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martes, 29 de marzo de 2011

El viejo sueño bolivariano...

La palabra antología proviene de las raíces griegas anthos (que expresa “flor”) y legein (“escoger”), y significa literalmente ramillete o selección de flores.

En el año 100 a. de C., el cínico Meleagro de Gadara compiló el libro Stéphanos, que incluyó a 47 autores griegos, y en cuyo prólogo describe la obra como una guirnalda, pues identifica a cada poeta seleccionado con una flor simbólica, estableciendo para la posteridad el término antología como sinónimo de colección de poemas.

Así, antología se refiere históricamente a una colección de las obras de mayor calidad o más representativas de uno o varios poetas, aunque en la actualidad otros géneros literarios —inclusive, de variadas disciplinas del saber— también han echado mano de estas recopilaciones y del concepto, quitándole la exclusividad al campo de la literatura.

La antología, al tratarse de un compendio de lo más importante y representativo que han producido una o varias personas a lo largo de su trayectoria, resulta una herramienta esencial para conocer y profundizar en el trabajo de esos personajes.

Y es precisamente una antología lo que nos reúne esta tarde: Poesía Latinoamericana Hoy. 20 países, 50 poetas, compilada por el admirable escritor Roberto Arizmendi.

Como señala el subtítulo, el compendio incluye a cincuenta poetas de veinte países, sin importar edad, corriente poética ni ideología: lo que los une es la calidad de sus obras, y el objetivo del volumen es promover la integración entre los poetas del continente.

Como dice el poeta y autor de diversas antologías de autores mexicanos y extranjeros Héctor Carreto en la presentación de esta obra:

“Más que una antología propiamente dicha, esta reunión es una muestra viva de la poesía que se está escribiendo y publicando hoy día en Latinoamérica...

"Una muestra es más libre que una antología, aunque no es menos exigente. La presente selección busca revelar, no canonizar. Al no incluir a poetas muertos en esta muestra, por ejemplo, el lector seguramente tendrá la sensación de estar ante palabras recién hechas; palabras recién salidas del horno…”

En una hermosa edición en la que se respeta el tono de los autores al utilizar una letra pequeña y con remates, promovida por Ediciones Fósforo, de México; Editorial Arandurá, de Paraguay; Barataria Libros, de Argentina, y la Universidad Tecnológica de Hermosillo, este tomo reúne textos en español de poetas de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Paraguay, Panamá, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

¿Quién lo diría? En esta cálida publicación encontramos voces que vuelven realidad el sueño del libertador Simón Bolívar: hacer una sola patria de las antiguas colonias españolas en América.

Todos los cantos y todos los rasgos posibles están aquí, compartiendo estas 168 páginas de manera dinámica, construyendo verso a verso la gran casa del idioma americano, ése que nos une con sus luminosos significados, su sabor, su ritmo, su color, su aroma, su dolor y esa venturosa historia que nos arropa maternalmente con todos sus puntos y sus comas.

Porque, como diría Octavio Paz en su lenguaje totalizador:

“La poesía quiere cambiar la vida. No piensa embellecerla como piensan los estetas ni hacerla más justa o buena, como sueñan los moralistas.

"No pretende hermosear, santificar o idealizar lo que toca, sino volverlo sagrado. Por eso no es moral o inmoral; justa o injusta; falsa o verdadera, hermosa o fea. Es simplemente poesía de soledad o de comunión.

"Porque la poesía que es un testimonio del éxtasis, del amor dichoso, también lo es de la desesperación. Y tanto como un ruego puede ser una blasfemia”.

Y sí, aquí están los poetas latinoamericanos de hoy, diciéndonos que ahí afuera está la vida y sus angustias, el amor y el odio, la paz y la guerra, la caricia y la herida, la fantasía y la cotidianidad, el sueño y el despertar, pues la poesía es también un oficio que se realiza a la luz y a la sombra de los deseos humanos y nos traza caminos nuevos en los antiguos senderos mil veces recorridos.

Hay que decirlo: debemos darles crédito a nuestros poetas porque la poesía es un acto de fe al que nada humano le es ajeno.

Sabemos que vivimos sumergidos en un presente dominado por el pragmatismo más insolente, por el materialismo más voraz y por una vertiginosa tecnología. Donde quiera que volvamos la vista, veremos ejemplos de ello, sea en lo local, sea en lo internacional.

Vivimos en un mundo en el que se desatan trescientas guerras diarias a causa de la ambición y el egoísmo: ahora mismo lo vemos en el Medio Oriente como antes lo vimos en Centro América y en América del Sur y en el Pacífico oriental y en cada rincón de la Tierra donde haya recursos naturales que arrebatar, banderas que arriar, dioses que mancillar, religiones que borrar, dignidades que pisotear...

Hace casi tres mil años, el poeta Homero consignó en la Ilíada las mismas pasiones, la misma avaricia, la misma estulticia que esgrimen los imperios de hoy en su rabia insaciable por establecer democracias irrespetuosas y serviles en las que para los muchos serán las barras y las estrellas sólo para unos cuantos.

Así, se dice que nuestra realidad tiene cada vez menos motivos para la poesía, porque la literatura en general no tiene una utilidad práctica: no se puede poner en la esquina más iluminada de la sala, no se puede colgar del techo como luz multicolor, no adorna las paredes ni hace juego con el centro de mesa del comedor; no la utiliza Lady Gaga en sus conciertos multitudinarios ni se escucha en las sesiones del Congreso; no podemos pagar con ella la despensa en la tienda de autoservicio ni nos salva de los cafres alcoholizados ni de los sicarios salidos de la nada: lo que nos sorprenda primero.

Pero debemos entender que la poesía no sirve para lo anterior, sino para interpretar la vida de otra forma, porque es el punto de apoyo que reclamó Arquímedes para mover el mundo, para buscar los equilibrios que ofrece el fulcro del alma mientras el agua de la vida fluye en un río que siempre es el mismo y que siempre será diferente.

Hemos sido testigos de que aún de las crisis más intensas surge la poesía como manifestación de la invencible fragilidad del espacio espiritual, porque es un misterio sustentado en la fantasía, en la imaginación, en el sueño y la irrealidad, y sirve para encontrar la manera de atrapar el instante y convertirlo en fervor y sentimiento... en un acto de fe, como ya se dijo.

Y en una época de escepticismo genuino como la que nos ha tocado vivir, donde la prioridad son la ganancia y el éxito, opuestamente a lo espiritual, desde luego que tiene sentido escribir poesía, porque como el agua, como el viento y como la luz, la poesía cambia, se adapta, se transforma, sobrevuela el tiempo como las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia revoloteando a nuestro alrededor en una metamorfosis que la lleva a la libertad, y que nos lleva con ella en sus alas frágiles y solares.

Por eso, en la actualidad los poetas cantan realidades, se ajustan a los avances tecnológicos, hablan de bits y del ciberespacio, de la radioactividad y de lo metrosexual como hablan del amor de pareja, el que empuja a susurrarle al oído al ser querido todos los rasgos de la vida, incluida la muerte: En este secreto puerto que he erigido, te cedo estas manos capaces de hilar los sueños y escribir una a una las letras de tu nombre hasta agotar los granos de la arena de una playa que he alucinado sólo para ti...

Poesía Latinoamericana Hoy es el ejemplo más cercano que tenemos aquí y ahora de las voces múltiples que se han trepado a los muros para ver un poco más allá de los límites que nos han marcado, y podemos encontrar en estas páginas no sólo la poesía en su formato del verso tradicional sino también prosa poética y las formas gráficas que requiere ahora la literatura para abrir las ventanas de la semántica y dejar volar verdades descarnadas, besos en la oscuridad, gritos de terror, desfiles de mendigos, el traqueteo de los automóviles en la madrugada, el paso fugaz de las estrellas en un cielo de papel bond de 75 gramos.

Nada escapa a la fascinación etérea de un poema. Nada. Porque en sí misma, la poesía es nada: es algo que no podemos asir con las manos ni untárnosla en el rostro; no la podemos explicar sino a besos o en la ausencia, en el sofoco divino del amor, en los humores de la melancolía o en el dolor de la pérdida, porque tiene una cierta capacidad terapéutica que nos hace sentir y valorar la vida aun con ese hueco que llevamos en el pecho de vez en vez.

Ya lo han dicho los expertos: la poesía se emplea para aplacar las tormentas del alma, redimir a una mujer o un hombre o llenar el corazón de ese sentimiento llamado amor. Puede, en dosis bien servidas, alimentar el espíritu, asustar una soledad y alejar o alojar una tristeza.

Sirve también para reflexionar acerca de si las piedras hablan o si la luna es medicina para el mal de amores...

La poesía está hecha de maravillas, de ese fanatismo solitario que implica la terquedad de escribir historias una y otra vez hasta que los fantasmas de las palabras dejan de serlo y se convierten en las cadenas que arrastramos con cierta timidez hasta que alguien más, acaso un lector y otro y otro, nos ayuda a cargar con la cadena de las historias que nos dicta la realidad, porque a fin de cuentas todos nos convertimos en personajes de los libros imaginarios de nuestros semejantes.

No en balde el poeta y académico Luis Fernando Brehm dijo alguna vez:

“Si alguien lee poesía y no le gusta, no pasa nada; pero si alguien lee poesía y le gusta, algo cambia para siempre en él”.

Estoy cierto que este libro hará cambiar para bien la vida de muchos de sus lectores, que los convertirá en seres más sensibles y que podrán interpretar su entorno de manera diferente, que donde hay una casa sentirán un abrazo; que donde escuchen un susurro podrán moldear la felicidad; que donde muerdan un durazno encontrarán la ruta de donde habita el aroma más tierno del amor...

Y cambiarán por muchas razones, la principal es justamente la diversidad de voces aquí contenidas, el múltiple acento latinoamericano que nos hace y que hacemos, porque la verdadera justificación de cualquier antología radica en abrirla al azar y que cualquier texto de cualquier autor nos encante y, en el mejor de los casos, nos instigue a rastrear su nombre y el resto de su obra. Y que vuelta a abrir al azar la antología, otro texto vuelva a encantarnos. Es entonces que podemos entregarnos a merced del buen compilador.

Poesía Latinoamericana Hoy nos muestra de manera clara y sencilla que la literatura no tiene fronteras. Por fortuna, las líneas geográficas que discriminan a los habitantes del planeta en ciudadanos de primera y de segunda todavía no han podido dividir a los poetas en escritores de primera y de segunda.

Esta obra nos da pistas para interpretar el entorno con todos sus silencios y sus maravillas, con su cotidianidad y su magia, con sus tragedias y su esperanza permanente de justicia para bienvenir lo que la realidad nos depara en cada esquina del poema…

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Palabras dichas, expresadas y pronunciadas por un tipo como yo —amante improvisado, que no sabe contar, que no tiene un centavo— en la presentación de la antología Poesía Latinoamericana Hoy. 20 países, 50 poetas, en la Universidad Tecnológica de Hermosillo, este día (29 de marzo de 2011, fecha del Pacífico, horario de Sonora).

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