Trova y algo más...

domingo, 1 de noviembre de 2009

Nuestro escaso gusto por la lectura...

Dicen que cada mil años nace un gran lector, que es aquel que se acerca, se nutre y descifra la cábala. Según los estudiosos, Cervantes fue el último gran lector, y estamos en espera del siguiente gran lector, que todavía no nace —según mencionan los expertos, así que ni Usted ni yo ni, por supuesto, los cien millones de mexicanos somos ese gran lector. O sea… ya nos fregamos y ni pa’ dónde hacerse: ni siquiera a ese lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…
Por cierto, hace un par de días apareció esa nota cíclica que los medios toman y retoman cuando no tienen nada más inteligente que difundir: “Los mexicanos no leemos”, y luego se avientan una gran retahíla de presuntas causas y azares que todas coinciden en un punto oscuro y truculento: Nosotros, los mexicanos, esas terceras personas anónimas e infelices, tenemos la culpa de no leer. Punto. Como si fuera tan fácil vivir la vida sin leer, resignado a ser un ignorante, una mula de trabajo sin esperanza mayor que llegar vivo a la quincena.
El caso es que el desarrollo de la industria editorial en México, trátese de libros o publicaciones periódicas, está íntimamente relacionado con la realidad económica, política, cultural y social del país. No sólo refleja el nivel educativo y la producción de obras intelectuales, artísticas, científicas; es decir, la lectoescritura, sino además, la importancia que tiene como negocio, como empresa.
Ni qué decir de la industria editorial como tradición en la libre difusión de las ideas y en el debate inteligente y creativo, en las publicaciones como obras de arte. Dicho sector también responde a la conformación geopolítica de la nación, el centralismo y la ausencia de polos que compitan y estimulen el crecimiento en calidad y cantidad de casas editoras, imprentas, librerías, bibliotecas y puntos de exposición y venta que despierten el apetito y la necesidad de la lectura y, por consecuencia, de la escritura.
A contracorriente de las declaraciones gubernamentales en el sentido de que una de las prioridades de sus gestiones es y será siempre el fomento de la lectura y la escritura entre la población escolar y entre la sociedad en general, estudios realizados por varias asociaciones especialistas en el tema editorial reportan estimaciones globales en las que la tendencia de dicha actividad es menguante y no a la inversa. Habría que tener en cuenta además el reconocimiento oficial de la existencia de más de cuarenta millones de mexicanos prácticamente analfabetos y de otros veinte semianalfabetos.
Pero aquello no ha sido gratuito: Hasta 1996, el número de publicaciones periódicas se incrementó hasta en un 40.5 por ciento, en comparación a 1995, cuando la actividad cayó hasta en un 33 por ciento. Por publicaciones periódicas entendemos revistas, boletines e historietas. En cuanto a los libros, hubo una disminución de un 4.43 por ciento en 1995 y de un 2.9 por ciento en 1996. Sin embargo, el número de ejemplares publicados en 1996 con respecto a 1995 se redujo en un 34 por ciento en el área de las ediciones periódicas. En cuanto a los libros, el número de ejemplares impresos se redujo un 5 por ciento. En total, entre ambas ramas editoriales, sumaron un 45 por ciento menos del número de ejemplares producidos en 1994.
Es ésta una época difícil para los productores y vendedores de publicaciones, quienes presentaron una iniciativa de Ley General del Libro ante el Congreso de la Unión, cuyos objetivos son fomentar la lectura y la cultura del libro en el país, pues argumentan que en los años cincuenta se hacía un tiro promedio de 3 mil ejemplares de libros de autores mexicanos para una población de 30 millones de habitantes, y hoy se hacen tiros de 2 mil para una población de más de cien millones de mexicanos. De esos cien millones de personas, sólo 15 millones son lectores potenciales, con un promedio de lectura de 1.8 libros al año. El resto no lee.
Como todo bien de consumo, el libro padece las alzas en los precios y el consecuente distanciamiento de las posibilidades de compra de los mexicanos. Gran parte de los estímulos que demanda la mencionada Ley son de carácter fiscal. Por ello, los libreros no saben cómo hacer para que en México el libro sobreviva, pues teniendo una masa poblacional como la nuestra, la industria editorial se encuentra estacionada y muchas veces abatida, no obstante realizar esfuerzos por competir y destacarse en la escena mundial, tal como lo demuestran la calidad y los alcances de las ferias internacionales del libro, como la de Minería y la de Guadalajara.
Por supuesto, en todo ello se encuentra como causal determinante la desastrosa economía del país, devaluaciones, inflaciones, los pocos estímulos fiscales, el bajo poder adquisitivo, la centralización y demás aspectos que no podemos echarnos en el lomo los mexicanos.
Si nos vamos al terreno de las comparaciones, veremos que a pesar de que España tiene un índice bajo de lectura con respecto al resto de Europa, es mucho más alto que el nuestro, tiene mayor poder adquisitivo y tiene un número más elevado de editores. Sobre todo posee, a nivel productivo, el libro de texto, que representa la base editorial; es decir, el 70 o el 80 por ciento del negocio editorial.
En México el libro de texto de primaria se encuentra en manos del Estado y eso es una gran desventaja. Incluso hay quienes afirman que si se liberara el libro de texto, México sería la industria editorial más fuerte de habla española. Pero el asunto no es tan simple, pues los españoles tienen una tradición más añeja que la nuestra y eso significa una ventaja enorme. De cualquier modo, la industria editorial mexicana compite en condiciones de desigualdad con los europeos, al no contar con una infraestructura de comunicaciones adecuada, al padecer crisis sexenales de consecuencias dramáticas. Así, ¿qué sistema productivo puede planear a largo plazo su desarrollo?
Por otro lado, la industria editorial de otros países de Europa, o en Estados Unidos, ha crecido proporcionalmente con el desarrollo de la escolaridad. En México en otros momentos, en 1959, el Estado se vio obligado a crear la Comisión Nacional del Libro de Texto, en donde quedó al frente Martín Luis Guzmán, pues vio que el esfuerzo educativo no estaba siendo acompañado del desarrollo de la industria editorial. Pero de cuarenta años a la fecha la industria editorial ha cambiado sustancialmente y ya podría establecerse una relación más equilibrada entre el sistema educativo y el sector editorial de la iniciativa privada, dando paso a mejores productos, mejores ofertas, mejores estudiantes y mejor enseñanza. Pero no ha sido así, y no es por culpa de los potenciales lectores, ciertamente.
Observemos, por ejemplo, que la base editorial del país se encuentra en la capital de México. Esto hace muy difícil que se pueda pensar en un desarrollo nacional integral, pues entre un 50 o 60 por ciento de la concentración editorial en la Ciudad de México, lo cual, aunque es enorme, no es tan aplastante como ocurre con el sector productivo. En gran medida responde al hecho de que, por sus dimensiones, la megalópolis ofrece un mayor número de puntos de venta. Si a ello se le suma la concentración del sector educativo, de las instituciones culturales, de la investigación, pues los resultados son hasta cierto punto obvios. Y si a eso le sumamos que la capacidad comercializadora de las editoriales universitarias o de los grandes centros educativos es sumamente ineficiente, pues veremos que el campo editorial está plenamente cubierto.
En este caso, una de las sugerencias que se han puesto en marcha es la de hacer coediciones entre los centros educativos y la iniciativa privada, buscando con ello una alianza entre el sector público y los sectores descentralizados, y poner en circulación los libros académicos, de arte, literarios, de divulgación de la ciencia y la tecnología. Con todo, es una lástima que ediciones de calidad se queden embodegadas y se inmovilicen y a la larga se desperdicie una cantidad fuerte de recursos económicos.
Además, las políticas de reconocimiento del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y de los sistemas internos de las universidades que exigen publicaciones a los académicos toman más en cuenta la cantidad que la calidad. No basta con hacer un libro, debe exigirse calidad del documento para convertirse en un buen libro.
Encima, México es el país de habla española con el peor índice de librerías por habitante; si no está por debajo de Haití, creo que apenas estará a su nivel. Por otro lado, debemos reconocer que las personas con capacidad de consumo en México no son lectores, sino, en el mejor de los casos, individuos que leen un par de libros al año. Esos son los que van en busca de un regalo para alguien y, metidos en aprietos, le dicen al acompañante: “Oye, ¿qué le obsequio al Francisco?”, y el otro le sugiere un libro. Entonces el primero le aclara: “No, eso no, el Pancho ya tiene uno…”
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