Frustración, aburrimiento, desmotivación, tedio, desinterés, flojera, soledad, desánimo, incertidumbre, desesperanza, desencanto, apatía, desilusión.
Son sentimientos similares que reflejan una crisis emocional.
Quien los experimenta podría solicitar la ayuda de un experto para mejorar su situación personal, pero el problema es que esa es la sensación que vive casi una tercera parte de la población en México: los jóvenes.
Unos esconden su crisis hasta la edad adulta, pero hay otros jóvenes cuyas vidas son dominadas por el sinsentido y eso es más que evidente. Se trata de 7 millones de jóvenes de entre 12 y 29 años de edad que ni estudian ni trabajan. Población que representa el 24 por ciento del total de los jóvenes que viven en el país.
Son adolescentes y preadultos que se han sumado a las filas de una generación que, en el mundo, se le denomina NI-NI y que crece desde 1995, así, sin rumbo.
El fenómeno es de tal magnitud que ha llamado la atención de los expertos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Ahora se ha sumado también el Banco Mundial que, junto con el Instituto Mexicano de la Juventud (IMJUVE), realiza un estudio en el Distrito Federal, Uruapan y Ciudad Juárez para conocer la situación de los jóvenes que no estudian ni trabajan en México y que están expuestos a altos índices de violencia.
El interés es legítimo. Gustavo A. Saravi, académico del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), asegura en su análisis sobre “Juventud y sentidos de pertenencia en América Latina” que los jóvenes que no estudian ni trabajan y que forman parte de familias empobrecidas suelen estar más vinculados con el desarrollo de actividades ilícitas y violentas. Algunos, dice, han encontrado en el narcotráfico, por ejemplo, “ciertas virtudes” porque la adhesión a los grupos delictivos compensa un vacío, una ausencia, una crisis sin sentido.
Los especialistas en el tema señalan que para estos jóvenes ni la escuela ni el empleo los satisfacen. La escuela, aunque se ha intentado universalizar, tiene sus limitantes, pues en los niveles superiores muchos jóvenes enfrentan el rechazo. Este año, tan solo en la UNAM, 105 mil 102 estudiantes fueron rechazados y sólo 9 mil 360 podrán ingresar a algunas de las 77 licenciaturas que ofrece la Máxima Casa de Estudios. Además, el número de aspirantes aumentó 9.2 por ciento respecto a 2008, pero los espacios disponibles sólo se incrementaron 6.3 por ciento.
Cuando logran insertarse en la educación superior, al final pocos logran desarrollar su profesión. Y quienes llegan entonces a un mercado laboral, lo hacen en condiciones precarias, con bajos salarios y sin ninguna expectativa de ascender ni de puesto ni económicamente.
En esta situación, “el virus del desencanto juvenil se extiende en la medida que los jóvenes comienzan a darse cuenta de que sus condiciones de vida son peores que las que tenían sus padres y abuelos. Pero lo peor es que no tienen interés en cambiar esa circunstancia porque su precaria situación la ven ya como una condena”, advierte Sergio Suárez, sociólogo de la UNAM.
Y aún hay más. Otro grupo de jóvenes, el 22.7 por ciento, desertaron de la escuela, según la Encuesta Nacional de la Juventud 2000, por la pérdida de interés en seguir estudiando sin que medie un argumento económico o de salud, sino simplemente por aburrimiento.
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Ni la escuela
Desde hace tres años, la OCDE hizo una advertencia a México. Su División de Análisis y Política de Empleo aseguró, en ese entonces, que era preocupante el número de jóvenes inactivos que no estudiaban ni trabajaban. En 2006, la proporción de personas de entre 12 y 29 años de edad que estaban en esas condiciones era del 23 por ciento.
Pero además, señaló que el abandono escolar era superior comparado con otros países del mundo. El 55 por ciento de los estudiantes mexicanos dejan las aulas antes de concluir la educación secundaria, mientras que la tasa promedio en los países miembros de la OCDE es del 15 por ciento.
Gustavo A. Saravi, cuyo artículo ha sido difundido por la Cepal, asegura que esta situación en lugar de resolverse, se mantiene, porque aunque el acceso a la secundaria se masificó, “sigue siendo un nivel escolar de escasa capacidad de retención y con las cifras más elevadas de deserción escolar”.
Explica que la deserción en secundaria se debe, en unos casos, a las necesidades económicas en los hogares, pero también a que la escuela no cumple con las expectativas de los estudiantes, o los excluye. “El aburrimiento –dice el especialista– parece ser un estado de ánimo particularmente significativo y casi exclusivo del nivel secundario de enseñanza que, de hecho, constituye el período crítico de deserción escolar”.
Con base en datos de la Encuesta Nacional de la Juventud de 2000, el investigador del Ciesas señala que el 23 por ciento de los jóvenes de 20 a 24 años de edad que no concluyeron los 12 años de educación argumentaron la “falta de recursos”, pero el 22.7 por ciento reveló la “pérdida de interés” y el 22.9 por ciento, la necesidad de trabajar.
Entre algunos jóvenes –añade– hay la percepción de que concluir un proceso largo de formación significa “perder el tiempo” o “tirar el dinero”, porque además, “el golpe final es que en la actualidad tampoco está claro que un mayor nivel educativo garantice, efectivamente, la posibilidad de obtener más y mejores ingresos”.
En la segunda Encuesta Nacional de la Juventud realizada en 2005, sólo el 44 por ciento de los entrevistados dijo que la educación servía para conseguir trabajo.
Priscila Vera Hernández, directora general del IMJUVE, señala que lo que más preocupa al gobierno federal es ese 22 por ciento de jóvenes que abandonaron la escuela porque no les gusta estudiar, pero también aquellos jóvenes que al terminar sus estudios no ven cubiertas sus expectativas.
“Tenemos que analizar el contenido educativo para evitar que los estudiantes pierdan el interés por estudiar, pero también tenemos que lograr una mayor vinculación entre la oferta educativa y el mercado laboral para que sus condiciones laborales no sean precarias y trabajen en algo relacionado con lo que estudiaron”, considera la funcionaria.
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Ni el empleo
Para los jóvenes, asegura Gustavo A. Saravi, el trabajo ya no es un fin o una fuente de identidad, ahora es un medio relacionado con la necesidad de consumo. Sin embargo se topan con una realidad que frustra su propósito de tener dinero para cubrir sus necesidades. “Luego de las primeras experiencias laborales, comienzan a percibir la precariedad de su empleo y las escasas posibilidades de obtener otros mejores...
Comprueban tempranamente lo que consideran un futuro inevitable: una carrera laboral truncada y estancada en la precariedad; desde el entusiasmo al desencanto...
Los jóvenes hacen recurrentes referencias al hecho de que en su trabajo no hay posibilidades de crecer, desarrollarse o avanzar, lo que los mueve a cambiarse y buscar nuevos empleos, en los cuales vuelven a afrontar la misma situación”, explica el experto.
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Ni oportunidades
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que en América Latina y el Caribe hay 22 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan.
De ellos, 6 millones están buscando un empleo pero no lo encuentran y la mayoría, los otros 16 millones, no estudian ni tampoco están buscando empleo. El 81 por ciento vive en las ciudades y el 72 por ciento son mujeres.
El organismo atribuye este fenómeno “a la falta de oportunidades y a las frustraciones reiteradas”, pero esta situación, alerta, los expone a un riesgo social, no tanto por los sectores a donde podrían encontrar cabida –como el de la delincuencia–, sino porque podrían estar condenados a perpetuar el círculo de la pobreza.
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Entonces ¿qué...?
El investigador del Ciesas señala que cuando la escuela y el trabajo pierden sentido surgen otras alternativas para los jóvenes: la migración, la evasión, la criminalidad, “todas las cuales son formas de una situación común de exclusión”.
La directora general del IMJUVE considera que la falta de alternativas en la escuela y el mercado laboral ha generado incertidumbre en los jóvenes. Sin embargo, asegura que hasta la fecha no hay estudios que relacionen ese sentimiento de incertidumbre con la soledad, la desesperanza, el aislamiento o la depresión juvenil. Pero considera que, sin duda, de no hacer los cambios necesarios en la política pública “estaríamos perdiendo a una generación de jóvenes porque esa fuerza laboral nos daría la capacidad de crecer como país”.
Lo que hay que evitar ahora, dice, es que opten por “las salidas fáciles”, por lo que explica que el estudio que harán con el Banco Mundial en tres ciudades del país servirá de base para crear políticas públicas diferenciadas que atiendan las necesidades de los jóvenes según sus propias circunstancias y que evite que resulten vulnerables ante la violencia con programas como el de rescate de espacios públicos y la promoción del autoempleo.
Claudia Anaya, una diputada federal del PRD, de 30 años de edad, que comenzará a legislar en San Lázaro, asegura que los 7 millones de jóvenes mexicanos que no estudian ni trabajan son una mano de obra que se está desaprovechando.
“Muchos de ellos son hasta padres de familia que, por falta de oportunidades y de orientación, engrosan las filas de la pobreza o se incorporan a los grupos delictivos”. Reconoce que los jóvenes están desencantados de los políticos, “pero este es el momento de hacer algo por esta población para que los jóvenes podamos encontrar espacio en la escuela, el trabajo, la recreación, el deporte y la cultura”.
Clara Jusidman, experta en política social y presidenta de Incide Social, coordinó una investigación en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde encontró que 3 de cada 10 jóvenes no estudian ni trabajan y que, ante la falta de expectativas, son presa fácil de las bandas criminales que suelen emplearlos como sicarios.
“El caso en Ciudad Juárez es una demostración de la incapacidad del Estado para aprovechar este bono demográfico de jóvenes del que se habla desde hace una década. Ahora están en una zona de desastre porque viven el momento en medio de un claro deterioro en su calidad de vida y no tienen expectativas de nada. Pero en un futuro serán adultos frustrados y entonces no habremos perdido una generación sino la tercera parte de la población”.
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(Fuente: diasiete.com)
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