Trova y algo más...

viernes, 19 de febrero de 2010

Vinagrillo, cara de grillo…

En mis viejos años infantiles, a mí me decían Don Egoísto, como el personaje de unas tiras cómicas que salían en El Imperial allá en las décadas del 60 y 70, porque siempre fui digamos que muy ca'on, solitario, enmimismado (si se me permite el palabro) y no permitía que los demás entraran o entrasen a explorar mis cosas, que nunca fueron muchas, pero eran mis cosas: mis sueños, mis esperanzas, mi lenta y animal visión poética del mundo y cosas por el estilo que no sirven para nada más que para hacer que uno —niño al fin y habitante de Navojoa, que era como hacer un doble esfuerzo para sobrevivir— fuera carroceando aquel presente en busca de un futuro tan lejano que no tenían ni la más uta idea de cómo y cuándo llegaría.

Aunque hoy —ya viejo, feo, chimuelo y pelón, en ése o cualquier orden que usted proponga— me doy cuenta de que así son todos los futuros, pues…

Debo aclarar que ahora soy mucho menos egoísto que entonces porque, entre otras cosas, prácticamente ya todo mi futuro es pasado.

Soy, como diría Bob Dylan en su antigua pero celebrada canción My back pages: "Ah, but I was so much older then, I'm younger than that now", que no sé qué quiere decir, pero que se escuchaba muy bonito cuando The Byrds interpretaba esa melodía en el episodio “Forever blue” de la serie Cold Case —con la teniente Rush, la güera bocona que tiene como un no sé qué que qué sé yo—, que trataba sobre un par de policías que se declaraban su amor fraterno, humano y cachondo en un tiempo en el que el PAN todavía no tenía la capacidad digamos que moral (algún concepto debemos de utilizar aquí, sorry) para oponerse a las uniones entre homosexuales y a su repercusión en consecuencia: no pueden adoptar, ni siquiera posturas políticas tipo Óscar “Seriedelcaribe” Madero —a quien, aunque usted no lo crea, algunos defienden de su cinismo porque lo paga de su bolsillo, ja—; o sea, el valemadrismo total, al cabo que el mundo se va a acabar. Eny, wey

No sé en qué paró aquel dibujo y sus egoístas aventuras, ya sabemos que con el tiempo se fueron modernizando las acciones hasta de los monitos del periódico y ahora los vemos menos púdicos y más toreros, pero en aquel entonces los monitos marcaban pauta, sobre todo para los flojonazos de siempre que no les gusta leer, y de esos ha habido en toda la historia de la humanidad, sobre todo, claro, antes de que los ociosos sumerios inventaran la escritura: “Pues sí, como no tenían otra cosa qué hacer”, diría el Polacas©.

Pero en aquel entonces —“¡Oh, desolación, oh tristeza!”, se lamentaría el Dr. Zachary Smith, de Perdidos en el espacio— el monito aquel, narizón, chaparro, con sombrerito ridículo y bigote tipo cepillo de bolero me marcó la infancia y parte de la adolescencia, en tanto me creían verdolagas en el callejón, valga la paráfrasis a Carmen Salinas en alguna de sus miles de películas de ficheras, que como el agua del río de Heráclito, siempre fueron las mismas y siempre fueron diferentes, como nuestra paradójica realidad nacional, que cambia cada día pero sigue pudriéndose en la misma mediocridad ancestral de siempre y de toda la vida: ¡Oh, Teseo!, ¿dónde estás que no estás?

Dice mi madre, bohemios, que yo fui tan egoísto que me avinagré aquellos años en una amargura solitaria que fácilmente podría vaticinar mi futuro: un tipo callado, siempre malhumorado, que se tragaba todos los corajes para después echarlos a volar como cuetes en plena celebración de aniversario de la Universidad —¡Válgame, dios!— a gritos destemplados contra todo y todos.

Dice que me ponía morado de coraje, que los ojos parecían dos tizones en medio de la noche y que adquiría un semblante de demonio que borraba todo vestigio del parecido que tenía ya desde entonces con San Martín de Porres, el capo de tutti los capos de las escobas y de los pichones, según el mono de cerámica que estaba estratégicamente colocado en una repisa a un lado de la puerta, y frente a quien debíamos santiguarnos, con la solemnidad que obligaba el momento, antes de salir rumbo a la escuela a aprender que la ciencia es como la religión, pero con un montón de trastes que uno tenía necesariamente que aprenderse so pena de sacar cinco en la boleta si uno olvidaba para que fregados servía el matraz erlenmeyer o cuántos watts tenía que aguantar la resistencia de una cafetera eléctrica, obviamente, o cómo le hizo Juan Sebastián Elcano para terminar el viaje de circunnavegación de la Tierra después de la muerte de Fernando de Magallanes… y a mí qué tzingados me importaba todo eso, si lo que quería a mis doce e indocumentados años era irme a estudiar aviación a la Escuela del Aire en Zapopan… ¿así cómo no se le va a agriar la leche a uno y de paso la vida misma?

El caso es que con el paso del tiempo fui adquiriendo definidos rasgos de artrópodo de la clase arácnida y agrupada como uropígido, que —como todos ustedes saben— incluye a las arañas, ácaros y escorpiones. Como mi técnica de defensa era proferir maldiciones a diestra y siniestra, casi como si fuera un vapor ácido parecido al gas lacrimógeno, con un vago parecido al vinagre, me empezaron a decir Vinagrillo, cara de grillo.

Y sí: recuerdo que en lo más caliente del verano, en el barrio me gritaban "¡Vinagrillo... cara de grillo!" y yo me ponía como diablo, no antes de rayarle los cuadernos a todos y de paso perjudicarles la progenitora de forma tan poética que casi siempre, en medio de las carcajadas del público, me pedían el encore… y yo nos los defraudaba, claro que no… pero en el camino dejé mi vesícula biliar y creo que algunos buenos momentos que —si hubiera o hubiese tenido mejor sentido de la amargura y la hiel— por desgracia no se repiten ni poniéndolos en video.

Y justo ahora vengo a saber de un estudio que concluyó en que las personas deprimidas y amargadas muestran mayor riesgo de desarrollar trastornos cardiacos, y que la felicidad y una actitud positiva puede ayudar a prevenir las cardiopatías. ¡Pues ya bailó Bertha!, mi güen, porque eso quiere decir que —considerando mi expediente médico y mis más viejos recuerdos de la primaria: más amargos que el copalquín— a estas alturas de la vida tengo el corazón como queso gruyere, o mínimamente como rescoldos de una olla de caldo de cabeza del mercado municipal: más grasiento que una junta homocinética de un Hyundai 2005.

Dice el estudio de marras que se analizó una variedad de emociones que iban desde la hostilidad y ansiedad hasta la alegría, entusiasmo y satisfacción, y que los amargosos y amargados habían desarrollado enfermedades del corazón, mientras que los felices y mamones —es decir, los alegres, pues— tuvieron un 22% menos de riesgo de desarrollar esos trastornos corazonísticos.

Las emociones positivas, que los investigadores describen como "afecto positivo", definen a las emociones placenteras como alegría, felicidad, entusiasmo y satisfacción. Estos sentimientos pueden ser temporales, pero a menudo son estables y casi una característica del individuo, particularmente en la adultez. O sea, el afecto positivo es a menudo independiente del afecto negativo. Nada qué ver con mi etapa infantil y adolescente. Ni Fray Escoba me salvaba de los corajes y de la soledad. Muy poética, si, pero soledad al fin.

Los que hicieron el estudio del que les hablo, creen que la gente más feliz tiene mejores patrones de sueño, menos posibilidades de sufrir estrés y es más capaz de superar las experiencias dolorosas, factores que ejercen presión fisiológica en el organismo. Y yo puedo agregar — sin ser científico ni cosa parecida— que si además de todo lo anterior tienes un montón de lana en la cartera y en el banco, y al menos una guardería concesionada por el IMSS gracias al tráfico de influencias, tienes el cielo ganado… mínimamente, una carta de recomendación del arzobispo Quintero Arce. ¡Vade retro, Satán!

En esencia, dicen los investigadores, pasar algunos minutos cada día verdaderamente relajado y disfrutando, es bueno para su salud mental y podría también mejorar la salud física.

Y aunque éste no es el primer estudio que revela un posible vínculo entre la felicidad y la salud, los expertos afirman que esta asociación quizás sólo tiene un valor limitado, pues mejorar el estado de ánimo no siempre es fácil para una persona, así que es difícil saber si es posible cambiar nuestros niveles naturales de actitud positiva.

Sobre todo si afuera de tu casa amanece un acribillado sin cabeza… o al menos una chinche fuga de agua, que es lo que ha acarreado el tandeo en Hermosillo.

Y así ¿a quién no se le va a avinagrar la vida, eh? (¿que no le han visto la cara a la mayoría de los hermosillenses?: puro vinagrillo, ca'ón... puro vinagrillo).

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