La selección mexicana de futbol de mayores fue campeona en la llamada Copa Oro, en Los Ángeles, California.
La selección mexicana de futbol de menores de 17 años ganó el campeonato mundial celebrado en México.
Y todos felices y contentos.
Sobre todo las televisoras (Televisa y TV Azteca, que son las dueñas del futbol mexicano) y el Felipe Calderón (que necesita una cortina de humo para que la ciudadanía no vea el reguero de muertos cotidianos).
Somos campeones.
Somos futboleros a morir.
Gritamos “¡Putooooo!” en el estadio cuando el portero del equipo contrario despeja, y luego nos reímos como imbéciles.
Nos embriagamos hasta la estupidez, y luego volvemos a la realidad...
Somos campeones en algo.
No importa que sea en un deporte venido del otro lado del mar hace más de 100 años.
Un deporte al que los empresarios amafiados en la Federación Mexicana de Futbol le han sacado millones de dólares para su uso particular.
Somos campeones, pues.
Nada mal para un país cuyo índice de lectura y alfabetismo está por los suelos.
También somos de los últimos en aprovechamiento escolar.
Somos de los países con más obesidad en el mundo.
Tenemos la mayor delincuencia y criminalidad.
Y un elevado índice de corrupción gubernamental y política.
Pero somos campeones mundiales de futbol... y ¿hay que celebrarlo?
Que celebre quien quiera.
Que cada quien que haga un papalote con su mediocridad y su resignación guadalupana.
O con su ingenio y su visión de futuro.
Como dicen los poetas, los pintores, los danzantes, los filósofos, los profesores que brillan en la mendicidad de un sistema agarrado de los huevos por Elba Ester: nos gustaría vivir en un país culto y civilizado y sensible y comprometido con su pasado, presente y futuro, en el que los poemas fueran parte de la cotidianidad de los niños y jóvenes, de los maduros y los viejos, de las mujeres y de los hombres, de los políticos y gobernantes, de los futbolistas y los artistas efímeros...
Pero vivimos en un país manejado por los medios de comunicación y sus múltiples empresas, entre ellas el deporte profesional.
Vivimos en un país que, por un lado, decreta leyes para atacar la obesidad y, por el otro, le da facilidades inimaginables a las empresas que producen la comida y bebida chatarra para que sigan envenenando a todos, no sólo a los niños.
Como bien dicen por ahí, las indecencias del régimen han sido muchas, pero la peor está por venir: dejar nuestro destino como nación en manos de un clon maquiavélico, adicto a la mentira y a la soberbia.
Alguien que es capaz de promocionarse con propaganda fácil y hueca es capaz de cualquier felonía y de cualquier ilegalidad para conseguir sus fines, así en ello se vaya lo poco que nos resta de dignidad, en un país en el que los políticos son la representación de lo más corrupto y cínico que hayamos tenido.
Bendito sea este país, tan jodidamente feliz con sus campeonatos inútiles.
Porque, parafraseando la canción “Para llegar”, de Juan Carlos Baglieto y León Gieco: Para ganar he de continuar, para ganar, de qué sirve ganar si no ganan conmigo los que vienen detrás...
Y los que vienen (y seguimos viniendo) detrás, no sólo no ganamos nada, sino que perdemos cada la día la fe en lo que alcanzamos, porque no nos sirve de nada...
De nada... fuera de los discursos triunfalistas de los mismos personajes de la estupidez...
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