El pez más viejo del río
de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente sombrío.
Y el agua le sonreía.
Tan sombrío llegó a estar
(nada el agua le divierte)
que después de meditar,
tomó el camino del mar,
es decir, el de la muerte.
Reíste tú junto al río
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del río
se quitó el aire sombrío.
Y el agua te sonreía.
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Miguel Hernández.
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Creo que la Cleo —o la Clotilde, pues— desde ayer se empezó a despedir.
La Cleo es un hermoso pez anaranjado que lleva casi un año en esta casa, con esta familia tan desaforada que le ha prodigado un cariño inusitado: hasta la Kali (una gata curiosa, si es que hay gatos curiosos) le echa unas miradas de ternura cada vez que pasa frente a la pecera, y la Cleo le responde con ese silencio indoblegable con que se comunican los peces.
No sé qué le pasa. Yo creo que, como el pez del poema de Miguel Hernández, la Cleo ya meditó lo suficiente como para tomar —con esa plena libertad y derecho que le otorga ser un pez solar— el camino del mar.
Si es así, Cleo, no me queda más que agradecerte este año que me permitiste ser un miembro más de tu familia. Créeme que tu silencio me enseñó muchas más cosas que las que pude haber aprendido con algunas palabras necias.
Cuídate mucho donde vayas, que uno nunca sabe que tanta maldad hay detrás de los corales o los arrecifes sibilantes de la muerte.
Estoy seguro que extrañaré tu silencio.
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