Trova y algo más...

sábado, 30 de octubre de 2010

Desmadre de muchos, consuelo de pendejos…

Decir que todo es culpa de Felipe Calderón es como darle mucho mérito a alguien que ni siquiera para eso tiene el suficiente reconocimiento en el país…

Y decir que él no tiene la culpa, sería como dejarlo que se lave las manos para que diga, como lo anunció hace casi cinco años: “Tengo las manos limpias”, y eso no es verdad.

Entonces qué hacemos, ¿nos conformamos y nos callamos, dejamos que la vida pase hasta que venga la muerte convertida en sicario y que nos coloque en fila contra el paredón para que nos acribille impunemente, dejamos que el tiempo se vaya hasta que se acabe un sexenio que no tuvo ni pies ni cabeza, que literalmente no tuvo cabeza?

No, yo no quiero que Calderón me defienda, quiero que defienda las atribuciones de un puesto que ocupa, uno para el que fue elegido haiga sido como haiga sido, según sus propias palabras; que le dé honorabilidad al cargo y que ofrezca seguridad palpable a la nación, que no se esconde detrás de un montón de soldados y, como chamaquito fanfarrón, le tire piedras a los carteles de la droga y demás grupos delictivos (que en México hay a montones), mientras azuza a una ciudadanía indefensa a enfrentar colateralmente a los asesinos, lo que significa una muerte segura.

En este desmadre, en este cuadro de violencia y muerte, hay más de un culpable, y no todos somos culpables, como podrían señalar los clérigos. No: aquí hay dos grupos que deberían enfrentarse en un terreno neutral y hacerse pedazos, dejando de lado a la ciudadanía que todos los días debe levantarse temprano para ir a trabajar, para tratar de mantener en pie a un país que otros (el narco, claro, y las autoridades por su incapacidad, desde luego) no quieren verlo caminar.

No se trata de dejarles el país a dos toros que se tiran cornadas sin herirse, mientras en medio hay una sociedad que busca seguridad, tranquilidad y paz, que no es lo mismo…

No hay día que no amanezca sin la noticia de un secuestro, de una matanza, de la aprehensión y posterior fuga de funcionarios corruptos.

La muerte es la moneda de cambio de todos los días, ni más ni menos.

Es que como dice Carlos Puig: La velocidad de las balas nos rebasa. La brutalidad de los violentos nos enmudece. Estamos en medio de una matazón que por acumulación parece sin sentido. La única sensación que perdura es la del miedo.

“No debemos perder la capacidad de indignación ante este tipo de acontecimientos”, me dice una mañana Alejandro Poiré, el vocero del gobierno para asuntos de Seguridad.

Pero la indignación debe tener objetivos, sujetos de carne y hueso. No estamos frente a desastres naturales ni actos divinos.

“Esto ya no es una guerra, es un desmadre”, dice Sabino Bastidas citando a Pérez Reverte.

Pareciera que estamos en medio de una matazón sin narrativa, sin historia, sin explicaciones, sin contexto.

Y los tiene. Como la tuvieron las espirales de violencia en la Italia de los noventa y Colombia de las últimas décadas. No se mata gratis, ni gratuitamente.

“El desmadre” provoca fenómenos absurdos de opinión pública a los que se unen, felices, algunos políticos caradura: un grupo de asesinos con armas largas en Nayarit, o en Tijuana, o en Ciudad Juárez, deciden una noche cualquiera, seguramente por razones estratégicas para su empresa criminal, asesinar a un grupo de jóvenes lavacoches, o adictos en recuperación.

Después, para ser políticamente correcto, Puig señala:

No es nada complicado obtener a las pocas horas una declaración de algún familiar, de algún activista de los derechos humanos que culpa de esos asesinatos al presidente Felipe Calderón. ¿En serio?

Escuché y leí varias entrevistas con familiares de las víctimas o políticos con relación a las matanzas de la semana. Me fue muy complicado encontrar una condena clara, contundente de los que jalaron el gatillo o pagaron a los sicarios, abundaron las críticas a una política pública, no a los asesinos.

La más persistente narrativa de esta guerra es simplista y no explica nada: ésta es la guerra de Calderón. Como si en enero de 2013 ya no fuera a haber muertos.

¿En serio todas las muertes son culpa del gobierno y su guerra?

La generalización absuelve. Como entonces distinguimos unas de otras. ¿Son lo mismo el asesinato de un grupo de mujeres trabajadoras de las maquiladoras en su camino a casa, que el asesinato a manos de soldados de un padre y un hijo que no tenían nada que ver con la delincuencia organizada?

En la confusión sólo queda el miedo.

Pero a veces ser políticamente correcto no es lo que se requiere, se requiere formar parte de la indignación y el coraje para saber de qué nos está privando el país.

Estamos (y estoy) seguros de que el día que Puig sufra en carne propia algún delito no perseguido por las altas esferas de la autoridad, se cambiará al bando de los políticamente no correctos.

Porque al final de cuentas, no hay porqué ser políticamente correcto cuando los personajes que debería uno de defender (o al menos de no ofender) hacen todo lo que está a su alcance para demostrar su torpeza, y encima lo celebran con discursos triunfalistas.

Lo siento: el plumaje de Felipe Calderón es de esos.

Y la mayoría de los medios celebran los discursos de Calderón mientras tratan inútilmente de ocultar bajo la alfombra de los discursos la basura que él mismo y la delincuencia organizada deja todos los días en las calles de México.

Bien se dice que Héctor Aguilar Camín (¡es para sorprenderse!) ha hecho la crítica de los medios y sus periodistas, incapaces de poner en contexto, de explicar lo que sucede en las zonas violentas del país. De explicar quiénes y porqué asesinan. En la falta de énfasis y condena en quiénes son, en verdad, los violentos. Obsesionados con el inventario de los muertos. Con el señalamiento facilón, aunque mentiroso, colaboramos a la confusión. Somos parte del desmadre.

Y en esta semana horrorosa algunos se empeñaron en darle la razón a Héctor cuando difundieron sin pudor el video en el que un hombre secuestrado y amenazado por un grupo de hombres encapuchados y armados, para inmediatamente hacer ciertas sus “confesiones”.

El seguimiento de la noticia consistió en preguntar a las autoridades si iban a investigar a los “denunciados” por la víctima. La hermana del secuestrado tuvo que salir a defenderse.

Podrá haber muchas razones sociológicas para explicar que esa fuera la reacción ciudadana ante lo visto en el video. O políticas para que la oposición dijera lo mismo. No hay una sola razón periodística.

El gobierno federal carga buena culpa en la construcción de esa narrativa.

Han sido tres años de explicaciones cortas, parciales. De declaraciones sin explicación. De inventarios de buenas intenciones o amargas advertencias: “Esto se va a poner peor antes de ponerse mejor”.

Como si la ciudadanía fuera menor de edad, han sustituido información sobre diagnósticos, tácticas y estrategias por arengas. Nos han colmado de apodos y fotografías de hombres esposados en lugar de radiografías precisas de cómo operan quienes nos violentan.

Le encanta al gobierno la propaganda y no la información.

Los anuncios en lugar de los documentos.

El 3 de agosto de 2010, durante los diálogos por la seguridad realizados en el Campo Marte, Guillermo Valdés, el director del Cisen, hizo la más completa, realista y documentada narrativa de las razones, acciones y consecuencias de la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado que se ha escuchado en el sexenio.

Nota de un día, se perdió entre los discursos. Se prometió continuidad. Y nada.

Que no se quejen, pues, si cada muerte se la achacan al gobierno.

Que no se queje Calderón ni los medios que lo cobijan.

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