Trova y algo más...

lunes, 20 de junio de 2011

Los lunes son días para la nostalgia...

Pilar Rioja y Luis Rius, en pleno disfrute
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Hoy es día para la hueva —me dijo un compañero de trabajo—, porque es lunes…”

Yo prefiero pensar que los lunes son días para la nostalgia. Son esos días en los que uno mira al espejo y lo único que observa es un borrón que no se sabe si es pasado o es futuro… lo único cierto es que presente no es.

Y justamente hoy, husmeando en la red, encontré que el poeta Luis Ruis fue un hombre de nostalgias.

Dicen sus amigos que toda su vida, Luis Rius Azcoita cargó un pesado fardo de nostalgia a la espalda.

Allí también echaba su tristeza y la conciencia del destierro, de la extranjería y el desarraigo, elementos que, junto con el amor, el magisterio, la amistad y el gusto por la tertulia, marcaron su personalidad y su poesía.

Yo lo conocí por pura casualidad: Luis Rius era maestro cuando yo era estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a finales de la década del setenta, y me colaba a sus clases simplemente a escucharlo hablar sobre literatura española, y leer poemas de los clásicos.

Era un verdadero deleite escucharlo hablar con un lenguaje pausado, con una corrección fantástica y con un porte que hacía que las muchachas se derritieran frente a él, mientras que uno envidiaba al maestro. En fin…

El poeta y ensayista español que llegó a México en 1939 expulsado de su tierra por el franquismo y la Guerra Civil, echó raíces en el país que le abrió las puertas y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) forjó la vida poética de cientos de estudiantes que encontraron en él al maestro de gran talla.

Digamos que yo fui uno de ésos descarriados que en las clases de él reencontraron el gusto por la escritura y la buena lectura de poemas.

“En esa línea divisoria entre la poesía y la erudición, Luis Rius caminaba con asombroso equilibrio. Su gracia, su intuición poética, su finísima sensibilidad hacían que pasara inadvertida la sabiduría proveniente del estudio y la disciplina”, tal como lo recuerda Gonzalo Celorio, uno de sus más notables admiradores.

El poeta nacido en Tarancón, España, el 10 de noviembre de 1930, llegó a la adolescencia y la edad adulta con la certeza de la extranjería; así, su poesía está permeada de nostalgia y tristeza por esa España que dejó en 1936.

“Somos desterrados. Y si ahora, porque vivimos en México, sentimos un poco que nos falta el sustento de España, mañana, si el caso se da, porque vivimos en España, sentiremos en el mismo grado que nos falta el sustento de México. El destierro no nos da ya ni nos lo quita ninguno de los dos países porque no está en ellos sino en nosotros, formando parte de nuestro ser”, decía el poeta, que regresó a España cuando tenía 40 años.

El biógrafo de León Felipe, a quien consideraba un poeta mayor y con quien lo uniera una gran amistad, terminó la carrera de Letras españolas a los 21 años; luego obtuvo el grado de maestro, y en 1968 el doctorado con la tesis “León Felipe, poeta de barro”, que es justo la biografía del poeta.

Luis Rius, el alumno y amigo de exiliados españoles como José Gaos, Emilio Padros, Juan Rejano, Tomás Segovia, Ramón Xirau y León Felipe, y de los mexicanos Julio Torri, Julio Jiménez Rueda, Emilio Abreu Gómez y Alfonso Reyes, fue parte de los llamados “niños de la guerra”, la segunda generación de españoles que se hizo una historia en México.

Poeta de pocos libros, acaso cinco poemarios donde impera el ritmo y la musicalidad, entre ellos Canciones de vela, publicado en 1951; Canciones de ausencia, de 1954 y Canciones de amor y sombra, de 1965, Luis Rius es definido por su amigo y compañero de exilio Arturo Souto Alabarce como un poeta breve y esencial, tanto en su obra como en sus opiniones literarias.

“Rius es un ejemplo de la profunda relación que hay entre un artista, su carácter, su temperamento, su fisiología misma, y la obra que produce”, asegura Arturo Souto y además destaca que fue un “poeta breve y esencial”.

La bailarina de flamenco Pilar Rioja, que fue la segunda esposa de Rius y con quien vivió 16 años, hasta su muerte en 1984, producto de un efisema pulmonar, asegura que él no fue un poeta de mucha producción. “Tiene pocos libros, un día le dije: ‘por qué no te pones a escribir más’, él me respondió categórico y serio: ‘porque no tengo nada que decir, cuando tenga cosas por decir lo haré…’, así era él”.

Los poemas y prosa más representativos de Rius son reunidas por el FCE en “Verso y prosa”, con textos introductorios de Arturo Souto Alabarce, Arcelia Lara Covarrubias y Gonzalo Celorio.

Souto Alabarce dice en esa introducción que las dos grandes vertientes en el libro, que son también los dos temas fundamentales que trabajó Rius, se concentran en “Arte de extranjería” y “Cuestión de amor”, ambas impulsadas por vivencias concretas.

Si el amor le daba alas, la extranjería le confirmó su dualidad existencial, saber que era un hombre fronterizo.

Pilar Rioja, quien casó con Luis Rius el 29 de agosto de 1968, el mismo año en que murió León Felipe, conoció bien esa personalidad: “Había en sus poemas un dejo de nostalgia y de tristeza; dicen que los únicos poemas alegres que hizo fueron los que me escribió a mí en el libro Canciones a Pilar Rioja, sus poemas eran tristes; sin embargo, cuando había reuniones sin duda Luis era el alma de la reunión”, señala Rioja.

Pero esa personalidad cargada de tristeza y añoranza no se imponía en su trato diario y mucho menos en las tertulias ni en la bohemia. “Cuando no salía de la casa era muy tranquilo, pero si salía era hasta morir, era una vida muy plena la nuestra, de muchas cenas, comidas, conferencias, recitales. Era un apasionado de la canción mexicana, se sabía todas las canciones rancheras y las cantaba, le gustaba mucho ‘Toña la Negra’ y Agustín Lara; también amaba el flamenco y la música española”, recuerda.

Rius fue muy amigo de Vlady, de Alberto Gironella, de Pedro Garfias, de Tomás Segovia, de Inocencio Burgos, de Ángel González y de Paco Ignacio Taibo I.

Rioja recuerda que cada ocho días iban al Sorrento, a la tertulia de León Felipe, donde se hablaba de destierro y de la guerra; también cuando Rius fue director de la Facultad de Literatura en la Universidad de Guanajuato, donde vivió casi tres años.

Rius hizo el prólogo de los discos Voz viva de México, de Pedro Garfias, León Felipe y de Pita Amor, la poeta que a diario iba a su casa en la calle de Culiacán para platicar con ellos. También hizo el programa de radio Literatura española; y el de tv, en Canal 13, Viaje alrededor de una mesa.

“Eso fue lo último que hizo, ya muy enfermo, lo iban a grabar a la casa; allí, Claudio Obregón decía los poemas y también Pita Amor”, dice Pilar, quien ha buscado rescatar el programa, cuyas grabaciones desaparecieron al parecer con la venta de la televisora.

Souto siempre ha dicho que la autocrítica de Rius fue tan tremenda que le impidió escribir más poesía, que lo volvió temeroso y muy exigente. “La profesión académica le había impuesto una autocrítica tan dura que llegó a ser negativa. El caso de Rius, como el de otros escritores, se convirtió en inhibición paralizadora”.

Celorio dice que la poesía de Rius está más cerca de Juan Ruiz de Alarcón que de su admirado Quevedo, más ligada a sor Juana que a Góngora y similar a López Velarde por la suavidad con la que habla de la patria.

Rius también escribió textos de prosa fundamentales: León Felipe, poeta de barro y Los grandes textos de literatura española. Pero también hizo obras para los escenarios, varios libretos, como Teoría y juego del duende y Mística y erótica del barroco.

Celorio concluye en el libro Verso y prosa: “Copadecimos todos su soledad, su extranjería, su muerte. Como don Quijote, confundió la vida con la literatura y por transmutar la primera en la segunda, renunció a ella. Se inmoló. Lo compadecí pero no lo conocí de veras ¿Quién lo conoció? Acaso ni él se conoció, siempre extrañado de sí mismo”.

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Bueno, aquí comparto este soneto de Luis Rius, que según entiendo se lo escribió a Pilar Rioja:

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Tú me heriste de vida, sin quererlo,

sin esperarlo yo, súbitamente.

Fue al verte ir y ver tu cuerpo y verlo

ondular suave, hermoso, indiferente.

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Te llamé entonces, y al volver la cara

cuánta ansiedad en mí de ti miraste

que cediste sumisa a que mirara

yo tu ansiedad también. También callaste.

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Se me detuvo el corazón. Un fuego

me fue encendiendo el pecho y la garganta.

Valiente era tu herir, de vida. Luego,

con no acercarme, con temer mi suerte,

con no atreverme a tanta entrega y tanta

yo solo fui el que se hirió de muerte.

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Ahí les encargo lo que queda de este lunes…

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