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Cuando llueve me dan no sé qué las estatuas.
Nunca pueden salir en pareja con paraguas,
y se quedan como en penitencia, solitarias.
Señalando la fatalidad en las plazas,
miran serias pasar cochecitos y mucamas.
No se ríen porque no tuvieron nunca infancia.
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Marionetas grandes, quietas, con ellas no juega nadie.
Pero si una sombra mala para siempre las borrase,
qué dolor caería sobre Buenos Aires.
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Cuando llueve y me voy a dormir, las estatuas
velan pálidas hasta que llegue la mañana,
y del sueño de los pajaritos son guardianas.
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Su memoria procuran decir sin palabras
y nos piden la poca limosna de mirarlas
cuando quieren contarnos un cuento de la Patria.
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Sí, hoy ha sido un largo día de lluvia:
llueve en las calles, en las plazas,
en el barrio y en mi alma;
llueve como si el mundo fuera
un trozo lento de nostalgia,
como si cayeran lágrimas insomnes
de una estrella llamada Susana
que habita en la frágil estructura
de los cóncavos paraguas,
y la lluvia es de repente
un te quiero sin palabras...
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