Si la eficiencia de los políticos o de los líderes eclesiásticos se midiera por el número de declaraciones que hacen al día, en México tendríamos la clase política más eficiente del mundo: tres cuartas partes de lo que vemos, leemos o escuchamos todos los días en los medios de comunicación son declaraciones de algún notable con sus correspondientes contradeclaraciones, y los demás son anuncios comerciales entreverados o de al tiro disfrazados de frases incoherentes, disfrazadas, a su vez, de notas periodísticas que no llegan a ser más que simple cursilería política, social o de nota roja, plagada de sangre y cuerpos desmembrados, pero cursilería al fin...
Pocos, muy pocos (de hecho, se podrían contar con los dedos de las manos… si los encuentra… no a los dedos, sino a los medios, eh) son los espacios informativos que se ocupan seriamente, con profesionalismo y ética, de asuntos que ocurren, que nos impactan, que trazan nuestro rumbo como individuos, como sociedad y como nación, y que pudieran considerarse noticia; los más, no son más que ridículas relatorías de lo que dijo aquél y le contestó ese otro en conferencias de prensa, boletines oficiales o entrevistas personales.
Y desde luego que en nuestra localidad local, la ciudad que nunca lee, Hermosillo, la capital del Nuevo Sonora, no los tenemos, y tampoco habría que desgarrarse las vestiduras ni subirse a un escenario a interpretar Edipo Rey (o Edipo Gay, ya cada quién sabrá, ¿no?), la reina de las tragedias clásicas, para reconocer que es verdad, que lo único que hacemos es editorializar la realidad dependiendo de la conveniencia comercial: ni TV Azteca ni Canal 12 ni Entre Tontos ni las radiodifusoras ni El Imperial ni la demás chiquillada impresa ni los portales de Internet se han desligado de su finalidad empresarial, que no comulga con el ejercicio del periodismo libre y honesto, sino que se dedican a difundir jirones de verdades particulares remendadas con mentiras o con cortinas de humo que no comprometan las relaciones de negocios.
Finalmente, el periodismo en México (por no hablar del mundo entero) es un negocio, y como tal se sujeta a convencionalismos que poco y nada tienen que ver con la opinión pública; o sea tú y ella y yo y los demás, amigo lector.
En Sonora, Telemax se cuece aparte, porque además de ser el único medio que se ha ido desgranando en su propia inmediatez sexenal, y a pesar de ser una televisora tan vieja como yo (en edad, no en género, no la tzinguen), todavía no ha podido resolver su naturaleza vital: ¿soy una empresa independiente, soy una paraestatal o simplemente soy una entidad gubernamental al servicio de los intereses del Estado? Que contesten los estatutos. Y esto, señoras y señores, jóvenes y viejos, no es un asunto menor.
Por lo pronto, sus programas matutinos, en los que a los artistas invitados los ponen a la altura de las lechugas, tomates y pepinos de Súper del Norte, como pusieron a mi querido Meñe (¡hasta dónde hemos llegado, Apolo! ni modo, hay que apechugar, ¿no?, y alechugar, je) y los espacios dedicados a difundir la palabra de dios (“Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa se fueron unos errores la semana pasada en el portal, amén”), mezclados con un reventón norteño que es literalmente pan con la misma mermelada de la regionalidad más vulgar, los noticieros nocturnos que son como dos tabletas de diazepam y los gritos histéricos de los cronistas naranjeros en el paroxismo del orgasmo deportivo (mmm ¿el Vinny? ¿el Edgar? ¿el Borrego? mmm…) sólo nos recuerdan el viejo Sonora, tan vilipendiado ahora (y con justa razón), pero tan igual en lo esencial: aquí nomás mis chicharrones truenan. Y punto, set y partido.
Bueno, yo vuelvo al inicio de esta columna: el asunto es que los personajes “de primer nivel” en México declaran y declaran, los medios reproducen y reproducen, y el público simplemente ya no les cree. Dicen que esa es la conclusión a la que llegó una de esas encuestas extrañas a las que yo no les creo, aunque ésta en particular estaba más que cantada, pues mientras no le pregunten a los mismos políticos o a sus parientes cercanos y colaboradores, ya sabemos que van a salir reprobados, igual que los ministros religiosos y todo aquel que represente a la autoridad.
En México, este es un asunto más que sabido y más que comprobado: por eso están las cosas como están y por eso los medios deben de agarrarse de casos glamorosos para tratar de esconder la realidad: “Que Cabañas se salvó y ya habla”, festinan los merolicos de Televisa y sus secuaces de todos los demás medios electrónicos, escritos y los que aparezcan en la semana, pero no dicen nada sobre si todos tuviéramos esa atención médica especializada y los casos criminales tuvieran la rapidez y cobertura que le dio la justicia capitalina a esa trifulca entre dos tipos fanfarrones, en México muriera poca gente y la mayoría de los casos se resolvieran en una semana.
Pero no… la realidad es otra: si no tienes el respaldo de una televisora, no vas a la selección de futbol, no te rescatan con vida de un secuestro (como a Rubén Omar Romano) y tampoco te salvas de un balazo en la cabeza (“Chava no recordará nada del incidente”, dice el médico especialista con cara de tía materna angustiada, y qué oportuno que “no recuerde nada”, porque así no tendrá que declarar que sí, que él le dijo al JJ que le jalara si tenía muchos huevos: otro milagro de la medicina en nuestro país, perrada siempre fiel que vive la intensidad del futbol…), y claro que nadie podrá manipular a las masas ignorantes para que se manifiesten a tu favor y contra quienes en ese momento podrían sacarle más raja política… ¡Caramba y samba la cosa, que vivan las televisoras!
Bueno, el caso es que en la encuesta más fácil del mundo (que hizo María de las Heras, guys and gays), se le preguntó a las quintas personas más felices del mundo (según otra encuesta extraña) si les creían o no a los políticos y líderes eclesiásticos cuando hacen declaraciones o dan información, y lo mismo sobre el Felipe Calderón, la reacción de los entrevistados fue decirnos que no les cree o les cree pero con reservas… que en nuestro país es como no creerles, sin decirlo así de feo, pues, ni comprometerse de por vida…
En el extremo más gacho se encuentran César Nava, Jesús Ortega, Elba Esther Gordillo, Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones y Agustín Carstens, sobre quienes más de la mitad de los entrevistados dijo que de plano no les creen algo cuando hacen declaraciones o informan sobre determinada cuestión.
Pero… ¡tope en eso! yo sí le creo al Beltrones cuando señala que le gustaría ser Presidente de la República… aunque me imagino que como el Manlio no cambia el tonito de hablar ni para pedir por favor un vasito con agua, pues como la raza de los bleachers no le cree ni la O por lo redondo. Y es que en el pedir está el dar, como dijo Juanga, y en el decir está el creer, digo yo, juntos en este enunciado pero no revueltos, que quede claro… y arriba Juárez… ¡ókela…!
Y el caso de la honestidad, transparencia, veracidad y demás artilugios de la retórica región cuatro que nos gastamos por acá, pues resulta un asunto más manoseado que la Coty en aquellas trasnochadas de la preadolescencia, como le dicen ahora a las calenturas hormonales de los chamacos. Y es que guardar una credibilidad plena, lo que se dice plena, de nuestros políticos, ministros de dios y demás personajes genéricos de primer nivel, ya sin patente pero igualmente controlados por Carlos Slim, es un verdadero sueño guajiro… y también guarijío, dependiendo del sumanto sustrático, como dijera el Panzón Acosta, en aquellos años de la greñudez.
Por ejemplo, Peña Nieto, con todos los millones invertidos en el copete y en su novia, apenas llega al 25% del respaldo de los encuestados, y el Felipe del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa (el manos limpias, pues, como si fuera personaje de la Iliada) apenas llega al 20%, igualitamente que el Ebrard, y eso que son (el primero y el tercero) los gobernadores más populares de México… y si ellos (que se mueren por suceder en la silla de las demagogias al segundo) así están de jodidos… imagínense qué futuro nos depara como nación…
En conclusión, la opinión pública está por demás recelosa, y más vale que los actores políticos y los señores feudales de la Iglesia (los inquisidores más publicitados que hemos tenido) la empiecen a tomar en cuenta porque a decir por el nivel de veces que declaran, dicen y se contradicen estos personajes, deben de creer que los que recibimos la información de este lado de las rejas somos una sarta de tarados… y no, señores, no lo somos: somos pendejos, pero tarados no…
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