No crean, eh... todavía ando así como enchilado porque no alcanzo a comprender cómo Cotto no pudo derrotar anoche a PacMan Pacquiao... y eso que no aposté... entre otros motivos pues porque no tengo qué apostar, je...
Pero ni modo, así es el deporte cuando se convierte en negocio: una fiesta de personajes en la que desde antes de perder el encuentro ya han ganado... y bastante...
Ya lo decía Don Emilio antes de morir (porque después de fallecer cumplió estrictamente al pie de la letra lo que dijera alguna vez Renato Leduc: Porque el mundo está muy feo, vivir mucho es desacierto, por eso yo una vez muerto soy cabrón si me meneo... y pues ya no se meneó, ni Leduc ni Don Emilio, ciertamente): "El deporte profesional se ha vuelto un espectáculo donde un grupo de millonarios se ponen a competir frente a miles de pelagatos..."
Y pues ni modo: así es como masca la iguana en esto del deporte por televisión.
Me declaro un ignorante en cuestiones deportivas. Cuando algo o alguien me cae bien, lo apoyo moralmente, y cuando algo o alguien me cae mal, simplemente le voy al contrario.
En eso sí me declaro experto: en ser un fiel seguidor del método científico basado en religiosas corazonadas... y sáquenme de ahí...
Pero... ¡pelillos a la mar!: minutos después de que termina la competencia, me encarrilo en aquello de que la vida continúa, y trato de olvidar resultados y sospechosismos.
Lo que no olvido es cómo se divierte uno escuchando la transmisión de los cronistas televisivos cuando prácticamente se enamoran de un equipo o de algún atleta, sea futbolista, boxeador, taekwandoín o luchador enmascarado...
Y la pelea Cotto-Pacquiao no fue la excepción... ¡no, señor!: encima, en la misma función se presentó el hijo menos inútil de Julio César Chávez, "La Leyenda, apá..."
Ver las peleas y escuchar a los comentaristas de TV Azteca, encabezados por Lamazón, es asistir literalemente a un coito homosexual (si se permite la aberración, considerando que los coitos no tienen género ni tendencias): si pudieran, los cronistas boxísticos de la empresa de Salinas Pliego se casarían no sólo con Pacquio y con el "Julito", sino con el mismo JC Chávez, que en un descuido se le atraganta el Pato Pascual y les dice que sí a todos, pues ya entrados en desbarres lingüísticos ¿qué importa confundir un "Ni madre, güey, que no me gusta el arroz con popote" por un "Si, acepto, cariño..."?
Es lo único divertido de la transmisión sabatina de box, que igual se puede proyectar a todos y cada uno de los deportes que transmite no sólo TV Azteca, también Televisa, TVC deportes, ESPN y Fox Sports: cuando se cuelgan de un color, los chicos y chicas del coro virtualmente se desnudan frente a los deportistas y se ponen en una metafórica posición que los arquitectos y los ingenieros civiles denominan —en ese lenguaje técnico que los caracteriza— como: "de pinicuchi".
Y quien los viera ahí en la transmisión de TV Azteca —cuando hacen el comercial de las bebidas—, tan juntitos que parecen hermanitos siameses, aunque no estoy muy seguro que aquí quepa esa palabra, tomando en cuenta que son cuatro machos cuatro que se ponen lado a lado como si estuvieran bailando tango con las piernas cruzadas y el liguero a todo lo que da: ¡Aja!
No sé ustedes, pero escucharlos e imaginarlos en vestido de boda del brazo de Pacquiao, Julito, JC, Cuauhtémoc, Giovanni, Rafamárquez o cualquier otro atleta medianamente triunfador, es como oir el eco de la puntuación de Lamazón:
"¡Diez puntos para nosotras, nueve puntos para Televisa...!"
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