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martes, 7 de agosto de 2012

Universidad de Sonora: maestros que entusiasman…



La grandeza de las instituciones no radica en la inmensidad de sus edificios, sino en la fortaleza intelectual de los individuos que las integran, y la Universidad de Sonora, el mayor patrimonio cultural de los sonorenses, la institución por excelencia, no es una excepción.
 
Hacia la celebración de su 70 aniversario, partir de hoy recogeremos aquí 70 fragmentos de la historia de la máxima casa de estudios de Sonora, una historia hecha de vida y de vivencias, de esfuerzo y esperanzas, de funciones sustantivas y de sueños sin fin.
 
Como primera entrega, a continuación aparecen fragmentos del discurso ofrecido por el maestro Jesús Rubén Garcilaso Pérez, a nombre de los profesores, trabajadores e investigadores que recibieron diploma en la ceremonia del Trabajador Distinguido, realizada el 25 de noviembre de 1997:
 

Es un orgullo para mí, no solamente el haber sido designado por parte de la Universidad como Profesor Distinguido, sino también el que se me haya solicitado dirigir unas palabras a nombre mío y de mis compañeros que este día recibieron un nombramiento semejante.
 
Ciertamente, la docencia es una labor que a mí me apasionó desde los primeros años de mi vida. La docencia que es una de las funciones sustantivas de la Universidad, por medio de la cual se forma a los profesionistas que van a desempeñar después en la sociedad una gran diversidad de funciones.
 
En la Universidad se forman los licenciados que irán después a litigar, que irán a defender o irán a atacar. En la Universidad se forman los arquitectos que irán a diseñar y a construir casas, edificios y puentes. En la Universidad se forman los economistas que irán después a definir políticas económicas para mejor aprovechar los recursos del pueblo. En fin, todos los profesionistas que después en la sociedad desempeñarán una función van a pasar por las aulas universitarias y van a tratar de aprender de sus maestros algo que les sirva para después desempeñar esas funciones con el mayor conocimiento y la mayor seriedad y responsabilidad.
 
Cuando yo era joven tenía mi grupo de amigos, y en el grupo había un compañero a quien le gustaba pensar sobre qué sería de cada uno de los del grupo después de veinte o treinta años de vida. Ese compañero tenía un librito o una carpeta en la cual se puso a anotar, y decía: “Fulano de tal… sospecho que dentro de 25 años va a ser tal cosa, va a ser tal profesionista y va a trabajar en esto”. Uno por uno fue repasando a todos los compañeros del grupo. ¿Era intuición, era adivinación, era deseo, o tal vez, lo más probable, un simple juego? No lo sé.
 
Cuando este compañero terminó de definir lo que, según él sospechaba, iban a ser todos los del grupo, lo forzamos a que nos comunicara qué era lo que había escrito para cada uno de nosotros. Cuando llegó a mi nombre, leyó: “Jesús, después de 25 años, va a trabajar como maestro universitario, y va a ser un buen maestro”. ¡Qué curioso!
 
En realidad, no sé qué habrá sido de los demás pertenecientes al grupo, porque después de tantos años, pierde uno la pista de la mayoría de sus amigos, pero en cuanto a mí, sí le atinó. Soy maestro. Siempre he sido maestro. Me precio de ser maestro. Me gusta ser maestro, y tengo orgullo de ser maestro y siempre he querido y he pretendido ser un buen maestro.
 
En ocasiones pregunto a mis alumnos, y lo hice precisamente en mi clase de esta mañana, sabiendo que más tarde iba a decir ante ustedes unas palabras,” ¿Qué cualidades creen ustedes que debe tener un maestro para ser un buen maestro?” La mayoría, inmediatamente responde: “Que sepa su materia”. Otro por allá dice: “Que no falte a clase nunca”. Otros por allá dicen cosas. Entonces les digo: “Oigan esto, por favor”.
 
Les voy a contar lo que respondió un Premio Nobel, el Dr. Thomas Hunt Morgan, padre de la genética moderna, ya fallecido, cuando le preguntaron qué le había hecho entusiasmarse por la genética, qué había sido lo que le hizo dedicarse a la genética. La pregunta se la hicieron después de recibir el Premio Nobel.
 
La respuesta fue: “Cuando yo era estudiante, teníamos un maestro que no era muy brillante, tal vez no muy inteligente; un maestro que no podía ni siquiera resolver problemas que venían en el libro de texto, pero que sin embargo nos comunicaba un entusiasmo y un cariño muy grande por la genética, un cariño y entusiasmo no sólo de palabra, sino de corazón, para que con ese entusiasmo nosotros fuéramos a estudiar y a resolver esos problemas. A él le debo el haberme entusiasmado por la genética, el haber trabajado arduamente en la genética hasta llegar a obtener este premio que se me ha otorgado, el Nobel”.
 
Entonces les digo yo a mis alumnos. “Fíjense cómo un Premio Nobel valora más en el maestro el entusiasmo, el cariño por su materia, que no necesariamente sus conocimientos”.
 
Cuando a otro personaje de la bioquímica, Premio Nobel, Hans Krebs, lo visitaban, asombraba a todo mundo que un personaje tan ilustre, un científico tan connotado, no tuviera suficiente espacio donde recibir dignamente a los visitantes, pues su oficina era muy chiquita, pero llena de libros, donde trabajaba y desenvolvía ese entusiasmo tan grande y esa inteligencia tan grande por la bioquímica que lo hizo conquistar el Premio Nobel.
 
A mis alumnos siempre les digo eso: “No necesariamente busquen en el maestro que sepa mucho, mucho, extraordinariamente mucho de su materia; claro que debe saber la materia, claro que es fundamental, y es fundamental que el maestro continuamente se esté actualizando en su materia, aún aquellos que ya somos viejos. Busquen quienes los ayuden a enamorarse de sus materias. Eso es, que les diga que su materia es de las más importantes, que su materia les va a llenar su vida de profesionistas, de tal manera que no sólo les va a ser útil para el ejercicio de su profesión, sino que les va a llegar al corazón, de donde partirá el entusiasmo para profundizar en la materia. Traten de ver en sus maestros la vivencia real de la materia. Esto es más importante que el que necesariamente les sepa resolver todos los problemas”.
 
Creo que esta es una lección muy grande. Hace muchos años que leí esa anécdota del doctor Morgan, y aprendí la lección de cómo tratar de ser un buen maestro.
 
Tal vez no haya podido resolver muchos problemas difíciles de la bioquímica, pero me enorgullezco, ciertamente me enorgullezco, de haber tenido alumnos que se entusiasmaron por la materia, que se entusiasmaron por la bioquímica, y que después siguieron estudiándola y superaron al maestro, y que ahora cultivan la disciplina en centros de investigación como el DIPA, el CIAD, el DICTUS, y que han tomado el estandarte de la bioquímica con el mismo o mayor entusiasmo que el que traté de comunicarles.
 
Alumnos que ahora son directivos de la Universidad o que son simplemente profesores de diversas materias en la misma universidad donde yo les enseñé bioquímica. Doctores en bioquímica, directivos de la Universidad, profesores que fueron alumnos míos, que gracias a Dios me recuerdan con cariño, y a todos los cuales llevo yo para siempre en mi corazón.
 
Muchas gracias.



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Jesús Rubén Garcilaso Pérez fue profesor investigador de la Universidad de Sonora durante 36 años, adscrito al Departamento de Ciencias Químico Biológicas.

Originario de Puebla, Garcilaso Pérez estudió la carrera de Biología y obtuvo la Maestría en Ciencias con especialidad en Bioquímica por la Marquette University de Milwaukee, Wisconsin, Estados Unidos.

Llegó a Hermosillo el 25 de agosto de 1970 a dar clases por un año en la Escuela de Ciencias Químicas de la Universidad de Sonora… y aquí se quedó: falleció el 12 de diciembre de 2006.


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(Fuente: http://www.revistauniversidad.uson.mx/revistas/19-19articulo%2011.pdf y el libro De Bioquímica y algo más, de la autoría del Maestro Garcilaso).


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