Estaba la madre que espera el regreso de sus hijos y sobrinos desaparecidos.
Estaba el poeta que no escribe desde que su hijo fue asesinado.
O el campesino de Chihuahua al que le mataron un hermano.
Y en mitad de ellos, el presidente de México que en 2006 declaró la guerra al narcotráfico.
La que ya ha dejado sin hijos, sobrinos ni hermanos a 40.000 mexicanos.
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Este jueves, en un encuentro sin precedentes, Felipe Calderón se reunió con decenas de víctimas de la violencia para dialogar sobre su estrategia contra el crimen organizado… y para pedir perdón.
"Todos los que integramos el Estado somos responsables y coincido en que debemos pedir perdón por no proteger la vida de las víctimas, pero no por haber actuado contra los criminales", dijo el mandatario.
"Si de algo me arrepiento en todo caso no es de haber enviado fuerzas federales a combatir criminales que nadie combatía por miedo o estaba comprado con ellos", añadió Calderón, quien reiteró que sacar al ejército o la policía de las calles está fuera de toda discusión.
El destinatario de sus palabras era Javier Sicilia, escritor y poeta cuyo hijo fue asesinado en marzo en Morelos en un ataque atribuido al crimen organizado.
Él se ha convertido en líder de las manifestaciones multitudinarias en Ciudad de México, que han reclamado un viraje radical en la estrategia gubernamental contra el narco y la necesidad de un pacto para reconstruir el tejido social.
Sicilia ya se había reunido en otras ocasiones con Calderón, en la intimidad de la residencia presidencial de Los Pinos, pero quería que esta vez el debate fuera público y que las víctimas pudieran preguntarle a la cara a su presidente por qué unos sicarios mataron a su hijo adolescente o dónde han ido a parar sus familiares "levantados" (secuestrados).
"Aquí estamos una representación de las víctimas... véanos bien, ¿le parecemos bajas colaterales?, ¿estadísticas? (…) El que estemos aquí es una muestra del fracaso de la clase política mexicana para abordar los graves problemas del país", le dijo el poeta al presidente.
"Tenemos derecho como ciudadanos a una redefinición de la estrategia de seguridad. Para ello es necesario terminar con el enfoque militarista de combate al crimen organizado mediante un enfoque más amplio y estructural", añadió.
Su movimiento por la paz, que integra a decenas de organizaciones no gubernamentales, activistas y familiares de asesinados, había exigido en ocasiones anteriores la renuncia del ministro de Seguridad del país, Genaro García Luna, al que responsabilizan del "fracaso" del combate al crimen.
Esta vez, con el funcionario a escasos metros del poeta, Sicilia no solicitó su cese.
De hecho, conforme transcurría el diálogo, los reproches de uno y la defensa de otro acabaron disipándose para llegar a un abrazo y a un acuerdo: México ya ha contado demasiadas muertes.
Sicilia regaló un rosario a Calderón, otro más a la larguísima lista que dice guardar el presidente en su residencia, regalo -y recordatorio- de las víctimas que se ha encontrado en su mandato.
Javier Sicilia dijo al presidente Felipe Calderón que está obligado a pedir perdón por las víctimas de esta guerra sin sentido y le demandó “una redefinición de la estrategia”, que termine con el enfoque militarista y lo sustituya por una visión más amplia y estructural.
“Estás equivocado”, reviró con golpes en la mesa el mandatario. Acotó que sí es dable pedir perdón por las víctimas muertas que no pudo defender el Estado, no lo haría por proceder contra los criminales.
En mi lugar usted haría lo mismo, afirmó, y deslizó que los criminales intervienen hasta sus comunicaciones.
“Hay quienes afirman que la violencia que vive México ha sido generada por el Estado. Que todo es culpa, como usted ha dicho, de que el presidente decidió lanzar al Ejército a las calles a esta guerra absurda, y que se asume, en consecuencia, que la solución es detener esta guerra.
Sinceramente, Javier, pienso en este punto que la premisa está equivocada”, dijo.
Después de la respuesta de Calderón en torno a que la violencia no se detendrá si se retiran las fuerzas federales, Sicilia le aclaró al mandatario que no le cuestiona su ataque a los delincuentes y jamás restarían responsabilidad a los criminales.
“El problema, señor Presidente, es que usted piensa que los malos están afuera y los buenos están adentro. El problema es que usted se lanzó a la guerra con instituciones podridas, con instituciones que no dan seguridad a la nación, con instituciones con altos grados de impunidad”, precisó.
Calderón respondió que no pretende eludir su responsabilidad como presidente. A la gente, sostuvo, no le puede decir “espérenme tantito, voy a hacer primero una reforma política y a reformar las instituciones.
Tengo que actuar con lo que tengo (…) si tuviera piedras, lo haría esperando tener el aliento de David para hacerlo”.
Calderón dijo que sabe cuánto reciben jueces, pero mientras no se tengan las pruebas ese juez es inocente. “Yo sé que están en la nómina, yo sé cuánto reciben (…) He sabido, por ejemplo, de jueces que han recibido dinero o que dialogan con criminales, y que liberan a criminales, pero mientras yo no tenga una prueba, o la procuradora no tenga una prueba, ese juez es juez y ese ciudadano es ciudadano, y es, además, inocente”.
Casi al modo de un debate electoral, el grupo de activistas liderado por Sicilia y el gobierno habían pasado semanas discutiendo los términos en que transcurriría el diálogo.
Con turnos acordados de antemano para cada intervención y límites de tiempo.
Tampoco el lugar elegido fue casual.
El Castillo de Chapultepec es uno de los más imponentes edificios de Ciudad de México.
Alfombrado por siempre relucientes baldosas blancas y negras, con vistas exclusivas a toda la ciudad y cubierto de murales y vidrieras, el castillo es además testigo de los hechos más importantes de la historia mexicana: invasiones extranjeras, la guerra de Reforma...
En esta antigua residencia del emperador Maximiliano y de varios presidentes estaba este jueves María de la Luz Dávila.
Sus dos únicos hijos fueron asesinados en 2009 en Villas de Salvárcar, Ciudad Juárez, cuando celebraban una fiesta estudiantil.
Dávila se negó entonces a aceptar las condolencias del presidente y pidió que se marchara de su ciudad cuando éste visitó Juárez para disculparse.
Unos días antes, Calderón había vinculado la muerte de esos jóvenes con una pelea entre bandas rivales.
Por eso, para esta madre convertida en símbolo de la ciudadanía atrapada por la violencia de Juárez, aún no quiere abrazar al presidente.
"Para él es fácil decir que se va a comprometer (con las víctimas), pero necesitamos ver hechos. Todo sigue igual, en Ciudad Juárez sigue pasando lo mismo… queremos ver cambios", le dijo Dávila a BBC Mundo.
A su lado, Julián Lebarón, un campesino mormón de Chihuahua que ha enterrado a su hermano y a su cuñado por negarse a pagarle al narco.
A comienzos de junio, él marchó con Sicilia al norte del país para exigir a partidos políticos, criminales y sociedad civil el fin del derramamiento de sangre, y ahora planea otra marcha hacia el sur, a la que ha invitado al presidente.
Lebarón, con su sombrero blanco, confía en que el diálogo de Chapultepec cambie las cosas, pero no es ingenuo: "no tengo ninguna expectativa. Muchos dicen que esto es como un circo, pero tengo muchas esperanzas. Si nada cambia recurriremos al boicot, a la resistencia civil".
Después que algunas víctimas contaran sus historias de impunidad e injusticia, en los pasillos del castillo los ministros de Calderón, la primera dama y la fiscal general de México anotaban detalles sobre cada uno de los casos.
Muchos de esos viudos, huérfanos o madres de desaparecidos también se tomaron fotos con un presidente que les promete respuestas, aunque estas no vayan a llegar pronto ni fácilmente.
Mientras, en el resto del país, aguardan su turno otras decenas de miles de familias golpeadas por la violencia.
Tantas que no caben en el Castillo de Chapultepec.
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