Hoy
es 2 de enero, y en esta fecha siempre recuerdo de mi papá. Ya les diré por
qué.
De
acuerdo al santoral es día de San Macario. Al respecto, leo en el Almanaque
Popular 2015 lo siguiente:
“Muchas
son las leyendas que se atribuyen a la vida de San Macario, pero tal vez la más
cercana a los relatos tradicionales sea la que narra cómo, queriendo atravesar
un lugar muy intrincado, fue dejando unas cañas clavadas en el suelo para
reconocer el camino de salida. A punto de terminar su trabajo, ya muy cansado,
se echó a dormir, y cuando despertó vio que el demonio, para burlarse de él,
había ido recogiendo todas las cañas y las había amontonado a su lado.
“Otras
leyendas, recogidas por Santiago de Vorágine, cuentan que, arrepentido Macario
por haber matado a un tábano de un manotazo, se desnudó y se expuso a la
picadura de todos los insectos que se posasen sobre su cuerpo, quedando
absolutamente lacerado. Del mismo modo, y para vencer las tentaciones, se
expuso a la picadura de un enjambre de avispas que se ensañó con él hasta
dejarle tan desfigurado que sólo se le reconocía por la voz.
“La
etimología atribuye muchos significados a su nombre, siendo los más cercanos a
su leyenda los de ingenioso, esforzado y feliz”.
El
2 de enero me recuerda aquellos viajes que hacía mi padre de regreso a su
trabajo (casi siempre trabajó fuera), y este día íbamos a dejarlo, después de
pasar las fiestas navideñas en casa, a la Central Camionera a que tomara un
autobús hacia mil destinos, y allá iba el hombre, con una cruda espantosa y un
semblante borroso, curtido en alcohol, como chile jalapeño, y arrastrando una
precaria maletita, a rencontrarse con la soledad, con los días de trabajo y con
un lento cuestarriba que lo fueron
desgranando poco a poco hasta dejarlo casi ciego.
Aunque
mi papá y yo no coincidíamos en muchas cosas cotidianas, aunque casi no
cruzábamos palabras, aunque nuestra visión del mundo eran polos opuestos, cada
vez que íbamos dejarlo a la Central algo se me iba muriendo por dentro porque
sabía que no volvería a verlo en muchos meses. Y al regresar a la casa, yo ya no
le encontraba mucho sentido al año nuevo, pues, pese a esa enorme distancia que
nos unía a mi papá y a mí, la ausencia de mi papá era como un agujero negro que
iba absorbiendo todos los momentos de alegría y me dejaba a cambio una gran
nostalgia por aquel hombre que a fin de cuentas abordó un Tres Estrellas de Oro
(su línea favorita) y se fue de la vida una tarde calurosa de marzo de hace dos
años.
Mi
padre no se llamaba Macario, pero era un hombre ingenioso y esforzado. Y de
seguro era feliz a su manera. Trabajó siempre duro y mucho hasta que el cuerpo
ya no le dio más y se retiró. Sé, porque me lo contaron sus dos hermanas, mis
tías, que mi papá trabajó desde los 12
años, justo cuando quedaron huérfanos de padre y madre. Como él era el único
varón de aquella escueta familia, tuvo que cargar sobre sus hombros infantiles
el compromiso de sacar adelante a sus hermanas, fiel a esa ancestral tradición
michoacana.
Hoy, 2 de enero, saco cuentas rápidas: mi papá fue un duro trabajador durante más de 55 años. Y nunca se quejó de su destino. Y me acuerdo a solas de mi padre, y lo recuerdo más en las letras de la canción "A mi padre”, de José Luis Perales, que comparto con añoranza con ustedes.
Y
la letra también, claro:
Tiene el andar cansado, y a sus espaldas,
sesenta y tantos años de esperanza;
tiene una casa,
verdugo de sus manos y sus espaldas.
Cuando amanece el día camina y canta,
buscando de la tierra, en las entrañas,
el pan caliente:
milagro que realiza cada mañana.
Es aprendiz de todo, maestro en nada,
es poeta a su modo, le gusta el alba,
y entre sus manos (y entre sus manos)
florecen a escondidas algunas llagas.
Tiene cansado el cuerpo, cansada el alma;
tiene un interrogante sobre su cara,
tiene un camino (tiene un camino),
le gusta ser amigo de sus amigos.
Quiso cambiar su vida, dejar la aldea,
mas no pasó de ser una quimera,
una quimera
que se quedó dormida entre la tierra.
Tiene cansado el cuerpo, cansada el alma;
luce sobre su pecho camisa blanca,
con su mirada (con su mirada)
me dice que la vida no vale nada.
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