Trova y algo más...

martes, 25 de mayo de 2010

Se equivocó de país…

Definitivamente, Felipe Calderón debió haber sido presidente de Estados Unidos de América. Spurious or not.

Así no tendría que andar por el mundo esquivando las críticas de sus connacionales mexicanos, tan amargados porque la economía no funciona, ni la seguridad ni la educación ni el empleo ni nada que tenga que ver con el bienestar de una población harta hasta de estar harta.

No, así ningún connacional puede apapacharlo. Ni en la más optimista de sus demagogias podría hacerlo.

Pero los gringos sí lo quieren mucho. Al menos los gringos documentados del Congreso norteamericano. Aunque para ser sinceros, sólo los demócratas, porque los republicanos lo ven como la gobernadora de Arizona ve a los indocumentados: con una apariencia de mojado que no puede con ella.

Pero allá ella, y acá él. Acá, en nuestra realidad mitad ficción mitad discurso político.

Pero allá, en el otro lado, en Washington, a donde se tardó tres años y medio en llegar, la realidad de Calderón, mezclada con esa ficción tipo gringa, se convirtió en un discurso de 30 minutos, que la semana pasada fue interrumpido 27 veces para ser ovacionado sin que nadie le sacara una pancarta ni le gritara en sus narices que lo que estaba diciendo eran puras mentiras, en inglés, ciertamente, pero mentiras al fin.

Ahí, frente a nuestros “primos”, diría el estulto Raúl Velasco, el Felipe Calderón pidió al Capitolio una reforma migratoria y freno a la venta indiscriminada de armas. Sin embargo, luego del acto (es decir, de la ceremonia, no del acto que se está imaginando, cochambroso lector) los legisladores republicanos descartaron eventuales acuerdos en ambos temas. O sea, lo batearon presidencialmente por todo lo profundo del jardín central.

Durante la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos, el Calderón Hinojosa hizo patente su desacuerdo con la idea de que los rasgos raciales sirvan de base para aplicar la ley. ¡Uy!

La mayoría demócrata fue evidente. Pero los legisladores republicanos permanecieron sentados observando, con el ceño fruncido, cómo el presidente de lo que ellos llaman su patio trasero se llevaba las palmas en su propio territorio.

Esos republicanos salieron del salón inmediatamente después de que Calderón lanzara el God bless America y el Viva México con el que cerró su discurso y, a diferencia de los demócratas y demás asistentes, no esperaron a saludar al mexicano.

Legisladores demócratas, invitados, staffers (cuerpo de asesores) y pajes (preparatorianos), que se encargan de ocupar algunas de las curules que quedan vacías, dieron un marco entusiasta al mensaje que desde ahí dirigió, en español, Felipe Calderón a los mexicanos indocumentados en EU para garantizarles que está luchando por sus derechos.

A esos que desesperanzados cruzaron el desierto estadounidense de manera ilegal, les habló del sueño de que un día no tendrán que dejar en México a su familia. Quizá con eso les dijo subliminalmente que tendrían que llevársela con ellos. Ni modo. Así es este hombre: cuando dice si quiere decir no, y cuando dice que no subirán los impuestos quiere decir arriba las manos, y cuando dice que ya no más tenencia vehicular, quiere decir ¡Ay, ingenuotes! o algo peor…

El Felipe Calderón buscó en el Capitolio lo que no ha podido logar el hombre más poderoso del mundo, Barack Obama: convencer a los republicanos de una reforma migratoria y frenar la venta indiscriminada de armas.

Sin embargo, Calderón se encontró con la realidad bipartidista estadounidense: los demócratas (de los Kennedy, los Clinton y los Obama) abiertos a la migración, y los republicanos, reacios al tema, cuya ideología (y recursos financieros para soportar con facilidad esa ideología) cuenta con un respaldo tal que es posible que se aprueben leyes como la SB 1070 de Arizona.

Esos republicanos, a los que el propio Obama ubicó como los 60 votos que le faltan para respaldar una iniciativa de ley migratoria que prospere, escucharon ayer a Calderón decir que no es un presidente al que le dé gusto ver a los mexicanos abandonar su país y recordarles que esos paisanos trabajan por la grandeza de Estados Unidos. Y es que simplemente no le da nada: ni gusto ni tristeza porque esos ciudadanos de tercera no existen para él, como lo ha demostrado con firmeza, ciudadanos que no necesitan irse del país, sino que aquí mismo son barridos por las balas de la delincuencia, es cierto, pero también de los efectivos y militares que ampara el propio gobierno federal. Es decir, ni para dónde hacerse.

Setenta por ciento de las curules de la Sala del Pleno del Capitolio fueron ocupadas por invitados y la comitiva mexicana, a la que se sumaron la dirigente nacional del PRI, Beatriz Paredes —quien cuando el Presidente finalizó su discurso, levantó el dedo pulgar en señal de aprobación—, así como los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, Francisco Ramírez Acuña y Carlos Navarrete, respectivamente, que no iban a perder la oportunidad de echarse un viajecito para ir por la fayuca, como decían antes los propios legisladores.

El legislador perredista aplaudió y hasta se puso de pie en algunas ocasiones ante la ovación emocionada de los demócratas, pero después cayó en el tedio que generaron los aplausos ante cualquier frase del Felipe Calderón.

Más tarde, legisladores republicanos manifestaron su rechazo a las exigencias del mandatario mexicano, principalmente la que se refiere al freno de la venta de armas.

John Cornyn afirmó que el problema de seguridad que enfrenta México no tiene que ver sólo con la presencia de armas. “Tengo mucho respeto por el presidente Calderón y su compromiso de combatir a los cárteles, pero no creo que los estadounidenses deban renunciar a cualquiera de sus libertades en respuesta a los problemas de otro país”, enfatizó.

A su vez, Jeff Sessions consideró que tal prohibición resulta innecesaria, porque ya existe una sobre las armas automáticas, además de que no existe el respaldo político para instaurar esa prohibición.

“No creo que pueda pasar. La petición que más hacemos es contra el movimiento ilegal de armas a México. Eso lo apoyo, creo que ese es una petición legítima”, señaló.

Por su parte, el demócrata Elliot Engel dijo estar a favor de la solicitud del mandatario mexicano, por ser algo que tiene “sentido común”.

“Creo que no tiene sentido tener cualquier arma para actividades que no tienen que ver con la caza”, una prohibición de ese tipo no truncará el derecho de los estadounidenses a portar armas, subrayó.

“No tiene que ver con el derecho constitucional de portar armas. Eso es ridículo”, aseveró

Sin embargo, los analistas nacionales de acá no fueron tan benévolos con el discurso de Calderón ante el Congreso gringo. De hecho lo calificaron como un discurso dicho allá para que se escuchara acá. O como diría el extinto Fausto Soto Silva: “Te lo digo, Juan, para que lo escuches, Pedro”.

Tampoco debemos cerrar los ojos ante el peso de la realidad. Cualquier discurso que se pronuncie en esos espacios legislativos de Estados Unidos debe pasar por el tamiz que impone el propio gobierno: ni modo de permitir que venga cualquier persona a querer provocar un incendio en su propia casa. Y los propios legisladores nacionales ya mencionados, que son unas verdaderas chuchas cuereras prendidas de la ubre del sistema, saben esto y deben hacerle el juego allá a nuestra democracia región cuatro, aunque al pisar el territorio nacional todo vuelva a su nivel de descrédito y a proferir denuestos contra todo lo que se mueva en aras de la presidencia el 2012.

Sí: definitivamente, Felipe Calderón debió haber sido presidente de Estados Unidos de América. Bien dicen sus detractores que este muchacho se equivocó de país, porque el México que él describe en sus discursos nos recuerdan a los cuadros que pintara Bob Ross: con economía feliz, seguridad pública feliz, alegres soldaditos resguardando la paz social, ciudadanos felices que llegan a las ventanillas de Hacienda a dejar los ingresos de toda su vida para pagar impuestos que los grandes empresarios, confabulados con éste y anteriores gobiernos, no pagan ni pagarán jamás: es el costo de la democracia, amigos… mientras el Jefe Diego sigue perdido en ese laberinto de contradicciones y mentiras que las propias autoridades ha creado con sus boletines infaustos y sus contubernios obscenos…

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