Trova y algo más...

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Yo también me siento como un perro...

Es verdaderamente un lío lo que estamos viviendo en torno a la educación y al aprovechamiento de nuestros niños y jóvenes: Que si saben leer, que si no tienen el hábito, que si salen tronados en matemáticas, que si García Márquez todos los días se siente perro porque la prensa escrita parece que la redactan con las extremidades inferiores, que si de qué lado masca la iguana... en fin...

La crisis educativa de nuestros días, meses y años no constituye un acontecimiento repentino, sino que ha tenido sus raíces en épocas anteriores, específicamente en la de aquellos antiguos pensadores. La pregunta de por quién o qué educa al hombre presupone una visión de aquello que solemos designar con la palabra educar: Del latín “Educare” (ex y ducere), este verbo transmite el sentido de jalar de adentro hacia fuera; es decir, hacer aflorar algo ya presente en el educando, y queda excluida la noción de una educación colectiva, sino que la educación es de uno en uno.

Educar, entonces, entendido en el sentido de guiar o jalar hacia fuera lo que el educando tiene dentro de sí, remite a un proceso individual, puesto que no puede haber identidad entre dos o más personas, al igual que entre dos o más cosas cualesquiera. Con ello, automáticamente quedan marginados nuestros sistemas educativos modernos, en cuanto no se estructuran sobre principios de la enseñanza individualizada.

Ya dijo Rosseau que no es el individuo el que es producto de la sociedad, sino ésta el de aquel, de manera que cuando de educación hablamos, nos referimos al individuo singular. Hacia él está (o debería de estar) orientada la educación.

Cuando se habla de aprendizaje no se encuentra lejos el concepto de enseñanza. Tal es así que se suele hablar del proceso de enseñanza-aprendizaje, el cual ha sido factor dominante de tiempo atrás en la educación humana. Sin embargo, el esquema estímulo-respuesta implícito en dicho proceso, lo convirtió en un mecanismo rígido que no pudo sino desembocar en la reflexología soviética, desarrollada por la escuela de Pávlov, y el conductismo skinneriano, dominante en el mundo anglosajón. La consecuencia de ambos sistemas educativos, adoptados de modo variable en la mayoría de los países del globo terrestre, según nos ha comentado “El Polacas”, ha sido la de considerar sólo los estímulos, manipulables a voluntad y las respuestas observables.

También habría que entender que conducta modificada y aprendizaje no son asuntos idénticos, porque la primera les sirve de base a los investigadores sólo para inferir que la misma es consecuencia de un respectivo estímulo, mientras que el aprendizaje, como el mismo “Polacas” admite, es algo que tiene lugar dentro de la cabeza de un individuo, en su cerebro, “y no es inferible”, subraya el licenciado Holguín empinándose un vaso de agua así como muy raro.

En la mayoría de los estudios sobre el tema, para lograr aún una mayor precisión en sus mediciones, los que aplican el método skinneriano decidieron sustituir al instructor, quien lleva a cabo la enseñanza, por dispositivos mecánicos. El exitoso uso de las máquinas comprobó que la tradicional enseñanza impartida por maestros, de marcado carácter mecánico, consistente en hacer repetir correctamente lo que ha sido expuesto correctamente, no competía con la eficacia de aquellas.

Por su parte, Piaget se plantea el problema de la dicotomía de lo que él llama la escuela para pensar frente a la escuela para leer (o escuela para pensar frente a la escuela para memorizar, pues se considera que la absorción mecánica de conocimientos propicia predominantemente el empleo de la memoria). El conocimiento de lo individual concreto no se obtiene por la ciencia, suponiendo que por algún modo pueda obtenerse conocimiento auténtico de lo más radical que hay en el hombre, y lo constituye en individuo. El “conocimiento de los hombres” es un don, y no es la psicología quien lo da, dijo Nicol afuera del Pluma Blanca.

Pero si no es la ciencia, ¿entonces quién puede aclararnos qué es exactamente el aprendizaje? (Sabe).

Y ¿cómo podemos entonces aprender a pedir correctamente una cerveza en el Pluma Blanca?

Ya veíamos que la sociedad no es producto de la naturaleza, sino producto del hombre en cuanto individuo quien voluntariamente se asocia con sus semejantes. Sin embargo, la historia ha opacado este hecho elemental registrando tan sólo las distorsiones manifiestas a través de los tiempos. Como consecuencia de ello se ha incrustado la convicción general hasta en las ciencias, de que la colectividad es lo natural y el individuo el artificio de aquella.

Es decir, que el asunto no está tan facilito. Es más, según Rousseau, la primera ley del individuo es velar por su propia conservación, que él es el único juez de los medios para lograrla, por lo cual deviene en su propio maestro. Y de paso, convendría revisar el concepto de maestro, cuya noción prevaleciente es la de aquel que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo.

Yo, por mi parte, hasta aquí no he entendido nada de lo escrito, salvo los dos primeros párrafos. Y me queda la pregunta, que seguramente todos nos hacemos respecto al título de esta entrega: ¿Y la cerveza? (Bien helada, por favor: Ya ven, ¿qué nos cuesta ser educados?).

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