Trova y algo más...

lunes, 10 de mayo de 2010

Alma mía sola, siempre sola...

para Doña Guadalupe, mi abuela,

donde quiera Dios que esté...

1. Mi madre decía que cuando nací, el mar estaba en calma; que podía olerse la fragancia de la espuma y las olas; que los peces saltaban entre las ondas de un aire azul; que noviembre se despedía con manos de bruma tenue y respirable; que el silencio de las gaviotas entretejía el horizonte de un oceano rasgado a la mitad, y que la luna y el sol parecían joyas gemelas de un mismo prendedor...

2. Mi madre iba y venía del mercado deshilando tras de sí una sombra con una lejana sensación de pescado y un horizonte de gatos de hirsuto ronroneo; las sandalias de sus huellas llenaban la playa de su rastro en busca de conchas azules para enamorar collares y cuellos de turistas de piel blanca sin moretones de hambre, y piernas y pechos y caderas enmarcables en fotos y camas de esterilla sudada desde que fue inaugurado el tiempo...

3. Mi madre irrumpía mis medias mañanas con su voz de vaca marina, y su estrella fugaz me iluminaba los rincones más oscuros de la arena de mis noches; junto a ella el miedo era sólo una molestia vaga que de vez en cuando me apretaba una pierna o me hacía temblar un párpado o me enfriaba la espalda con un relámpago gris de desamparo...

4. Mi madre me inculcó con su soledad que la muerte es una circunstancia que dura lo que uno desea, que la tristeza no es más que una ilusión, que la nostalgia alimenta a los recuerdos cíclicos, y que el amor podía instalarse en mi vida en cualquier momento y de cualquier forma: una muchacha verde y profunda como el mar, una muchacha azul y risueña como el mediodía, una muchacha gris y callada como las ballenas de la tarde, una muchacha escurridiza y de mirada oblicua como un tiburón hambriento, una muchacha de todos los colores como el trozo de futuro que sólo los elegidos tienen reservado...

5. Tú me recuerdas a mi madre, tú eres esa muchacha de color azul y blanco y amarillo y verde y negro y naranja y...

6. Mi madre murió junto al mar —su casa desde siempre— una tarde oscura de enero; lejos de sí misma, con el alma podrida por un amor nunca conjugado, arrastrando miradas que nada le decían sin decir nada, y no quiso cerrar los ojos ni dejar de buscar, y hasta el último momento de su oceánica vida canturreó si yo encontrara un alma como la mía, cuántas cosas secretas le contaría...

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