La historia de la fundación de Álamos no es ni más hermosa ni menos dramática que todas las ciudades del mundo: alguien tiene la necesidad de vivir en alguna parte, busca un río y se establece en sus orillas.
Con el tiempo, otras personas lo secundan, y lo demás es vil leyenda: se dice que Álamos fue fundada en el último tercio del siglo XVII en la región que los indígenas llamaban Ostimuri; está situada a 410 metros sobre el nivel del mar, y su clima es predominantemente caluroso y seco con gran oscilación térmica, lo que la hace benigna para cualquier individuo que padezca asma o quiera pasar un fin de semana vacunamente lejos del mundanal rüido.
Como todas las ciudades viejas, Álamos también tiene su historia, y ¡vaya qué historia!: fundada en 1684 como poblado minero, fue capital del Estado de Occidente hacia 1825, y de 1864 a 1896 funcionó aquí una Casa de Moneda.
Para pesar de los soberbios fans de Los Naranjeros, Álamos fue la primera población sonorense que alcanzó la categoría de ciudad, en 1827, pocos años después del nacimiento de María Félix.
En el período revolucionario de 1910 a 1940, estuvo considerado un pueblo fantasma, ya que sus moradores, temiendo a la revuelta armada, huyeron hacia lo intrincado de la sierra o se fueron a Navojoa, a sólo 53 kilómetros rumbo a Hawaii, como si eso los hubiera salvado. Ja.
Pero eso fue ya hace mucho tiempo: hoy Álamos ha resurgido de entre sus cenizas gracias, sobre todo, a la "Dollar injection" que los gringos retirados le han aplicado al colonial paciente.
Y cómo no: en Álamos, desde antes de la década del setenta, los extranjeros mayores de 55 años podían adquirir propiedades, siempre y cuando ingresaran al país en calidad de inmigrantes. Para ello, sólo tenían que demostrar un ingreso mensual no menor de 240 dólares. Después de cinco años consecutivos de residencia, se le concedían todos los derechos, excepto el de voto, que a estas alturas se ignora si sea ya un privilegio.
En fin, Álamos ha resurgido gracias al gringamen, y eso mismo la ha vuelto una ciudad cara donde casi todo servicio lo cobran en dólares: desde el tradicional mango con chile (2.95 US Dollars) hasta la entrada a la “Taberna del Burro” (8.50 US Dollars), que fue bautizada así mucho antes de que se supiera del Festival Alfonso Ortiz Tirado y de sus felices felices espectadores, que a media tarde ya andan en estado asno cruzado con etílico.
Aquí las quesadillas con queso de leche de chiva se dan bien, igual que los raspados de rosa con leche La Lechera. También los médicos-cantantes legendarios nacen bien aquí, y las divas con voz ronca, celular y celulitis, y profundo desprecio por el solar natal son paridas con particular vedettismo: quizá por esto último fue que nació la idea de hacer el festival.
Como todos los años, durante el transcurso de los últimos días del mes de enero, la colonial población se convierte en el centro de las miradas de los jóvenes (y viejos calenturientos) con deseo de divertirse, algunos amantes de la "alta cultura" y poquísimos, muy poquitos seguidores de la música de arte. "¡Qué ironiya!", 'biera dicho mi abuela.
Y no, no es verdad que Álamos se convierta, durante los días que dura el Festival Alfonso Ortiz Tirado (ahora le dicen FAOT porque hay muchos webones, sobre todo en las oficinas de gobierno, que no alcanzan a leer cuatro palabras seguidas), en la cantina más grande de Sonora: ése es un título que tiene ganado a ley el estadio "Héctor Espino" de Hermosillo, seguido muy de cerca por la Expo Ganadera, el Carnaval de Guaymas y el propio Festival Álamos... ¡perdón: FAOT!
La perspectiva es que 2010 no será la excepción: anoche mismo, por las fantasmales callejas de Álamos se vieron deambular a jóvenes provenientes de Hermosillo y otros puntos de la entidad, en un estado equiparable al del burro de la callejoneada después de su travesía por las empedradas calles del pueblo: hasta atrás; o sea, sólo cambiaron de cantina.
Decir que asisten al Festival Ortiz Tirado es una verdad a medias, porque la mayoría de las personas que llegan de fuera no entran a los eventos artísticos, y los alamenses tampoco, porque no tienen tiempo: están aquí, de acuerdo a la visión de los organizadores del festival y de las autoridades municipales, para ser sólo servidores de quienes buscan acomodo en algún cuarto, una comida o un baño.
Pensar en llegar a Álamos y encontrar una habitación disponible es prenderse de una tímida esperanza que, como nos han dicho desde siempre, muere al último: es bien sabido que las habitaciones de los hoteles de lujo han sido reservadas para los altos representantes de gobierno, los funcionarios culturales, sus invitados, maquillistas y cocineros, y desde luego, para sus familias.
Incluso, los empleados que mantienen operando los diversos eventos son colocados en pensiones de media ralea donde el agua escasea (¡ni pensar en agua caliente, caón!) y se alimentan en maravillosos microchangarros que los lugareños han denominado fondas, que no son sino restaurantes con comida casera. Mientras allá, en los hoteles de lujo, los alimentos son preparados por cocineros especializados en el extranjero. Pero esa es otra historia.
Ver la euforia de los visitantes, sobre todo de quienes por primera vez se empalagan de la hermosura de Álamos, de su historia, sus fantasmas y sus caserones, es asistir a la irrepetible escena de un enamoramiento anunciado: no es gratuito, entonces, que la Unesco desee declarar a Álamos patrimonio de la humanidad (¿alguien sabe del viejo proyecto de declarar a este pueblo patrimonio de las empresas cerveceras?: se han corrido tantos rumores de que las negociaciones al respecto están tan avanzadas que tal vez le ganen a la Unesco).
Pero ¿qué pensaría Ortiz Tirado de un festival con su nombre... y en Álamos?
Pues no sabemos, pero según testimonios hemerográficos de la época, mayormente ahora custodiados por el Museo Costumbrista de Álamos, el doctor Ortiz Tirado estuvo en varias ocasiones en Sonora aunque se ignora cuántas a partir de la visita que hizo a la XEBH de Hermosillo.
Pero se sabe, como en todas las verdades que se cuentan a través de las mentiras, que en el Teatro Noriega de Pitic dio un recital en honor a los esposos Rodríguez, Abelardo y Aída; que en Guaymas conoció a la diva Ángela Peralta que se colaba, por cierto, por las almejas flotando en vino blanco; que en Cajeme intervino en un singular evento que reunió a ortopedistas y traumatólogos con "hueseros y sobadoras" de los valles del Yaqui y Mayo, y que en Álamos, desde la primera visita hasta posteriores (si las hubo), el cantante tuvo la sensación que recorría, polvo enamorado, las callejuelas adoquinadas de El Real de la Purísima Concepción de los Álamos reflejándose en el espejo del pasado, pero más vivo que nunca: el que sale ya no regresa, el que regresa es otro: Cuando abordó el tren que le llevaría nuevamente en la estación Buenavista del Distrito Federal, el médico pensó que el te irás y no volverás era una patraña inventada por desarraigados de vocación.
Borró del pensamiento rollos filosóficos —soy un pobre venadito que habita la serranía—, y entre Sinaloa y Nayarit destapó una botella de bacanora que le habían obsequiado, dio un largo trago brindando a la distancia, y antes de perderse en el retorno sin descanso, eructó ácido, suspiró dulce y exclamó: "No tengo más remedio de ser lo que soy..."
Lo primero que hizo Ortiz Tirado al reinstalarse en el departamento de Obrero Mundial y Xola, que habitaba hacía más de once años, y que eventualmente compartía con amigos y familiares —aún traía en la sangre el hormigueo musical que experimentó en Sonora entremezclado con deseos de ternura—, fue abrir de par en par los ventanales de la sala-biblioteca para que la luz del mundo iluminara el destino que él ya había decidido para varios cientos de títulos entrañables, libros amados que en alguna ocasión pensó que sólo cadáver se desprendería de ellos.
El librerío, ese librerío que había enriquecido su vida desde los tiempos de Mascarones, y que incluía obras de pensadores instalados en la inmortalidad: Justo Sierra, Altamirano, Alfonso Reyes, Juana de Asbaje ("esta tarde, mi bien, cuando te hablaba...") y ¡Torri!, amaba a Julio Torri... se iría todo en calidad de donación (anónima) a la biblioteca municipal de Álamos: en prueba de amor, te envío estos libros, parafraseó el artista otoñal mientras descorchaba el último pomo de bacanora que pasé contigo.
Después llegó el relámpago: "Y mis novias, ¿a quién se las voy a heredar? Dios mío —pensó en un momento de lucidez—: ¡qué chamba la mía!"
Antes de emborracharse, alucinó un festival entre altas casonas coloniales y decenas de personas siguiendo como ovejas la fila de hormigas de las corcheas y las redondas.
"¡Pendejos!", dijo en un baboso hilillo de voz, y se quedó dormido para siempre. ¡Salud!
(Cae el telón. Aplausos mil).
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Ya podemos volver a la realidad, guys and gays: ¡Salú!
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