Trova y algo más...

viernes, 1 de octubre de 2010

Octubre, mes de la Universidad de Sonora...

La Universidad de Sonora (Unison, para los www.ebones.com) ha sido mi casa desde 1973 hasta la fecha —salvo el periodo que estuve en el DF, asistiendo a la UNAM para abrevar cual wei en las aguas de la filosofía mostrenca, en la gloriosa Facultad de Filosofía y Letras y en la etapa aquella en la que estuve internado en el manicomio Cruz del Norte por asuntos que no vienen al caso tratar aquí, je...

Para ser más preciso, fue en agosto de 1973 cuando ingresé (con un look tipo afro, a la Michael Jackson cuando era negro... negro él y negro yo, ciertamente) a la Escuela Preparatoria Unidad Regional Sur (EPURS), hija legítima, dependiente directa y mantenida responsablemente de y por la Universidad de Sonora, allá en Navojoa, el país de mi niñez, donde uno y uno sumaban tres, como canta el pinchi zacatón del Joaquín Sabina en "El hombre del traje gris".

A la semana de entrar a aquellas enormes y bizantinas aulas del saber, ya andaba este humilde cantor de gestas y gestos, muy universitario y todo, luciendo un look tipo Kojak mezclado con Lord Voldemort, gracias a que un ca'ón llegó con tijeras y todo el kit de peluquero a darnos la bienvenida y el bautizo como novatos preparatorianos al grupo de pequeños salvajes que inicáríamos las clases en la EPURS aquel agosto de 1973, a escasos días del golpe de Estado en Chile, un 11 de septiembre sepultado ahora bajo otro 11 de septiembre más mediático, más comercial, más cínico y más videograbado sospechosamente para infundir un nacionalismo gringo más hueco que el nacionalismo pretendido en las borracheras del bicentenario nacional... pero ésas son otras historias...

El caso es que decir que ahí, en la preparatoria, me hice hombre sería una exageración, pero si puedo decir que yo crecí haiga sido como haiga sido a la sombra del escudo que aquí aparece, que es el escudo original, el que no han retocado ni le han cambiado la disposición de las palabras ni la fuente.

Hoy el escudo es uno muy parecido, casi el mismo, pero que ha sido manipulado, a mi juicio, sin sentido, sin oficio ni beneficio.

(Imagino ahora que si el escudo de la UNAM cayera en manos de los modernizadores de escudos, ya le hubieran cambiado el águila real y el cóndor andino por el pajarito del twitter; la tipografía antigua del lema por una que refleje la posmodernidad que nos ha heredado Britney Spears, y de una vez, ya que estamos tan esmerados, le pondrían el lema en inglés, para que en todo el mundo sepan qué dice ahí... y con todos los cambios le darían en la torre a toda la semántica histórica que está contenida en un escudo, que refleja no sólo colores, figuras y fuentes, sino toda una circunstancia social de tiempo y lugar).

En fin… así está el mundo, decía hace mucho Pedro Sevcec...

Y a lo que iba, Chencha:

Este mes, el 12 de octubre para ser preciso, la Universidad de Sonora, la máxima casa de estudios de nuestro estado, arribará a sus primeros 68 años de fructífera labor.

Como desde el primer día, la Universidad ha sido el faro que todo lo ilumina, y ha permitido que miles de sonorenses beban de sus aguas del conocimiento.

Sesenta y ocho años que caben en un libro ligero o en toda una vida de sacrificio, entrega y responsabilidad, depende de cómo usted, estimado lector, lo vea.

Cientos de anécdotas giran en torno a la idea que vino cruzando el firmamento, como dijera en el poema “Alma Parens” el vate Leopoldo Ramos, el origen de la Universidad, y se han tejido historias maravillosas que van desde Herminio Ahumada y José Vasconcelos, hasta Abelardo L. Rodríguez, y por encima de todo sigue manteniéndose como una antorcha del saber la grandiosa Universidad de Sonora, la alma máter de varias generaciones que han enriquecido a la entidad con los argumentos del raciocinio que la Universidad ha puesto a su disposición..

Para quienes alguna vez cruzamos por sus aulas o que laboramos en alguna de sus dependencias y que hoy tenemos la fortuna de que nuestros hijos acudan a forjar su vida académica en la Universidad de Sonora, la idea generosa de la Universidad, matrona inacabable, incansable, eterna, es un trozo del alma que nos empuja a seguir siendo universitario para siempre.

Porque ser universitario no es sólo acudir a las clases en tiempo y forma, como dicen en la Escuela de Derecho, también lleva ínsito el espíritu aguerrido de los aguiluchos que no les arredra el porvenir: por el contrario, van a él para transformarlo con las herramientas de la ciencia, del arte, de las humanidades, de todas las disciplinas que convergen en los diferentes espacios que la institución ha designado para salvaguardar la inteligencia, y convierten ese futuro en la esencia benefactora de la sociedad que nos rodea, en ese fruto invaluable que de todos aquellos padres de familia que comparten la esperanza con sus hijos para que el mañana resulte más luminoso para ellos, sobre todo para ellos, porque, como se ha dicho en repetidas ocasiones: el mayor y mejor patrimonio de la Universidad son sus estudiantes.

Debemos recordar siempre que la vocación humanista de la Universidad de Sonora ha sido producto del esfuerzo conjunto de cientos de universitarios que se echaron a cuestas la labor de dignificar nuestra Institución, convirtiéndola en un acto de fe.

Ello nos ha permitido valorar a los estudiantes como el mejor patrimonio de la Universidad. Y en eso no existe confusión alguna: la vida de la máxima casa de estudios sonorense gira en torno a sus alumnos, que son el eje de las actividades cotidianas que realizan los maestros y los investigadores, los trabajadores y todos los que conformamos la administración central universitaria.

No somos islas. Vivimos en una sociedad que nos da cobijo y nos exige una participación civilizada, inteligente y entusiasta.

La Universidad de Sonora es parte de esa sociedad y es una de las mejores opciones de educación superior en el estado.

Con nuestro quehacer cotidiano nos esforzamos en forjar seres sociales que dignifican el trabajo de la institución con su accionar en la comunidad, poniendo siempre en alto el nombre de la Universidad y enalteciendo su luminoso lema: “El saber de mis hijos hará mi grandeza”.

Por todo, felicidades, Universidad de Sonora, por tus sesenta y ocho años de amor a la vida, y felicidades a todos los universitarios (menos a dos).

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