del Servicio Panamericano de Protección atravesado en medio de la Serdán recogiendo bolsas y más bolsas de morralla (qué bueno que no fue ginecólogo, que si no ya hubiera provocado más abortos que el doctorcete aquel de infelice memoria), me soltó así nomás a quemarropa: “N’ombre, no te hagas el occiso: tú estás así nomás porque no saliste en la lista de privilegiados del número uno”, y luego se tiró a perder por el rumbo de las momias. (Dicen que todavía anda perdido, aunque en verdad no lo han de haber buscado en la Sala de Arqueología del Museo: por ahí debe de estar, aunque sea en calidad de objeto de exposición, inventariado, por supuesto).
Yo me quedé como pensando, haciendo un cigarro de hoja, dudando, pero poquito, de que si aquello que dijera o dijese el Ariel era cierto o no. No fue sino hasta hace un par de semanas, con las noticias que la prensa vendida cada día publicaba, que fue creciendo esa como angustia o depresión que me hacía escribir poemas bucólicos durante las noches, como a las tres de la mañana, ahogado por la pasión: ya saben cómo es eso, ¿no?, sobre todo cuando hace un ensamble con la andropausia y su zangoloteo hormonal: ¡Fuera seconds!
Pero ya me alivié. Por fortuna el sábado antepasado, finalmente, en otro diario local que no es éste apareció, literalmente gracias a dios, la razón de mis angustias terminó… y es que uno no puede dormir en paz sin saber si Ricky Martín era homosexual o no. Pero ya ese velo se descorrió: las menciones en todos los portales electrónicos, de gasolina y de cuerda, nos han regresado el alma al cuerpo porque finalmente el Ricardo Martínez se salió del closet para vivir a plena luz del día su vida loca. Así nomás.
Y es que en verdad esa noticia apenas se puede comparar con el descubrimiento de la cura para el cáncer, la invención de una vacuna contra el sida o la noticia de que Marte, en otra de sus gustadas aventuras, se está acercando cachonda y peligrosamente a la Tierra, y viene a ser algo así como el bálsamo que nos quita el hambre y la rabia por el desempleo galopante que nos marca como la viruela, y las personas acribilladas de buenas a primeras por fulanos venidos de otras partes, que por fortuna siguen siendo casos aislados… ¿será?
Pero es que los medios así son: nos manipulan vilmente como si fuéramos la masa para hacer tortillas sobaqueras. Ni saben si queremos escuchar esas noticias, nomás nos las recetan y ya. Ahora nomás falta que con el cuento de que es la Reina de la Salsa, la Huarachera de Cuba, la Voz de América Latina, el día que se muera Celia Cruz no me quiero ni imaginar cómo nos van a traer los medios: oyendo el grito de ¡Azúcar! todo el día y pasándonos su biografía desde que llegó a Nueva York con su Pedro del alma. Y es que la negra tiene tumba’o, eh. ¡¡¡Azúca!!!
Bueno, pues más tardé en relatar lo que dije hasta ahora, que recibir el reclamo airado de tres amigos míos, conocidos al menos hasta el día de ayer como los Tres Tristes Tigres de la Universidad de Sonora, por aquello de que siempre les viene muy poca raya cada quincena, y cuyos nombres me reservaré por ahora; y me reclamaron por lo que llamaron “falta de objetividad” cuando expongo la causa de mis preocupaciones sobre las noticias que nos filtran y nos bombardean los medios sin preguntarnos si en verdad hacemos eco al ambicioso espíritu comercial de algunos editores, que no es, por supuesto, el caso del director de Crítica, gracias a dios.
Según los Tres Tristes Tigres, hay preocupaciones mucho más importantes que la ridiculez esa de si Ricky Martín es o no homosexgay o algo así, cosa que todavía nos conduce a estados de angustia ciertamente propia de poetas atravesados por la nostalgia, “con lluvia o sin ella”, dijeron cada uno por su parte, y de burócratas mal pagados que sueñan con adelantar quincenas y más quincenas hasta acabarse todo el presupuesto de las instituciones y dejar temblando a la madre de todas las cajas de ahorro.
Dicen mis tristes amigos felinos que la falta de empleo es una razón más que válida para preocuparse más de la cuenta. También la pobreza y la falta de tacto de los gobiernos que han tenido el irrepetible honor de darnos atole con el dedo trienio tras trienio y sexenio tras sexenio, porque aquí nadie se salva de la mediocridad administrativa, son razones mucho más que justificadas para soltar el llanto político y social cada vez que cae la noche en las casas de cartón.
Lo malo es que mis cada vez menos rayados amigos nunca han sentido más hambre que la que se desata en el campus entre las 11 y 13 horas, que flota como nubarrón apocalíptico todos los días, y que se convierte en tornado clase 5, “el dedo de Dios”, cuando no llega la chica de los panecitos con queso filadelfia. Y los sábados su vida es un constante batear de líquidos ambarinos que hacen que cualquier hambre se convierta en una terrible sed dominical frente al televisor donde permanecen en estado cataléptico con el control del aparato en la mano izquierda mientras que en la derecha sostienen con varonil firmeza una lata de algo parecido a lo que usted y yo nos imaginamos, estimado lector.
Tampoco mis amigos han sentido mucho que digamos los arañazos de la pobreza, considerando que para sobrevivir en estos tiempos del amor y del cólera, porcino y político, que no es lo mismo pero es igual, es necesario practicar una inteligente administración familiar que empieza, por supuesto, en la moderación y en la búsqueda razonada del método cartesiano para conciliar las columnas del Debe y el Haber domésticas, para saber si en lugar de echarle un 24 más al frigolit se apersonan en el tianguis la tarde del domingo, luego del fut, pues, para comprarle un par de pantalones y los tenis al chamaco que ya va a entrar a la secundaria y anda con el trasero de calzoncillo y los zapatos de vil suela del pie. ¿Así cómo, mi tigre del San Cortijo?
Así que, para que mis Tres Tristes Amigos ya no se angustien más que yo, dejaré de fijarme (y escribir, claro) en la vida de los artistas y me ocuparé de cuestiones más aristotélicas en esa incesante búsqueda de las señales del universo cotidiano que nos envuelve y nos abraza con sus garras de soledad y tristeza: el calor, la lluvia necesaria que no llega, el aumento al precio de la cheve y demás temas que habremos de tratar con rigor, como debe de ser. Por lo pronto, se abre la temporada de la caza del tigre, según me han dicho… y ya hay tres en la mira, je…
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