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domingo, 26 de septiembre de 2010

El otoño es un estado del alma...

Parece que no —porque el calor todavía es un factor para la sed—, pero el otoño ha llegado a nuestras calles para ponernos en el anca su fierro de melancolía.

Dice el periodista español Antonio Gil que cuando llega el otoño, los cordobeses han de recordar a ese gran poeta, ya ausente, Leopoldo de Luis, quien dedicó a esta estación del año un poema espléndido, que lleva por título Elegía de otoño. Cada uno de sus versos se presta a una reflexión profunda, no sólo sobre el paso del tiempo sino también sobre su significado más profundo:

Las hojas del otoño flotan sobre tu brisa

y caen en el estanque solitario del alma…

comienza diciendo el poeta para abrir los ventanales de una estación que tanto tiene de "hojas caídas", pero que no a todas se las lleva el viento sino que tienen un hueco en ese interior nuestro, a veces tan solo y solitario:

Un dolor de ser otros parece que nos pesa

como unas alas rotas.

Poco a poco, Leopoldo de Luis irá describiendo y definiendo el otoño para que lo vivamos y lo respiremos en toda su riqueza:

El otoño que arde con su lumbre de gloria

presta a las cosas luz misteriosa y dorada;

toda la tierra tiene una triste hermosura

como una dulce evocación de infancia.

También otoño el corazón nos dora....

Los versos del poeta rezuman nuevas claridades y ni siquiera cuando nos habla de las hojas que caen de los árboles, se atreve a denominarlas "hojas muertas" sino que las contempla como latidos vivos:

Caminamos pisando un corazón de hojas,

pisando lentamente una esperanza.

Así es o puede ser el otoño que ha llegado, un año más, a nuestras vidas: una estación en la que prevalece el color gris por la cercanía de las nubes y acaso un tiempo propicio para la reflexión personal, mientras contemplamos esa naturaleza que se desviste poco a poco, quedando desnuda hasta la frialdad más silenciosa.

Puestos a evocar versos, no podemos olvidar los de Verlaine, cuando nos habla de "los largos sollozos de los violines del otoño que hieren mi corazón con una languidez sonora", para internarnos enseguida en el mundo de los sentimientos:

"Agitado y pálido, cuando suena la hora, yo me acuerdo de los días pasados, y lloro, y me voy con el maligno viento, que me lleva, de acá para allá, igual que a las hojas muertas...".

Acaso la estación otoñal sea el mejor tiempo para ese viaje interior, tras los viajes vacacionales del verano, que nos haga pensar un poco en nosotros mismos, en las circunstancias que nos rodean, en ese futuro más difícil todavía que nos viene encima o que nos echan encima sin que podamos vislumbrar siquiera la salida al túnel de la crisis, ya existencial, ya económica, ya política…

El otoño es un estado del alma, digo yo: es como andar navegando entre un calosfrío permanente, sobre todo a fines de septiembre, que es cuando en esta ciudad que me deja habitarla empieza a sentirse el frescor matutino y vespertino, mientras que en las horas altas del día el calor se empecina en quedarse a convivir con las lunas majestuosas que ya empiezan a dejarse ver, tímidamente, como muchacha tras las cortinas de los primeros deseos…

El otoño ha llegado con su carga de alergias, pero también de nostalgia: es la época en que el cuerpo se destempla como cuerda de guitarra después de los calores mortales del verano.

Bienvenido el otoño, pues...

Bienvenidas las tardes lentas de ceniza y recuerdos de la infancia…

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