Trova y algo más...

miércoles, 20 de enero de 2010

Las redondeces de una belleza...

Patricia Iturralde Gámez (la “Pig”, por sus iniciales en lengua castilla) es una vieja amiga de la desaparecida Escuela Preparatoria Unidad Regional Sur de la Universidad de Sonora —ubicada allá en Navojoa— que siempre le ha hecho honor a su apodo (la Pig, no la prepa ni la uni: ¿capichi?). Por dar un ejemplo bastante hidráulico y retacadamente político, mencionaré a usted, amable lector, que la Pig era y sigue siendo algo así como la alianza política de Beatriz Paredes y Xóchitl Gálvez —ahora tan de moda y tan acusada de piel sensible— por su exceso de carnes y su boca de floristería, despectiva y respectivamente.
Para decirlo como se dicen las cosas en la región del mayo; o sea, directito y a la cabeza: la Pig es una mujer gorda y malhablada. Y punto. Nomás que en la lengua yoreme, se entiende. Pero para lo que le preocupa eso a mi amiga: todas esas habladas se las pasa por aquella región corporal que los médicos sin fronteras denominan técnicamente como “la puerta de Alcalá” y que no estoy autorizado para ofrecerles más detalles sobre eso… ni más ni menos. Mjú…
Por eso cuando dijo que se iba a casar con el Morgan —que en ese entonces era algo así como el Antonio Banderas de aquella generación perdida de preparatorianos extraviados, que suena como a redundancia pero que en realidad es un pleonasmo cruzado con oxímoron—, nadie le creyó. Cómo íbamos a creerle, pues, si nuestra generosa amiga medía como 1.65 metros y pesaba como 165 kilos mondos, redondos y lirondos.
A la mejor la Pig creyó que era cuestión de borrar el punto de la altura para estar en equilibrio con la cifra de los kilos. Pá saber, tú. El caso es que eso era demasiado para una joven de 19 años. Cierto que la Pig ocultaba —si es que se puede decir así— su carrocería tras un delicado manto de gracia, una nobleza propia de estatua de bulevar y una belleza de flor más bella del ejido multiplicada por tres, pero al revés…
Ella, que nació en Etchojoa, pero que desde siempre vivió en la perla del mayo, estaba orgullosa de tener un pie en un pueblo de viejas raíces costumbristas, y el otro en una ciudad de viejas costumbres enraizadas. Así dice ella. Pero no me quiero imaginar qué será volver la vista al cielo justo cuando uno lleva transitados 20 kilómetros rumbo a Huatabampo —la mitad de la distancia entre un municipio y otro—. El solo pensar en eso hace que me lata aceleradamente el corazón, como le sucedería a un astronauta frente a un hoyo negro: La muelte, mi negro.
Bueno. El caso es que mi opulenta amiga se ríe y se carcajia de su notable obesidad. Además, ella tiene un dicho maravilloso que viene a ser algo así como su ars poética, y en el que hace la simbiosis necesaria y pocas veces atendida entre las cadavéricas modelos de pasarelas y las gordas fastuosas que tienen el valor y les vale todo lo que les digan acerca de su carrocería de doce ejes. Dice la Pig, con toda razón, creo: “¿Qué sería de los flacos si no existiéramos los gordos?”, en una necesaria paradoja.
Se sabe que ninguna mujer triunfará en el mundo empresarial si no es bella. Tampoco podrá alcanzar el éxito si es gorda. Sólo aquellas y aquellos capaces de seducir con sus encantos, entre los que se incluye la delgadez, sin importar lo inteligente que puedan ser, estarán en el reino de las elegidas. O aquellas que son dueñas de las empresas o que provienen de familias cuyas fortunas no sólo comprar los puestos, sino también la visión que se tenga sobre la persona y sus actos, por más desastrosos que pudieran ser, ciertamente.
Los gorditos y las gorditas, sin agraviar a los presentes, sobre todo a las presentes, tenemos que hacer cada vez más esfuerzo para poder meter nuestros cuerpos dentro de la ropa que se exhibe en la mayoría de los escaparates de las tiendas: las tallas son cada vez más chicas y la televisión impulsa a las personas de todas las edades a formar sus físicos de acuerdo con los parámetros que impone la moda.
Sin embargo, quienes más sufren esta especie de dictadura de las formas son quienes padecen obesidad o sobrepeso: de hecho, es —según el Rubio, cuya adoración por la raza aria, je, es sólo superada por su pasión por el beisbol y el periodismo: inches negros…— un requisito para ingresar al programa de mejoramiento físico del Staus: ¡porca miseria!
Pero no todos tienen esa absurda visión de la moda. “A ver –me dijo la Pig el otro día, en medio de una carne asada–, ¿sabías que si los maniquíes de las tiendas departamentales fueran mujeres reales, serían demasiado delgadas para menstruar? A verdá. Además, hay tres mil millones de mujeres que no tienen cuerpo de supermodelos, a cambio de solamente ocho millones que sí lo tienen. Y si Barbie fuera una mujer real, sus proporciones la obligarían a caminar a gatas, pues sus piernas no podrían mantenerla de pie: ¿ya sabías eso, tontito?”, me dijo con un cariño que sólo una gorda maternal puede tener.
Y no se quedó en esa numeralia en favor de la gordura, sino que fue más allá: “¿Sabías que la mujer promedio pesa unos 65 kilos y usa tallas entre nueve y once? ¿Sabías que una de cada cuatro mujeres en edad universitaria (entre 18 y 22 años) sufre desórdenes de alimentación? Mira, tú sabes que las modelos de las revistas están retocadas; o sea, no son perfectas. Eso lo sabemos todos, pero lo que casi nadie sabe es que un estudio psicológico realizado no hace mucho mostró que el contemplar una revista de modas durante tres minutos causaba depresión, vergüenza y culpa al 70% de las mujeres, por eso hay tantas viejas amargadas por ahí”, dijo como si las conociera, y enseguida mordió el taco servido generosamente. Mjú.
Después de limpiarse la boca con el dorso de la mano, dijo como escopetazo: “Las modelos de hace 20 años pesaban 8% menos que la mujer común. Las de hoy en día pesan 23% menos. ¿Cómo ves, cochito: promoverán o no la anorexia estas flacuchas?”, preguntó con un pedazo de cilantro entre los dientes de enfrente, y remató con estas aladas palabras: “Tú has de saber que Marilyn Monroe está considerada como la mujer más sensual de todos los tiempos: toda la bola de calientes —incluyendo al precioso gober poblano y a su amigo el pederasta— han soñado con ella y despertado más húmedos que un pingüino en Etchojoa; pero lo que seguramente has de ignorar es que esta mujerona usaba talla once, ¡once, cabrón!, y los traía locos a todos. A ver, con Marilyn ¿quién se fijo en la talla? Ni los agentes de la CIA que mandó el Kénery ese (como dijo la Norma Alicia Pimienta en La Tuba de Goyo Trejo hace muchos muchos años) a que se la echaran para después matarla”, dijo y después eructó sonoramente.
Pues será el sereno, pero hoy que recordé a mi querida amiga, reflexiono en temas verdaderamente gordos, y es que la obesidad no respeta raza ni sexo ni credo religioso ni profesión. Estar gordo u obeso no es cuestión de gusto. Si no me creen, pregúntenle al Edgar Vivar o a este cerdo animal que soy, que siempre he sido: pregúntame, ca’ón, pregúntame
Aparte de que principalmente es un riesgo para la salud, por desgracia vivimos en la era de la imagen, y en demasiadas ocasiones la primera impresión que damos (que es la que al final cuenta, o al menos pesa más que la misma Pig) se la forja nuestro interlocutor en menos de cinco segundos (antes incluso de que abramos la boca), y con esto se cae por sí mismo el dicho aquel de que rollo mata carita, porque a veces ni siquiera tenemos oportunidad de soltar el rollo antes de que la otredad se forje una imagen nuestra para siempre jamás, como decían los antiguos, y de paso conviene recordar que el exterior no es lo único que se degrada con el tiempo, el interior también refleja el paso de los años, y en ocasiones puede degradarse más rápidamente que el aspecto físico, aunque eso no se nota en los kilos que llevamos, sino en la amargura enfermiza que reflejamos. Ni modo.
Como sea, por hoy los dejo con la despedida que la Pig y yo nos dábamos (nomás la despedida, eh: no hagan olas) en aquellos felices años de la prepa: “Esto es to, esto es to, esto es to-do amigos...”
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