Trova y algo más...

miércoles, 27 de julio de 2011

Y alegre el jibarito va...

Primero que nada: ayer no llovió ni tantito.

Segundo que nada: así como que limpiar limpiar el patio, pues no, pero qué pela le pegué al paquete de cervezas que tenía en la hielera para mitigar la tristeza y la soledad. Mjú

Tercero que nada: ¡con razón siento la cabeza más chica que cuando tenía 23 años!

Y es que ya supe que el cerebro de los humanos se encoge con la edad, algo que ciertamente no sucede con el de nuestro familiar más cercano, el Chato Peralta, y los chimpancés.

También hay que considerar que cuando yo tenía 23 años lucía un amplio peinado afro como el que portaba Michael Jackson cuando era negro, joven y bello, y a estas alturas del tiempo ya el rey del pop pasó a colgar sus zapatitos de charol, y quien esto escribe presenta una alopecia más que generosa y abundante (que ni es lo mismo ni es igual) heredada de mi único padre y de mis muchos tíos por parte de padre, madre y viejos vecinos del pueblo, que también cuentan porque en su momento fueron ejemplos a seguir, excepto los días dedicados a la patrona de lugar, Santa Rosalía, cuando se ponían a beber multiplicadamente hasta adoptar un estado tan lamentable que todos, incluyendo a sus perros y caballos, los ignorábamos olímpicamente, según la sana tradición derivada de la vergüenza: ¡qué sopor y qué bochorno, raza!, diría el Piporro antes de taconearle macizo a la polka. Ajúa.

El caso es que una investigación realizada por el Dr. Óscar Polacas© Holguín, y publicada en la Gaceta del Colegio de Tritones, Sirenas y Similares (Cotsys, por sus siglas en ópata) sugiere que el período evolutivo que separa a los humanos de los chimpancés (que se estima entre cinco y ocho millones de años con 14 horas y 37 minutos) explican la diferencia en cómo ambas especies envejecen.

Debo aclarar que el estudio no define en qué sector (si humano o primate) se ubica mi primo el Chato Peralta, porque aunque tiene morfología humana, siempre sale con sus changaderas… y ya sabemos que el Chato aunque se vista de seda, mono se queda.

Bueno.

Ya antes de estas conclusiones, el Dr. Polacas© había señalado que en la medida en que envejecemos nuestros cerebros comienzan a ser más ligeros, pues a la edad de 80 años, el cerebro promedio humano ha perdido un 15% de su peso original, y quienes sufren de enfermedades como Alzheimer experimentan incluso mayor reducción del cerebro.

Lo anterior está asociado a un declive en la delicada estructura de las neuronas y las conexiones entre ellas.

El también integrante del cuerpo representativo de nadadores de la Universidad de Zoonora menciona que en la medida en que se deteriora la estructura del cerebro, también hay una pérdida de la habilidad para procesar pensamientos, memorizar y enviar señales a otras partes del cuerpo: “Ya ven al Rubio —dijo como sin querer antes de empinarse la cahuama en la mesa 6 del bar Pluma Blanca— a veces se le borra el cassette y no sabe si va o si viene”, y después soltó esa risa de hiena en brama que lo ha caracterizado los últimos 45 años.

“También se sabe —agregó el investigador submarino— que ciertas áreas del cerebro sufren mayor deterioro: la corteza cerebral, importante para procesar y analizar, se encoge más que el cerebelo, que se encarga del control motriz, por eso podemos andar como locos de arriba para abajo, pero no sabemos cuánto es dos más dos...”

Con todo, hasta ahora los científicos, incluyendo a los estudiosos de la poesía de los konka’ak, no habían entendido por qué el cerebro humano experimenta esta constante pérdida de materia gris.

El hecho de que los chimpancés no sufren este mismo deterioro, ha llevado a muchos a preguntarse de si se trata de una característica única de los humanos, o si finalmente, como quedó bien clarito en la película “El planeta de los simios”, los chimpancés son más chingones que los humanos.

Y es que mientras el cerebro humano se va haciendo polvo con el tiempo, el de los chimpancés no se deteriora con la edad.

Lo que hasta ahora ha salvado a la raza humana es que los chimpancés no han aprendido a manejar máquinas, programar computadoras y pronunciar discursos tipo Humberto “Baryshnikov” Moreira y todos sus hijos putativos a lo largo y ancho de la república mexicana.

En contrario, el estudio señaló que en sentido evolutivo los humanos viven más tiempo para compensar por nuestros cerebros más grandes, y en ese sentido, vivir más tiempo es una adaptación al hecho de que contamos con cerebros más grandes.

“Los humanos tienen una vida mucho más larga que cualquier otro primate y sus cerebros son tres veces más grandes que los del chimpancé”, subrayó el Dr. Holguín, abrazado amorosamente de Porfirio “La Jacaranda” Jiménez, presidenta de su club de fans.

Envejecer, según esto, es una manifestación visible del estrés de vivir más tiempo para darle una mano a los familiares.

La investigación determinó también que los humanos son más vulnerables que los chimpancés a las enfermedades vinculadas a la edad precisamente porque viven más tiempo.

Y, como sea, no es que envidie ahora mismo a los chimpancés, pero en verdad que desde hace varias lunas, diría el gran jefe Cruzteros Sentado, empecé a sentir como que fui víctima de los jíbaros del Ecuador, y me parece que la cabeza se me ha encogido: no sé si porque ya estoy en pleno proceso del tsantsa o simplemente porque la materia gris se me está volviendo talco poco a poco… y ando como carrito chocón: en friega pero sin rumbo fijo ni dirección, lo que me vuelve un peligro para la humanidad…

Benditos sean los jíbaros, que nos han enseñado a preservar el alma de una persona en una cabeza del tamaño del puño, aunque si es verdad lo que ha dicho el Polacas©, el proceso de reducción del cerebro es naturalito, pero las babosadas con las que salimos a veces no, esas forman parte del proceso de socialización de individuo, y se fermentan poco a poco mientras el cerebro se va volviendo polvo inevitablemente.

Así que si es cierto como lo es lo dicho por el también hombre fuerte del Partido de la Unidad Social (PUS), la Biblia —finalmente— tenía razón en aquello de que “polvo eres y en polvo te convertirás”, al menos en la parte que concierne a esa ecuación indirectamente proporcional que se plantea así: a más edad, menos cerebro… al menos un 15% menos de cerebro, que no es poco, diría mi amigo Alberto Einstein.

Y alégale, mi güen

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